Bildotxi: «Queremos que se nos distinga por la calidad»
Una granja de gallinas y ovejas con vistas a la refinería en las escarpadas laderas de Muskiz
gaizka olea
Martes, 24 de septiembre 2019, 08:16
Los organizadores de carreras ciclistas parecen haber pasado por alto, por el bien de los deportistas, el kilómetro demencial que conduce desde Muskiz hasta Mello, un trazado asfaltado de pendientes inauditas y curvas tremendas que lleva al caserío donde Omar Torre y María Felicidad Martínez tienen su granja de gallinas y ovejas en la que, ahora mismo, están reacondicionando el caserío en el que viven. Las vistas desde el alto son asombrosas: el valle, los montes que separan Bizkaia de Cantabria, el mar y la refinería de Petronor, con las torres que escupen llamaradas como una réplica de la ciudad de Los Ángeles en 'Blade Runner'.
Productores de huevos y queso fresco
Allí mismo, tan cerca de todo pero tan lejos, el visitante se pregunta cómo sería la vida de los antiguos ocupantes del caserío, cómo hacían para bajar y (sobre todo) subir de Muskiz, si los niños tendrían que hacer el trayecto hasta la escuela a pie. Pese a este verano de sequía, el tramo central de la estrecha calzada aún rezuma verdín bajo la sombra de los árboles. Nada de eso parece preocupar demasiado a Omar y a María, que incluso celebraron allí los festejos de su boda.
Allí parecen felices entre sus gallinas y sus ovejas, en un destino elegido por ellos mismo con el que cambiaron sus vidas. Él quería ser pastor, dar rienda suelta a su afición por criar animales y cultivar una huerta. Omar Torre se inscribió en la escuela de pastores de Arantzazu, junto al santuario, y amplió sus estudios en la escuela agraria de Derio. María Felicidad Martínez trabajaba en una carnicería y renunció a un sueldo fijo y a un horario para dedicarse a la granja que comercializa su género bajo la marca Bildotxi.
Compraron el caserío en 2001 y empezaron por las ovejas, unas 80. Pero las dificultades para conseguir terrenos y la competencia les animaron a ampliar la actividad con gallinas con las que producir huevos camperos, esos tan ricos que saben a lo que sabían los huevos antes, hace ya tanto tiempo. En 2016, cuando María se sumó al proyecto definitivamente, modernizaron las instalaciones para acoger unas 3.000 aves y mecanizar la actividad.
Para el recién llegado, tanta ave inquieta y cacareante impone. No paran quietas, picotean su calzado, salen, entran, saltan... Demasiada actividad. Las gallinas disfrutan de su libertad en un terreno de una hectárea protegido por una valla para evitar que se escapen y, más que nada, protegerlas de los zorros, que buscan un hueco para darse un festín. Más difícil resulta evitar a las rapaces que sobrevuelan el espacio atentas a alguna gallina despistada.
En medio de la nueva granja se encuentra el ponedero, dotado de una cinta móvil que traslada los huevos hasta el recinto donde son empacados y se les estampa el sello que indica su procedencia. «Antes teníamos que hacerlo todo a mano, ahora es más cómodo. Pero la idea sigue siendo la misma, distinguirnos por la calidad. El campero –explican María y Omar– es un huevo recogido (no se expande cuando se rompe en la sartén) y de yema espesa». Y para ello se alimentan de lo que picotean en el suelo y de piensos naturales.
Un sector «saturado»
La pareja vende en ambas márgenes de la ría, en la comarca de Las Encartaciones y en Bilbao, venta directa en tiendas y pequeños supermercados ajenos a las grandes cadenas. Cada día disponen de unos 2.300 huevos, que reparten dos o tres veces a la semana. La vida productiva de las aves se alarga durante unos 18 meses, momento en el que son sustituidas en una operación que conlleva el saneamiento completo de las instalaciones.
En cuanto a los quesos, Bildotxi elabora y vende queso fresco, una anomalía en el país del Idiazabal. «Nos parece que ese sector está más saturado y quisimos hacer algo diferente y que requiere una inversión menor». La leche de sus ovejas se calienta hasta los 72 grados para posteriormente enfriarla a unos 30, con lo que se obtiene la pasta. Cuando la demanda lo aconseja, adquieren leche a otros pastores para preparar sus quesos, que se venden en tarrinas de medio kilo.