
El heroico maquinista de Miraballes
En 1891. ·
Pedro Jaca vio el expreso que venía de frente y logró detener su tren: habría podido salvarse saltando de la máquina, pero se quedó para dar contramarchaSecciones
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En 1891. ·
Pedro Jaca vio el expreso que venía de frente y logró detener su tren: habría podido salvarse saltando de la máquina, pero se quedó para dar contramarchaDurante unos cuantos años, buena parte de los españoles sabían muy bien a quién correspondía el nombre de Pedro Jaca. Y eso que, como publicó ... el 'Diario de Burgos' en uno de sus artículos sobre el terrible siniestro de Quintanilleja, hasta el 23 de septiembre de 1891 el ferroviario vizcaíno no era más que eso, «un simple maquinista, uno de esos mil curtidos por la intemperie, ahumados por el carbón de piedra, a quienes vemos con tanta frecuencia pasar como una exhalación, envueltos en su grasienta blusa azul, de pie sobre la plataforma de su máquina». Su muerte heroica hizo que este hombre –«uno de tantos, una cifra más entre los empleados del ferrocarril, un renglón en las nóminas»– adquiriese «una popularidad inmensa» y se granjease a título póstumo «las simpatías de toda España, de todo el mundo». Entrado el siglo XX, los periódicos todavía lo seguían citando como ejemplo de abnegación y sacrificio.
Aquella noche de septiembre, Pedro, de 30 años y nacido en Miraballes, conducía el tren mixto que llegaba a Burgos desde Venta de Baños, cargado con pasajeros –muchos, procedentes de las fiestas de Valladolid– y con ganado vacuno y ovino. Ya había pasado la estación de Quintanilleja y se aproximaba a la capital burgalesa, por un tramo de vía única, cuando el maquinista divisó a lo lejos un farol rojo que se aproximaba a notable velocidad: era el expreso procedente de Irún, repleto de veraneantes que regresaban de sus vacaciones en el Cantábrico, al que, por un «error funesto», habían dado salida de Burgos antes de tiempo. Pedro Jaca logró detener su tren, mientras el otro continuaba su avance inexorable, y seguramente habría podido salvar la vida saltando en ese momento, pero permaneció en su puesto, en un intento desesperado de que el contravapor evitase, o al menos atenuase, el desastre. «Se abrazó valerosamente a la palanca para ponerla a contramarcha... Unos segundos más y el tren hubiera retrocedido», recogía el 'Diario de Burgos'.
El choque fue brutal y los testigos nunca pudieron olvidar aquel paisaje de muerte y destrucción, ni los penosos lamentos de los heridos que se sumaban a los gemidos del ganado. Era, según describió el semanario 'La Ilustración Artística', «un espectáculo aterrador», con los vagones «destrozados en inmenso e informe montón» y supervivientes que corrían de un lado a otro sin saber qué hacer. Murieron quince personas, casi todas ocupantes del expreso: los nueve vagones que transportaban los animales, interpuestos entre la locomotora y los coches de viajeros, amortiguaron el impacto para los pasajeros del mixto.
Entre los fallecidos figuraba una niña de 4 años, Francisca Asís Álvarez, hija del marqués de Camarines, y algunos viajeros ilustres como Celestino de los Ríos, magistrado de la audiencia de Vitoria, o Lorenzo Leal, exdirector del periódico 'El Guipuzcoano'. Había al menos un bilbaíno, el comerciante Juan Aburto, y también dos ingleses, Maurice Long y William Cotton. Los heridos, muchos de gravedad, superaron el centenar. A Pedro Jaca lo encontraron aún vivo, con el vientre atravesado por una palanca, y fue capaz de pronunciar unas últimas palabras que los diarios reprodujeron así: «Muero satisfecho, he cumplido con mi deber y he salvado la vida a muchos semejantes míos».
Aquel accidente causó una profunda conmoción en todo el país. Entre tanta noticia desoladora sobre muertos y heridos, la figura del noble maquinista aportaba un contrapunto edificante, una especie de refugio ante tanta tristeza, y de inmediato prendió la llama de la admiración: empezaron a convocarse suscripciones públicas para ayudar a su viuda, Lucía Gumucio, y a su hijita de 5 años, Genoveva. La propia reina regente, María Cristina, acudió a los funerales con el príncipe Alfonso y las infantas María de las Mercedes y María Teresa, se entrevistó con la viuda de Pedro y se comprometió a sufragar la educación de la niña, además de aportar mil pesetas a una de las cuestaciones.
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En Bizkaia, la prensa logró reunir en tres semanas 7.767 pesetas y la Cámara de Comercio recaudó 5.315. El Ayuntamiento de Burgos cedió una sepultura a perpetuidad y abrió su propia suscripción con 500 pesetas, mientras que la compañía ferroviaria decidió «mantener como vivo» a Pedro Jaca en sus nóminas de personal hasta que llegase la mayoría de edad de la hija. La viuda, que publicó una carta de agradecimiento por tantas atenciones, estaba embarazada y dio a luz a otra niña, Felisa, en enero de 1892. La familia estableció su residencia en León.
El Ayuntamiento de Bilbao costeó «una preciosa lápida de mármol blanco de Carrara» en honor del «infortunado y heroico» Pedro Jaca, que se instaló sobre su tumba de Burgos. En la propia villa, en el andén de salida de la Estación del Norte, se colocó también una placa en memoria del desventurado ferroviario vizcaíno, adornada con el relieve de una rama de mirto. Las autoridades planearon además levantar un monumento a Jaca en el propio lugar del accidente, allí donde «supo dar su vida en holocausto de los demás», tal como lo expresaba el capitán general de Burgos, partidario del proyecto. Pero, finalmente, se optó por homenajear a todas las víctimas de Quintanilleja en el viejo cementerio de la ciudad castellana, con una escultura que desapareció años después, cuando se construyó allí el seminario.
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