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La Torre Iberdrola es probablemente uno de los edificios en los que, aunque nunca hayas entrado, conoces y ubicas de sobra. El rascacielos más alto de Euskadi, que se ve desde diferentes puntos de la ciudad, ha despertado la curiosidad del investigador y divulgador Erik Harley (Terrassa, 1993), que se hizo conocido en redes sociales por exponer de manera clara y creativa sus críticas arquitectónicas sobre diferentes edificios, monumentos y enclaves a lo largo y ancho del país.
Este experto en Estudios Urbanos y graduado en Bellas Artes explica «el autor de esta joya» es César Pelli, el mismo que diseñó las Torres Petronas de Kuala Lumpur, la Torre de cristal en Madrid o la Mítikah en Ciudad de México. El autor de libros como 'Pormihuevismo, rutas por la España del ladrillo' explica que «este arquitecto de origen argentino es especialista en edificios altos con mucha, muchísima cristalera», comparte con sus más de 470.000 seguidores en Instagram.
«En 2007 le dijeron 'César, haznos un rascacielos en Bilbao' y el respondió dos cosas, uno: 'sujétame el cubata' y dos, '¿Os importa que parezca una aseguradora?' Spoiler: no es importó», explica Erik, impulsor del falso movimiento artístico 'Pormishuevismo', creado con el fin de explicar «aquella arquitectura especulativa, corrupta, gentrificadora y salsichera». Una corriente en la que Harley opina que la Torre Iberdrola encaja a la perfección.
Tal y como indica el urbanista, en 2012 se inauguró esta torre en pleno centro de la capital vizcaína con 165 metros repartidos en 41 plantas. «Dato curioso: César Pelli comentó que si extendiéramos las aristas de la torre hacia el cielo se unirían a los 1.000 metros de altura, creando una 'torre virtual' que sería la más alta del mundo. Siguiendo esta lógica aplastante, si mi abuela tuviese ruedas, sería una bicicleta», concluye.
El influencer también ha lanzado en una de sus publicaciones una crítica contundente contra el aeropuerto de Bilbao al que se refiere como «un templo al ego, una catedral a la complicación, una infraestructura de transporte aéreo con forma de pájaro». Explica que este proyecto de Santiago Calatrava supuso una estrategia para dejar atrás el pasado gris e industrial de Bilbao «y dar la bienvenida a los colorinchis del siglo XX». En cuanto al coste del proyecto, señala que se trató de una inversión inicial de «90 millones de lerelos», a los que hay que añadir «65 millones en reparaciones».
Uno de los detalles que no ha pasado por alto es el momento de la inauguración de la terminal de Loiu, cuando hubo que acordonar el pasillo subterráneo que lleva al parking porque comenzó a filtrarse agua desde el techo. «Llovió dentro del aeropuerto», afirma. Esto, lejos de ser un hecho puntual que podría haberse quedado en una anécdota, se convirtió en el inicio de una problemática que se alargó con los años. «Fue el sistema de climatización por filtración involuntaria y todas esas goteras duraron 17 años». añade.
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