El despropósito del arbitraje
Salen al campo dos equipos intensos, uno para intentar ganar y el otro para intentar no perder. Hay disputas, pendencias menores, nada grave, discusiones a ... veces que se diluyen enseguida. Lo normal en un partido de fútbol. Fricciones que se repiten desde que se inventó este deporte. No pasa nada. Lo malo es cuando hay alguien que por querer conseguir protagonismo acabe estropeándolo todo.
El arbitraje es necesario con sus aciertos y sus errores. No se puede sustituir por la inteligencia artificial. Tiene que haber un colegiado en el césped, pero su labor es mejorar el producto y no estropearlo como sucedió en San Mamés con Alejandro Quintero. Es cierto que el andaluz no influyó en el resultado porque la victoria del Athletic, vistos los méritos de los dos equipos, es más que merecida. Pero no deja de ser significativo que, pese al resultado final, fuera despedido con una de las más sonoras pitadas que se han escuchado en La Catedral en los últimos tiempos.
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Hablemos de unas cuantas jugadas. Vayamos, por ejemplo, a la tarjeta amarilla que recibió Muriqi. Cayó al suelo, perdió el balón que se llevó Robert Navarro y, cuando estaba entrando al área en buena posición, el árbitro paró el juego para amonestar al jugador que seguía protestando la acción. Prefirió cortar la jugada, de evidente peligro, para reparar su ego herido porque un delantero, en pleno fragor del partido, le recriminaba desde el suelo.
Por no hablar de la última y esperpéntica acción cuando Maroan recibió una patada por detrás de Leo Román, que pretendía cortar de raíz una evidente ocasión de gol. El portero tiene disculpa, a pesar de la dureza de su acción, porque la cometió para evitar lo inevitable, pero el árbitro no. Dejó seguir la jugada y, apenas un segundo después, señaló falta de Nico Williams cuando fue a la disputa del balón suelto. Surrealista todo. En vez de parar a la primera, porque era tarjeta roja clara, dejó seguir y cuando Nico hizo la falta, si es que lo fue, que tampoco está claro, debió volver atrás porque la ley de la ventaja no fue demasiada ventaja para el Athletic. Al final, tarjeta amarilla para Leo Román, amonestación para el pequeño de los Williams por disparar a puerta y falta en contra, que, por supuesto, Leo Román también intentó rematar, porque seguía en el campo.
Es cierto que el colegiado no influyó en el resultado, pero fue despedido con una sonora pitada
Cuando la mayor parte de las tarjetas en un partido son por protestar es que pasa algo. Si un jugador, en este caso Antonio Sánchez, deja a su equipo con uno menos después de ver dos amarillas en menos de cinco segundos habrá que ponerse a analizar si la actitud del señor que arbitra es la adecuada. Y eso que el expulsado era del Mallorca y beneficiaba al Athletic, pero algo hizo saltar la chispa para que sucediera lo que sucedió.
En el arbitraje se cambian tonterías como lo de recortar el segundo apellido, pero lo sustancial permanece. Habrá que ver si el colegiado andaluz que dirigió el partido de San Mamés, y contó con la templanza de los jugadores, entra en esa nevera que solo enfría después de las polémicas entre Real Madrid y Barcelona. Los demás no cuentan. Y el despropósito de San Mamés quedará en el olvido en cuestión de días o de horas.
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