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Karri Bilbao
Viernes, 14 de marzo 2025, 01:06
Cada viernes, Karri Bilbao nos comparte las historias y experiencias que vive con sus amigas. Tras años de convivencia en pareja han regresado a las noches (y tardeos) de la villa.
Recibo un mensaje de Andoni a media mañana del miércoles, cuando menos lo espero. Regresa con un qué tal y una propuesta para vernos el ... viernes a partir de las siete. Sin un plan por definir, respondo de inmediato que sí con un emoticono y una sonrisa en los labios. Pienso en alternativas para nuestra segunda cita y dudo entre proponerle un tributo en el Azkena o una sesión de cine en la Alhóndiga. Pero antes de decidirme por cuál; si música en directo o última película de estreno, me envía un audio por WhatsApp con la sugerencia de asistir a un concierto en la Sala Santana. De acuerdo con ello, comprará él las entradas por anticipado y ya haremos cuentas.
El pronóstico del tiempo anuncia lluvia y temperatura agradable, así que opto por vestirme con una chaqueta ligera, botín de tacón alto, vaquero y jersey negros. No saber nada sobre él en varios días ha acentuado mis ganas de verle. Puntuales a la cita en la salida del metro en Bolueta, nos saludamos con dos besos y, de camino, nos contamos cómo ha ido la semana y qué haremos mañana con las respectivas cuadrillas. De viaje por trabajo hasta ayer, Andoni comenta que necesita desconectar del ajetreo laboral y que no pasa por su mejor momento. Hijos adolescentes se suman a los quebraderos de cabeza cotidianos y, a pesar de considerarse optimista, le cuesta afrontar un presente con tantos altibajos. Yo, sin embargo, me siento en equilibrio y con cada cosa más o menos en su sitio, sin grandes batallas personales ni laborales que librar en el horizonte. Finalizado el resumen de los últimos días, nos adentramos en el local cogidos de la mano. Botellines de cerveza y un brindis por nosotros con un beso en los labios que surge con naturalidad para empezar…
Me agrada cómo me acaricia con los dedos bajo la nuca mientras tarareamos canciones y nos movemos acompasados. Reconozco que me gusta más de lo que quisiera y eso me asusta. Es un sentimiento que se repite tras nuestro paseo por el muelle de Uribitarte. Enamorarse es bonito, pero no entra en mis planes. Desde que me divorcié, he construido muros de defensa imaginarios para protegerme del amor y sus consecuencias. No huyo de la compañía masculina y sus beneficios en tantos sentidos, pero sí de la idea de estar pendiente de alguien que antes o después me decepcionará y hará sufrir o a quien yo pueda herir y decepcionar sin ni siquiera ser consciente. Es cuestión de tiempo que la descompensación aparezca para desequilibrar la balanza por múltiples razones; incumplir expectativas, amar sin ser amado, no querer por mucho que te quieran, cansarte de llevar siempre las riendas o, por el contrario, soltarte a la deriva para caer en manos de la apatía. Todo esto lo razono al tiempo que tardo en ir y volver del servicio y eso que no había mucha cola…
Tras un último 'beste bat' suena la canción que da por finalizado el concierto. De regreso en el metro nos reímos sobre tonterías que no vienen al caso. Me gusta su sentido del humor, nuestros similares puntos de vista sobre asuntos y circunstancias dispares. Tomamos una cerveza en el Molly Malone de Estraunza, próximo al apartamento donde vive cuando sus hijos no están con él. Entre risas y alguna que otra confidencia, nos besamos y pregunta si quiero subir a su casa a tomar una copa. Le respondo que me iré pronto porque he de madrugar mañana, pero acepto encantada su invitación.
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