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Josemi Benítez
El día de los dos accidentes de tren en Bilbao

El día de los dos accidentes de tren en Bilbao

En 1891. ·

Un convoy arrolló a una descargadora de bacalao y una locomotora sin control se llevó por delante los topes y 'voló' al callejón de detrás del Ayuntamiento

Domingo, 26 de enero 2025, 00:54

El 3 de diciembre de 1891 fue un «día nefasto», según lo describió 'El Noticiero Bilbaíno', porque parecía un exceso de mala suerte que en la villa ocurriesen dos accidentes ferroviarios en la misma jornada. No obstante, el propio periódico discriminaba entre los dos hechos: uno de ellos era «una catástrofe» y el otro, «una desgracia», aunque en realidad ambos provocaron el mismo número de víctimas mortales, una cada uno, y en los dos casos se trataba de una mujer de escasos recursos. La distinción se debía al alcance material del desastre, ya que en uno de los sucesos hablábamos de un simple arrollamiento, algo demasiado habitual en el tramo donde ocurrió, y en el otro, en cambio, se había producido un siniestro espectacular, con una locomotora sin control que salió 'volando' de la estación y aterrizó de morro catorce metros más abajo, en plena vía pública.

También aquí empezaremos por este último, aunque sea cronológicamente posterior. A la una de la tarde, una máquina (la número 4, bautizada como 'Lamiaco') venía por la ruta Las Arenas-Bilbao arrastrando cinco vagones cargados de tierra que se había extraído de un túnel en construcción. A bordo viajaban seis personas: el maquinista, el fogonero, el director de la línea y otros tres operarios que habían montado en los vagones. Al llegar a la estación de San Agustín, detrás de la actual Casa Consistorial de Bilbao –cuya construcción se estaba completando entonces para inaugurarla en abril del año siguiente–, el tren llevaba demasiada velocidad y no obedeció a los frenos. El conductor dio contravapor, pero no logró que el convoy ralentizara su marcha. «Atravesó rápidamente la estación sin dar a los empleados más tiempo que el necesario para arrojarse a los costados de la vía, y la máquina entonces se precipitó con gran estruendo desde el murallón», relató 'El Noticiero'. En su imparable avance se llevó por delante los topes, reforzados con mampostería, y una lluvia de aquellas piedras barrió la escalera de acceso a la estación. La propia locomotora se precipitó a la calle, destrozando el barandado, y se estampó sobre el callejón trasero del Ayuntamiento, donde quedó volcada sobre el costado derecho. El enganche se rompió y gracias a eso los vagones permanecieron arriba, en la estación, aunque el primero resultó totalmente destrozado. Por fortuna, no estalló la caldera.

Cerillas, jabón y alfileres

Cuando se produjo el accidente, estaban subiendo por la escalera tres personas: la aldeana Eusebia Mendívil, el «respetable y conocido caballero bilbaíno» Enrique Gana (así lo presentaba 'El Nervión') y un joven estudiante. Las piedras que salieron disparadas por el empuje de la locomotora impactaron sobre la mujer, que quedó «horriblemente destrozada» y falleció. Cuando desescombraron la zona, encontraron su cadáver de rodillas. Eusebia tenía 34 años, era natural de Mendexa y residía con su marido en Erandio. Había venido a la capital para hacer unas compras y se disponía ya a coger el tren de regreso. Llevaba 45 céntimos en calderilla y un cesto con «63 cajas de cerillas, tres pedazos grandes de jabón, una caja de añil, dos paquetes de harina y dos papeles de alfileres», según especificó la crónica de 'El Noticiero'. El estudiante recibió una pedrada sin importancia en una pierna y el señor Gana salió indemne. Durante los días siguientes acudieron multitudes a contemplar la máquina accidentada, mientras los mecánicos de la empresa la iban desmontando para retirarla.

Grabado publicado en su día por 'La Ilustración Española y Americana'.

El otro suceso había ocurrido poco antes de mediodía, cuando las mujeres que descargaban el bacalao en los muelles iniciaban el descanso para comer. Varias de ellas avanzaban por Ripa cuando se cruzaron dos carros, uno de ellos con ladrillos, y María Bilbao, de 35 años y nacida en la propia villa, se apartó para no ser arrollada y se introdujo en el trazado del ferrocarril del Norte. Justo en ese momento se acercaba una locomotora (la número 14, 'Alfaro') que acababa de dejar varios vagones de mercancías en Uribitarte. «Instantáneamente fue alcanzada la infeliz mujer y, dándole un terrible topetazo, la arrojo contra los raíls. Un grito de angustia que se oyó desde El Arenal fue lo único que la desgraciada pudo articular», relataba 'El Nervión'. Su cuerpo se cubrió con la manta que bajó un vecino. En el lugar se concentró tal cantidad de curiosos que a punto estuvo de ocurrir otra desgracia cuando pasó el ferrocarril de Portugalete de la una menos veinte, obligado a avanzar con «grandísimas precauciones» entre el gentío.

En su editorial del día siguiente, 'El Nervión' se planteaba cuál habría sido el alcance del siniestro de San Agustín si hubiese ocurrido en verano, cuando «transitan por el lugar a todas horas del día multitud de viajeros», y reclamó que se construyera un «fuerte muro de contención» para prevenir nuevos accidentes. Sobre el otro suceso, deploraba su carácter cotidiano: «Como son tantas las personas que han sido aplastadas en aquellos parajes, ha llegado la ocasión de evitar su repetición», exigía. Los trenes de Portugalete habían adoptado, con mucho éxito, la medida de avanzar por ese tramo «moderando su marcha y tocando constantemente el silbato», pero las máquinas del Norte tenían que «pasar a gran velocidad por un trozo de la vía de Ripa» si pretendían superar la cuesta hacia su estación.

Máquinas a la calle

El accidente de San Agustín prefigura en cierto modo el ocurrido cuatro años más tarde en la estación parisina de Montparnasse, en el que se tomó esta foto icónica de la locomotora estrellada en plena calle. También en nuestra estación de Abando ocurrió, y dos veces , en 1896 y en 1927.

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