Lo que nunca has visto de la Torre Iberdrola, un 'pueblo vertical' con duchas, sala de lactancia, fisio, oficina de Correos…
Entramos en el rascacielos más alto de Euskadi, un 'pueblo vertical' con una comunidad de trabajadores que han desarrollado un llamativo sentimiento de pertenencia: «Para mí, es mi casa»
Es asombroso, a poco que nos movamos por Bilbao, la cantidad de veces que acabamos viendo, de cerca o de lejos, la Torre Iberdrola. De pronto, nos pilla desprevenidos al fondo de alguna perspectiva, como un reluciente tótem de la nueva villa que asoma la cabeza –o el cuerpo entero– cuando menos lo esperamos. El edificio de César Pelli, el rascacielos más alto de Euskadi, lo conocemos de sobra por fuera, y ya nos hemos acostumbrado a esa forma de estilizado prisma triangular que se ahúsa al estirarse hacia las nubes. En cambio, su interior conserva cierto aire de misterio para los propios bilbaínos, a menos que formen parte de ese censo de unas tres mil personas que trabajan en alguna de sus 41 plantas. Son los habitantes de este pueblo vertical, una comunidad con un llamativo sentimiento de pertenencia, y unos cuantos nos acompañarán hoy en este recorrido de abajo arriba.

«Intentamos que sea algo más que un edificio de oficinas», plantea la directora de la torre, Elena Lázaro, una «arquitecta reconvertida» que está aquí desde la fase de construcción y conoce cada rincón de este gigante levantado con 60.000 metros cúbicos de hormigón y 15.000 toneladas de acero. ¿Cuál es su lugar favorito de estos 50.000 metros cuadrados? «El lobby –responde sin dudar–. Es donde se siente la vida de la torre: funciona como nuestra plaza del pueblo. Y espacial y arquitectónicamente es una joya». A la 'alcaldesa' de la torre le gusta destacar detalles sutiles que pasan desapercibidos al observador ocasional, desde la silicona de la fachada («no es negra, es gris, y eso hace que la estructura sea más ligera visualmente») hasta la exigencia técnica de la escalera escultórica que domina el hall («parece sencilla, como si hubiese estado siempre ahí, pero fue una cosa complejísima»).
Son las once de la mañana y delante de la puerta, situada en el pico sur de la torre, charla un grupo de becarios que apuran sus quince minutos del café: uno de ellos está contando su ascensión al Kilimanjaro. Goiane Urrutia y Núria Oliva, de la consultora Leyton, en la planta once, fuman un cigarrillo: «Trabajar, aquí se trabaja como en todos los sitios, pero tenemos servicios muy interesantes», comentan, y van repasando los vestuarios y duchas gratuitos, la sala de lactancia, el fisioterapeuta, las oficinas de Correos y de El Corte Inglés...

Una vez dentro, el lobby da cierta sensación de estar circulando en sentido contrario, porque es el momento en el que muchos salen de estampida a los bares más cercanos: eso permite comprobar que, más allá de la imagen estereotipada de señores con corbata que uno asocia a este mundo amurallado con txartelas de identificación, hay también un montón de jóvenes con atuendo menos formal. «A esta hora se llena de chavales, porque las empresas grandes tienen mucha gente joven», explica Fernando Allende, que trabaja en la aseguradora AON (planta 8) y está esperando en el vestíbulo a su hijo, empleado en otra empresa. «Para mí, la torre es mi casa, le tengo mucho cariño. Entramos al mes de abrir, fuimos de los primeros», dice. ¿Qué es lo que más le gusta de trabajar aquí? «En la -2 hay un servicio de vestuario con tres o cuatro duchas. Yo salgo a correr mis doce kilómetros a mediodía y así puedo volver a trabajar sin problema. Vamos un grupo de gente de distintas empresas», comenta Fernando.

–¿Y las vistas qué?
–Impresionantes. A mí me gusta mucho el cine y he subido a la planta 29 a Ricardo Darín, Javier Gutiérrez, Maribel Verdú... Y también a algún árbitro de fútbol.
Durante años, la planta 25 albergó un mirador al que se podía acceder los fines de semana, pagando una entrada, pero se acabó cerrando en 2020 ante la demanda de espacios para oficinas. Después de aquello, ha cundido la idea de que no existe ningún espacio de la torre abierto al público, pero no es así: aquí dentro se puede comer un menú del día. «Claro que se puede venir desde la calle, pero mucha gente no lo sabe. El 99,9% de nuestros clientes es de la casa, salvo algunos grupos que vienen, por ejemplo, del Bizkaia Aretoa», explica la gerente del restaurante Torre Iberdrola, que tiene el nombre más adecuado para trabajar bajo la advocación de una eléctrica: se llama Luz Saralegui. «Un señor me preguntó si me habían contratado por eso», sonríe. Aquí, en la planta 2, se sirven unas 300 comidas diarias de lunes a jueves y bastante menos los viernes, cuando muchos adelantan el fin de semana y se apañan con unos pintxos en la barra. Luz, también veterana de la torre, ha acabado conociendo a una buena proporción de los 'vecinos': «Luego, de vacaciones, te cruzas con alguno y lo saludas, pero muchas veces tardas en ubicarlo vestido de sport».

Hay 22 ascensores, y no todos valen para llegar a todos los pisos. Tampoco todos corren lo mismo, aunque lento no hay ninguno: si el elevador de una casa convencional se mueve a 0,8 metros por segundo, los más rápidos de aquí son torpedos que alcanzan los 6, e incluso hay humildes montacargas que van a 3. Suben con tanta suavidad que uno no se da cuenta del movimiento hasta que le cosquillean los oídos. En estos momentos la torre está al 100% de ocupación –un 'completo' que también se alcanzó durante algunos meses del año pasado– y alberga 67 empresas. Apeémonos, por ejemplo, en la planta 14 y hagamos una visita a Accenture, que reparte sus oficinas entre este piso y el sexto, con un total de 430 plazas. ¿Plazas? Digámoslo así, porque aquí los empleados no tienen una mesa asignada, sino que van reservando el lugar que más les apetece cuando vienen a hacer trabajo presencial. Nada más entrar, el visitante se topa con el 'rincón de trofeos', donde las principales firmas a las que prestan servicio están representadas por un objeto: unas zapatillas infantiles de Vans, unas pelotas de tenis de Forum, un paquete de 'gigli al pomodoro' de Eroski... Es una singular irrupción de lo físico en un entorno donde prima lo virtual: en las pantallas de los ordenadores abundan las videoconferencias, esos mosaicos de caritas atentas, y también hay, por ejemplo, un centro interactivo para ingresar con gafas de metaverso en el gemelo digital de una subestación eléctrica, sea eso lo que sea.
Las cifras de la Torre Iberdrola
165 metros
de altura mide la Torre Iberdrola, el rascacielos más alto de Euskadi y el noveno de España. Tiene 41 plantas, además de otros cinco niveles bajo rasante. La superficie total es de 50.000 metros cuadrados y las fachadas suman 20.000 metros cuadrados.
60.000 metros
cúbicos de hormigón se emplearon en la construcción del edificio, además de 15.000 toneladas de acero, diez kilómetros de cable de acero y 5.000 módulos de vidrio.
200 millones
de euros costó la obra, que empezó en 2007 y concluyó en 2011. En ella participaron 6.000 trabajadores. La inauguración oficial, en presencia del rey Juan Carlos, fue el 21 de febrero de 2012.
En un mundo tan liberado de las ataduras de esta realidad tridimensional nuestra, ¿ya importa estar ubicado en la Torre Iberdrola o en cualquier otro sitio? «Por supuesto. Es un edificio emblemático, una buena presentación, pero no solo eso: tenemos muchos clientes trabajando en la propia torre y nos podemos reunir fácilmente: esos momentos de encuentro físico siguen siendo muy importantes y la torre permite que sean una experiencia diferente. Además, este es un lugar luminoso, al que gusta venir a trabajar, y permite crear muchos espacios», reflexiona la directora de Accenture en Euskadi, Isabel Camarero, que también destaca la comodidad de algunos servicios: en las elecciones, por ejemplo, mucha gente acaba votando por correo desde la oficina del propio edificio.

La consultora es, por cierto, uno de esos viveros profesionales que bajan la edad media de la comunidad: son personas como el vitoriano Aitor Hernández, que estudia quinto curso del doble grado de Ingeniería Informática con Ciencia de Datos e Inteligencia Artificial, en Deusto. «Llevo algo más de un mes de prácticas. Siempre veo la torre desde la universidad, claro, pero nunca había entrado, y la primera vez impone bastante... El hecho de entrar, identificarme y subir me sigue gustando», detalla, aunque el 'hit' de sus relatos en casa son esos rasgos modernos de una empresa con préstamo de libros y paredes en las que se puede pintar. «En casa flipan con el Cola-Cao y el café gratis y, sobre todo, con que saquen cajas de fruta a las once».
Así que, manzana en mano, nos vamos otro tanto más arriba. La 29 es una escala obligada: se trata de la planta diáfana destinada a eventos, esa a la que Fernando Allende ha subido más de una vez con estrellas de la pantalla. Son mil metros cuadrados a 131 metros de altura –en teoría, si la torre se prolongase y se siguiese estrechando más allá de toda sensatez, acabaría formando un vértice a mil metros– y justo están preparando las mesas para una cena: el sol reluce en las copas. Ya desde la 14 se dominaba un curioso Bilbao de tejados y azoteas, pero aquí la sensación se acentúa y la villa empieza a parecer manejable como una maqueta. La mirada se lanza a callejear hasta que, de pronto, irrumpen dos colosos que bloquean el panorama, lo emborronan, lo aclaran y desaparecen: son los cristaleros en una de sus pasadas torre abajo. Luego nos los volveremos a encontrar.
Las cifras de la Torre Iberdrola
100% de ocupación
tiene ahora mismo la torre. La proporción de espacios alquilados varía, pero también el año pasado se alcanzó el 'lleno' durante unos meses. Ahora mismo hay 67 empresas. Los propietarios de la torre son Iberdrola (68%) y Kutxabank (32%).
22 ascensores
y cuatro montacargas dan servicio al edificio, que tiene un retén permanente de la empresa de elevadores. Se tarda 27 segundos en alcanzar la planta 38, el nivel más alto al que se puede llegar en ascensor. Las plantas superiores de la torre, a partir de ahí, son técnicas.
2.000 trabajadores
entran a diario en la Torre Iberdrola, pero en realidad los acreditados superan los 3.000: lo que ocurre es que, lógicamente, no acuden todos en todas las jornadas.
Para subir a la planta 33, hay que bajar hasta el hall, porque la sección superior del edificio, ocupada por la propia Iberdrola, cuenta con sus propios accesos y controles. El ascensor tarda tan poco en llegar arriba que parece que nos hemos quedado para siempre en un mundo virtual. ¿Cómo es trabajar aquí, como sobrevolándonos a todos? «Yo me siento afortunada. Para mí es un privilegio: veo la casa donde crecí, la fachada de mis abuelos, la evolución de Bilbao... A lo mejor estoy concentrada en el ordenador, levanto un momento la vista y me encuentro con San Mamés, Doña Casilda, la grúa... Y con unas terrazas maravillosas que desde la calle ni te imaginas», resume Elena Villanueva, que se ocupa de selección y atracción de talento en la empresa energética.

Claro que los que más alto llegan son, sí, los cristaleros: para bajarse de su barquilla, tienen que hacer una maniobra que incluso los alza unos metros por encima de la azotea. Son Eudi González, un chileno-madrileño con mucha experiencia, y Natxo Rodríguez, un vizcaíno que solo lleva un mes. Hablemos del vértigo... «Al principio yo pasé mucho miedo. Me agarraba y mi mente me decía que no me soltase. Después soñaba con ello, ¡en caída libre! Estuve un par de meses sufriendo. Aquí el compi no tiene miedo, pero hubo otros que pasaron la selección y después no se atrevieron a subir», sonríe Eudi. ¿Cómo que no tiene miedo, Natxo? ¿A qué se dedicaba antes? «He hecho de todo: mecánico, electricista, montador de muebles... Lo más parecido fue reparar farolas en una grúa pequeña, ¡y pensaba entonces que estaba alto!», se asombra.«Siempre se habla de lo que vemos desde aquí, pero es más impresionante cuando estamos colgados con neblina y no vemos nada», apunta Eudi. También pueden atisbar por sorpresa el interior de los despachos, pero hacen gala de discreción sacerdotal y no confiesan a cuánta gente pillan jugando al Candy Crush.
«Al principio pasé mucho miedo. Después soñaba con ello, ¡en caída libre!», explica el cristalero más veterano
Los dos compañeros, del grupo CoxGomyl, completan cuatro o cinco bajadas al día –que cubren un ancho de tres planchas de vidrio cada una–, no salen si llueve o hace mucho viento –aunque disponen de un sistema de sujeción con ventosas– y no se limitan a limpiar: también revisan las junturas y el grosor de los cristales y los cambian cuando hace falta. En sus itinerarios por las fachadas, como si fuesen las casillas de un juego, hay un momento abierto a lo imprevisto: cuando llegan al letrero de Iberdrola. «Ahí están los invitados, los halcones que traen a sus presas y dejan sangre y huesos de paloma».
El helipuerto tiene licencia para emergencias, pero nunca se ha usado: sí ha sido escenario de algunas aventuras como la entrega de coches de un sorteo, con dos vehículos que se izaron hasta aquí con grúa, o una actuación de Kepa Junkera en plena madrugada, para abrir en directo el festival vasco de Boise, Idaho. Aquí arriba, a 165 metros o a 1.141 escalones del suelo, uno se siente como aquel capitán pirata con Asia a un lado y al otro Europa, pero con el Guggenheim y San Mamés como hitos del mapamundi bilbaíno.

Desde la azotea divisamos, claro, todos esos sitios desde los que se ve la Torre Iberdrola. Los caseríos de lo alto de Artxanda están ahí delante, a la altura de los ojos, y las perspectivas interesantes se acumulan: los edificios que se arremolinan y trepan atolondradamente hacia Santutxu; la Torre Bizkaia, hermanada de pronto en dimensiones con las casas de alrededor... Pero los ojos siempre acaban buscando la vía de escape del botxo, que conduce al cono del Serantes y, en días de aire despejado, ofrece la recompensa de un parche azul de mar.
José Manuel García, el director de Seguridad de la Torre Iberdrola, es probablemente la persona que más veces ha estado aquí: «Empecécuando solo había barro y los cristales llegaban a la planta 8 –evoca– y vine con vértigo, pero hubo un momento en que se me pasó. Ahora el helipuerto es mi lugar favorito de la torre, ideal para pensar».
– ¿Y hacia qué lado prefiere mirar mientras piensa?
– Siempre al mar.
Cuatro rascacielos de Bailén y casi el doble que la Torre Bizkaia
Al contemplar Bilbao desde lo alto de la Torre Iberdrola, una de las reflexiones inevitables es la de cómo ha avanzado el concepto de rascacielos. En realidad, en la capital vizcaína, ese término solo se suele aplicar habitualmente al Rascacielos de Bailén, que fue el edificio más alto de la villa desde los años 40 hasta finales de los 60. Se trata del primer inmueble de Bilbao que superó los 40 metros de altura: mide 43, aproximadamente la cuarta parte que la Torre Iberdrola.
Pero también el edificio que le sucedió en cabeza de la tabla parece pequeño desde aquí arriba. La Torre Bizkaia se inauguró en 1969 (entonces se llamaba Torre Banco de Vizcaya) y mide 88 metros, repartidos en 21 plantas. Equivale, por tanto, a algo más de la mitad de la Torre Iberdrola. Por supuesto, en los últimos años se han incorporado al 'skyline' bilbaíno varios edificios que se sitúan entre ambas alturas: se trata de tres de las torres de Garellano, con 119, 103 (esa es la casi homónima Bizkaia Dorrea) y 98 metros.
Los responsables de las principales firmas establecidas en la Torre Iberdrola suelen destacar que estar en un edificio emblemático ayuda a fichar buenos profesionales: «La retención del talento es un problema real y estar aquí da a las empresas un plus para conseguir a los mejores empleados», expone la directora, Elena Lázaro.
- Temas
- Torre Iberdrola
- Bilbao
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.