Nueve conciertos, de monte a monte, cerveza, calor y yoga: así se viven 24 horas en el Bilbao BBK Live
EL CORREO se apunta a la jornada del jueves en el festival con acampada y una maratón de música
La vida del festivalero es tan cansada como divertida. Subir hasta la cima de un monte a 30 grados, celebrar que a tu tienda campaña ... le da la sombra, cuadrar a la carrera horarios para no perderse ningún concierto, evitar las horas punta para cenar o pedir una birra... Ponerse la pulsera de tela es fácil, pero conseguir disfrutar al máximo el Bilbao BBK Live tiene su ciencia. Hace falta resistencia, por mucho que pueda parecer exagerado. No tiene nada que ver con un 'todo incluido' de playa y tumbona. Requiere estar en forma. EL CORREO vive 24 horas sin bajar de las montañas para formar parte de una experiencia que se 'sufre' a ratos, aunque engancha. La música siempre gana.
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La jornada arrancó a menos metros de altura con una dosis de punk a cargo del grupo que ha montado el actor y director Javi Calvo. Raya Diplomática cortaron la cinta del Bilbao BBK Live en plena Gran Vía. Nos apuntamos, por supuesto, que el festival también se siente en el centro de la ciudad. Una mezcla de melómanos y curiosos a la hora del vermú. Aunque la verdadera inauguración del festival se hace al llegar al camping, bastante antes de entrar en el recinto. Mochila al hombro y a esperar el autobús en San Mamés. El primero de cinco que cogeremos en toda la jornada. Parada en la antigua fábrica de Beyena y toca sacar la faceta más mendizale hasta coronar Kobetamendi. El sol aprieta. 30 grados. Pero cualquiera se queja viendo al de al lado con la tienda de campaña y la nevera hasta arriba a cuestas. «La próxima vez pago los cuatro euros por una bolsa de hielos, que lo sepas, que para eso trabajo», protesta una joven aliviada por llegar a la zona de acampada.
El recinto del BBK Live está en Kobetamendi, pero para llegar al camping hay que hollar el monte Arraiz y para eso, toca hacer transbordo. Y esta vez, esperar cola. Empiezan a escucharse algunas quejas por el calor. «Pero esto en Euskadi no es normal, ¿no?», pregunta un chaval de Murcia. A menudo los festivaleros acaban pareciendo personajes de 'La Casa de Papel'. Uno los relaciona más con el nombre de ciudades que con el suyo propio. Es el momento de conocer a Santander, Valencia, Orihuela, Segovia... Y todo acaba con un selfi todos de recuerdo. «Oye, las vistas son bonitas, pero ¿la cola no avanza?». Tampoco ha pasado tanto tiempo, pero cuando te sudan hasta las uñas empiezas a agonizar. Cristina -ella sí tiene identidad propia- sugiere que vuelva el supermercado al camping: «Como si es más caro, pero si te ahorras esta subida, compensa». Bochorno con risas: «Ante todo, actitud».
Con más de 40 festivales en las patas -y casi la mitad con acampada-, lo de alojarse en el glamping suena ligeramente 'burgués'. Pero lo de tener la tienda ya montada, colchón de espuma y un saco esperando es un plus muy a tener en cuenta. Ojo, que la experiencia incluye desayuno por la mañana y una bolsa de bienvenida con cuatro imprescindibles. Candado numérico, sin riesgo de perder la llave. Eso sí, por si la memoria falla, no está de más apuntar los tres dígitos en la aplicación de notas del móvil. El resto, tres objetos que han ido ganando importancia según se acumula experiencia festivalera: tapones para los oídos, antifaz y linterna, que viene de lujo para evitar caídas nocturnas.
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Cena italiana y una expendedora de cerveza
Toca librarse del sudor antes de llegar al recinto. Lo bueno es que las duchas incluyen cortinilla para tener privacidad. Los macrofestivales acostumbran a instalar grandes hileras unisex para que la gente se asee con el bañador puesto. También es de agradecer el gran espejo que acompaña a los lavabos de cabina, que no sería la primera vez que paso una semana de festival sin mirarme en uno de más de diez centímetros cuadrados.
Ya listos, toca disfrutar de la música. Otra lanzadera más y llegada al recinto justo en el momento en el que la crisis de las pulseras (la entrada al recinto se retrasó casi una hora) se ha solucionado en la entrada. Mi chip funciona correctamente y tras un pequeño reconocimiento del terreno hay que tomar posiciones para ver a las Hinds. Su directo punki ha sido un gran descubrimiento. Y a partir de ahí, picoteo de conciertos, que las primeras horas del festival son geniales para 'fichar' artistas y grupos nuevos.
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La curiosidad por ver el proyecto del hijo deJ Jorge Drexler nos lleva hasta PabloPablo. Su propuesta 'chill' con una buena dosis de agudos nos hace quedarnos. Y la cena, que en las horas punta las esperas por un perrito caliente, un pad thai o una hamburguesa siempre se alargan. Apretaba el hambre para las ocho de la tarde y quién soy yo para ignorar las señales de mi estómago. El menú fue algo más original. ¿Focaccia 'Kylie', con bacon italiano y mortadela con pistachos, o una 'Pulp-caccia' con queso idiazabal y peras en almíbar? La balanza cae a favor del grupo británico, el plato fuerte del día.
Después de 'visitar' a María Arnal, English Teacher y Japanese Breakfast -ecléctica ante todo-, toca refrescar la garganta para seguir entrenando las cuerdas vocales. La sorpresa llega camino de la barra, cuando unos contenedores con pantalla me atraen como una polilla. Por primera vez han instalado unos puntos de autoservicio para cargar tu cerveza, como quien se hace un café de cápsula. Una máquina expendedora de birra, lo que me faltaba por ver. ¿Esto lo saben los alemanes?
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Las luces estroboscópicas de Basoa nos atrapan lo justo porque hay que ver a Pulp. Si algo se aprende en el BBK Live es que hay que respetar a los clásicos. Apuesta segura. Y tanto. Lo mejor de la noche con un Jarvis Cocker en estado de gracia. Frases chapurreadas en euskera y lanzamiento de bombones incluido. Una lástima estar a tantos metros de distancia, que un rugido del estómago recuerda que sería el momento ideal para tomar el postre.
Tapones, desayuno y yoga
La despedida del recinto llega tras una dosis de bailoteo con Ca7riel & Paco Amoroso. Hora de la cuarta lanzadera. Eso sí, esta vez el camino hasta el autobús es en penumbra, como si estuvieras camino del Bosque Prohibido de Harry Potter. Bendita linterna. Y a la llegada al camping, me felicito por el día en que se me ocurrió llevar siempre encima el cepillo de dientes en los festivales. Que no está de más ahorrarse un trayecto de la tienda al baño cuando llegas a dormir sin sentir las piernas. Resuena al fondo la electrónica de Kaytranada y un generador que no da más guerra de la cuenta gracias a los tapones. Antes de ponerme en posición horizontal, una última apreciación. El colchón está ligeramente inclinado hacia abajo, así que la almohada pasa al lado contrario. Linterna apagada y que, por favor, los vecinos no sean muy ruidosos.
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Tras un sueño reparador -en un festival con 5 horas aguantas lo que te echen-, toca desayunar. Y en la mesa compartida una cría vestida con una batamanta de Stitch anima el cotarro. Carlota cuenta que ella y su madre Henar han ganado un descuento de 150 euros en vuelos jugando en el recinto. Es su primer festival y llega desde Palencia gracias a la promesa de que este verano vería un concierto de Nathy Peluso. «Me gustaron mucho Ca7riel & Paco Amoroso». Hay cantera. A sus nueve años hay que reconocerle el aguante.
Y antes de volver al punto de partida y de disfrutar de los conciertos urbanos y gratuitos del ciclo Bereziak, toca hacer algo de ejercicio. Hay clase de yoga en el propio camping. Las asanas y yo no nos cruzábamos desde la pandemia, pero está claro que el cuerpo ha agradecido los estiramientos. Bueno, y la crema de piernas cansadas, mi truco predilecto para aguantar la tralla de los festivales. Ducha, pequeño susto por una invasión de hormigas en la tienda y vuelta al autobús lanzadera, que hay que seguir sumando conciertos. El camino del festivalero lo marca la música.
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