«A mi padre le mataron por dar el alto a unos etarras que huían»
50 aniversario ·
María Jesús Sánchez, hija del teniente de la Guardia Civil Domingo Sánchez, cuenta su historiaHay maletas llamadas a ver mundo y otras que permanecen varadas en el pasado. A veces guardan secretos y evitan que se apolillen los recuerdos. Hay quien conserva así su vestido de novia o ropa de un familiar que ya no está. María Jesús Sánchez no se ha atrevido a tocar, en medio siglo, una de esas maletas. Sabe que dentro está el uniforme de diario y el traje de gala de su padre, el teniente de la Guardia Civil Domingo Sánchez, que murió en Gernika en 1975 a manos de ETA. «Yo ni olvido ni perdono», ilustra en sus primeras palabras en 50 años para un medio de comunicación.
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Aquel 14 de mayo de 1975 , la Guardia Civil realizó un despliegue en Gernika para intentar dar captura a unos etarras que creía que podían estar vinculados con el asesinato del guardia Andrés Segovia, que se produjo una semana antes en la villa foral. Hacia la seis de la mañana llamaron a una vivienda situada en una calle céntrica. Los propietarios les abrieron la puerta. En ese momento dos miembros de ETA intentaron escapar por la ventana frente a la cual estaba apostado el teniente Domingo Sánchez, del Servicio de Información. «Siempre hemos dicho que le mataron por darles el alto» en lugar de disparar. Los etarras le tirotearon en el pecho y en la cabeza. Fue trasladado al hospital pero ingresó cadáver.
La refriega a tiros entre agentes y etarras se prolongó durante media hora y «murieron los dos propietarios de la casa», según detalla Florencio Domínguez en 'Vidas Rotas'. Los dos etarras lograron huir y uno de ellos fue localizado horas después en un monte cercano, donde hubo un nuevo enfrentamiento a tiros con la Policía en el que resultó muerto. En el piso se incautó «armamento, documentación y un plano con las rutinas de Andrés Segovia», según la misma obra.
Domingo Sánchez tenía 48 años. Había nacido en la localidad salmantina de Sobradillo, donde se casó con Raquel Salicio. Juntos tuvieron allí a la primera de sus cuatro hijas, Julia. Luego llegaron a Barcelona, donde nacieron Charo, Domingo y María Jesús, y se mudaron a la misma casa donde aún vive su hija menor. El otro día una vecina octogenaria le paró en el ascensor cuando iba a llevar unas flores al cementerio. «Cómo recuerdo aquel día y cómo os oía desde mi casa decir «papá, papá». Era como llamaban a Domingo todos los hijos y su mujer.
Cuando estaba en el País Vasco, el 'pater familias' y los suyos se escribían y se enviaban fotos. Su mujer solía visitarle y los cuatro hijos hicieron juntos un viaje a Bilbao para verle. Una de las fotos que tomaron acompaña esta página.
«Muy unidos»
Raquel y Domingo tenían una de esas relaciones hermosas que se dejan notar a distancia. «Cuando se marchaban a misa los domingos, juntos, las hijas salíamos a verles desde el balcón porque iban felices y nos saludaban. Daba gusto verles». Julia, la hija mayor, suele recordar esa estampa a menudo.
Domingo «era muy cariñoso» y tenía una relación muy especial, «un parecido y una complicidad muy bonita» con su hija Charo, a la que un problema de visión le impidió seguir sus huellas y hacerse guardia civil. También Domingo -el mellizo de María Jesús- se lo planteó. «Queremos mucho a la Guardia Civil», confiesa María Jesús, que admite que tener otro guardia en la familia «habría sido duro» por el peligro evidente de los 'años de plomo'.
«Fue lo que no puedes esperar. Un dolor tan grande. Recuerdo llorar todas las noches», rememora María Jesús. «Para mi madre tuvo que ser terrible. Quedarse sola con cuatro hijos; lo que tuvo que pasar y de golpe. Ahora entiendo mejor lo que tuvo que significar para ella. Mis padres, además, estaban muy unidos», cuenta.
Cariñoso. Generoso. Coherente. Entregado. Así le definen los suyos. «Mi padre solía decir que si a un guardia le cogían haciendo algo malo, debería pagar el doble porque ellos tenían que dar ejemplo. Él creía en lo que hacía y estaba feliz de ser útil en Gernika, aunque le quedaba poco para volver», cuenta su hija María Jesús. Cuando le mataron, ella escribió algún poema en su memoria. Luego la familia guardó su ropa de diario y el traje de gala en la maleta. Hasta hace unas semanas. «Se lo vamos a dar a la Guardia Civil de aquí, de Barcelona», donde siguen viviendo sus hijos. «No hemos podido tocarlo hasta ahora porque esto nos duele y nos seguirá doliendo toda la vida». Pero no es lo más importante que queda de él. «Están sus valores, lo que nos enseñó. Nos dieron una educación y unos principios. Hicimos piña cuando pasó. Todavía ahora nos vemos cada semana».
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