Pero no solo es experta la iglesia en relaciones sexuales y de pareja, también lo es en esa obcecación por mantenerse impermeable e imperturbable ante los aires de renovación y cambio. Si no fuese tan rematadamente machista y paternalista resultaría hasta candorosa esa recomendación incluida en el documento (y posteriormente eliminada, tras el consiguiente revuelo mediático) de que, los días de cumplimiento del deber marital (por usar su mismo lenguaje), los hombres deberían hacer un esfuerzo mayor para que ellas estén descansadas (como llevar a los hijos al parque o pasear un par de horas para que puedan dormir la siesta; no dicen nada de hacer la cena o limpiar los baños). Vamos, que no vengan luego con lo del dolor de cabeza, les ha faltado puntualizar a los señores obispos.
Porque la mujer sigue y seguirá siendo el sexo débil para la Iglesia, una de las instituciones más machistas y misóginas de nuestra sociedad occidental, que destina para nosotras un papel de obediencia y sumisión respecto al patriarcado y absolutamente secundario e irrelevante en el marco de su estructura eclesiástica. Y lo que es peor, sin visos de enmienda. En pleno siglo XXI, y mientras conseguimos dinamitar techos de cristal en instituciones que nos antojaban inaccesibles hasta hace bien poco, la Iglesia sigue siendo un bunker blindado para las mujeres. Acceder a su cúpula de poder o simplemente al sacerdocio, una medida reclamada desde hace décadas por los sectores más progresistas de la Iglesia, se antoja a día de hoy ciencia ficción.
Solo dos pinceladas de plena actualidad que reflejan su esclerosis respecto al papel de las mujeres en su seno:
–En el reciente Sínodo celebrado para debatir sobre la Amazonia y el cambio climático asistieron 180 hombres, todos obispos, y 35 mujeres. Entre ellas monjas y reconocidas expertas en el tema. Los 180 hombres tenían derecho a votar el documento final, las 35 mujeres no.
–Esta misma semana, el papa Francisco nombró a la italiana Francesca Di Giovanni nueva subsecretaria de la Sección para las Relaciones con los Estados y le ha asignado el seguimiento del sector multilateral, lo que supone el mayor cargo ocupado por una mujer en la Secretaría de Estado. En el Vaticano solo ha habido en toda su historia siete subsecretarias, ninguna mujer ha estado al frente de una secretaría o departamento. En una religión con 1.200 millones de fieles de los cuales más de la mitad son mujeres, ellas representan menos del 3% de los dirigentes del Vaticano.
Precisamente, uno de los temas centrales del Sínodo de la Amazonia era abordar la manera de solucionar la falta de vocaciones en áreas remotas de esta región de América del Sur. Pero, antes de la posibilidad de ordenar a mujeres sacerdotes, la Iglesia se está planteando incluso anular el celibato para que puedan oficiar hombres casados. Culquier cosa antes de dar esa responsabilidad a una mujer. En el documento final, ese que fue votado únicamente por varones, se abren ligeramente las puertas del bunker al diaconado femenino, el nivel más básico del sacerdocio, que permitiría a las mujeres únicamente celebrar bautismos y matrimonios. Francisco solo se ha comprometido a estudiarlo y es más que probable que esa posibilidad quede 'per secula seculorum' en un cajón.
Si la Iglesia permite esta facultad es porque esta figura, la de la diácona, ya existía en la iglesia primitiva. Porque este es el chocante argumento de fondo que esgrimen las autoridades eclesiásticas para dar cerrojazo al acceso a la mujer a su estructura de poder: al fundar la Iglesia, Jesucristo no contó con ninguna fémina para formar parte su grupo de apóstoles, un rocambolesco razonamiento que desdeña los condicionantes sociales y jurídicos que sufría la mujer de la sociedad judía más de dos mil años atrás. Un anacronismo que deja a más de 600 millones de fieles sin representación alguna en la estructura de poder de una Iglesia que dice ser de todos, pero en realidad es de los hombres, que son los que manejan sus riendas. Si eso no es un pecado capital, que baje Dios y lo vea.
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