Ganaderos desde los tiempos de Colón
El ganadero de Iruña de Oca Txema López de Abetxuko dejó su oficio de topógrafo para regentar con su hermana una granja de vacas lecheras
Se dice pronto, pero cuando Colón y sus compañeros andaban en busca de las Indias y llegaron a América, la familia de Txema y Blanca López de Abetxuko ya vivían en Olabarri, una aldea perteneciente hoy a Iruña de Oca, a medio camino entre Vitoria y Pobes. Viejos pergaminos mencionan a los antepasados de la madre de ambos, agricultores y ganaderos apegados a la tierra que supieron (quizá no tuvieron alternativa) transmitir tierras y conocimientos a sus descendientes... hasta hoy.
Ahora sí hay más opciones para, por decirlo francamente, desertar del arado y es lo que hizo Txema que cursó estudios de Ingeniería Topográfica y trabajó en ello antes de sopesar pros y contras (horarios fijos, extras y vacaciones frente a jornadas teodolito en mano, hiciera un frío glacial o un calor tórrido y mucha oficina) y tomar la decisión de cambiar de rumbo para regresar a sus orígenes.
Txema y Blanca llevan ahora la granja Ribatxenta (su casa en el pueblo se llama así), cuyos pabellones se alzan en un otero junto a la carretera de Vitoria, con unas 120 vacas lecheras, decenas de terneras y, en el momento de la visita, mucho trajín. Además de andar liados con la instalación de paneles solares que alimenten las instalaciones, han llegado camiones cargados del maíz que se fermentará en unos depósitos y servirá de alimento al ganado.
El disgusto de la madre
Eso mismo, el alimento, es lo primero que se encuentra el visitante: un pabellón inmenso repleto de pacas de forraje seco. Unos pequeños extintores cuelgan de las columnas del edificio y uno se pregunta si bastarían para extinguir un incendio de la paja... Txema y Blanca, como sus demás hermanos, ayudaban a sus padres en las tareas de la cuadra familiar, horas libres y vacaciones empleadas en echar una mano, en hacer lo que ya hacían de niños, hasta que decidieron que aquella sería su forma de vida.
«La madre se llevó un mal rato cuando dije que me haría cargo de la cuadra, me preguntaba si había pasado tantas horas estudiando para esto, pero aquí soy feliz», explica López de Abetxuko. Él también piensa que la primera obligación de los niños «son los estudios», pero los atractivos de esto que llamamos progreso son tan evidentes que, a su juicio, «el futuro del sector pinta negro, el relevo generacional está complicado. En ocho o diez años, este tipo de explotación puede desaparecer».
Al margen de esas 'tentaciones' a las que él renunció, están los condicionantes de un sector del que todo el mundo habla bien (Kilómetro Cero, producto de proximidad, cuidado de los campos), la realidad es más cruda. «Todo lo malo, incluso la contaminación, es culpa del sector primario. Y este es un sector que está en manos de cuatro gatos: los que fijan los precios de las materias primas como el pienso y los que fijan los precios de, en nuestro caso, la leche».
El progreso en la cuadra
Los hermanos López de Abetxuko venden a Lácteos Martínez (Haro) y confía en que los precios suban pronto para que la actividad sea más rentable. Un trabajo que, conviene decir cuanto antes, es atado pero menos, mucho menos. Lejos queda el tiempo de la campesina sentada en un banquito minúsculo ordeñando a la vaca dos veces al día; hoy los robots se encargan de ese trabajo con eficacia y limpieza y son las propias vacas las que deciden cuándo les interesa pasar por el cierre en las que son ordeñadas. Collares y crotales aportan información detallada de cuánta leche da cada una y cuántas veces han pasado por el punto de ordeño.
Tranquilas y mansas, las reses de raza frisona, altas y grandes, se mueven en grupos por el pabellón y se acercan al visitante, mientras que sus crías comen en sus cercados. Las hembras se dedicarán a la recría para renovar la cabaña; los machos se venden con 15-30 días para que sean cebados y engorden.