Arantza Meabe: «Por favor, dejadnos salir a vender en las ferias»

Hemos sorprendido a Arantza Meabe en su obrador de Orduña amasando y horneando pasteles; se los han encargado unos amigos para merendar mientras ven un partido del Athletic. En el local hace calorcito a pesar de que hay una ventana abierta al frío glacial de la calle, que humedece los prados donde picotea un par de cigüeñas. Amasar y hornear es lo que lleva haciendo desde hace 16 años, cuando dejó el obrador de su hermano en la cercana Gujuli con el propósito de dedicarse a la repostería con una apuesta, aún no lograda, de emplear sólo ingredientes ecológicos.

Está en ello, como también tenía la cabeza en otros proyectos, como el de abrir un nuevo obrador, cuando cayó sobre nosotros la pandemia. La leche y los huevos de sus pasteles vascos proceden ya de productores que se ciñen a métodos más respetuosos con el medio ambiente y el cuidado animal, y busca la harina necesaria en Álava. «Podría emplear harina de Lleida, por ejemplo, pero quiero emplear ingredientes próximos, trasladar a los comensales una materia prima cercana».

Pero resulta complicado, pues debe ser harina fina, de calidad, «algo que no es tan necesario si elaboras pan», asegura. El objetivo es «ofrecer algo diferente, porque las ferias son muy competitivas, aunque la mayoría de los clientes prefiere pagar algo menos para llevarse los pasteles», admite. Para ello se ha formado en cursos o de forma autodidacta, investigando recetas, mezclando ingredientes, hasta dar forma a su oferta de pasteles vascos, clásicos o rellenos de chocolate o queso Idiazabal, o sus singulares trufas de txakoli.

Esta animosa mujer no para de pensar (busca la forma de elaborar recetas aptas para veganos) y de encontrar alternativas al callejón sin salida en que el covid ha encerrado a los productores que dependen de las ferias. Arantza Meabe vende en los mercados semanales de Amurrio, Orduña y El Arenal (Bilbao), además de los encargos que recibe, pero suspira para que se reanude el calendario de ferias, que estas semanas ha recibido una de cal (la suspensión de los sanantontxus de Mungia, por ejemplo) y una de arena (la celebración de los sanblases de Abadiño).

Dice Arantza que casi lloró el día en que, en las Navidades pasadas, se acercó a Bilbao y vio masas de gente entrando en comercios y bares, mientras que a los productores se les veta el contacto directo con los clientes. «¿Por qué esto sí y las ferias no? Yo no quiero que a los demás les vaya mal porque a mí me va mal, pero es que no lo entiendo», afirma la repostera, que calcula un bajón de ventas en torno al 80%.

«Es difícil mandar, sé que ni siquiera los médicos lo tienen claro, pero por favor, que nos dejen salir a vender. Nosotros nos mantenemos gracias a la gente, que nos busca para comprar. Las ferias no son sólo un lugar de comprar y vender, sino que trabas una relación». Y recuerda que estos mercados populares se celebran sin excepción al aire libre y que si se organizan bien son poco propensos a las aglomeraciones, pues «lo que ellos y nosotros queremos es que haya movimiento, que los clientes vayan de un puesto a otro».

Ese descenso en las ventas se ve, además, agravado por el encarecimiento de las materias primas, como las cajas de cartón empleadas para envolver los pasteles. «2020, el año del confinamiento, fue inesperado, claro, pero ni tan mal; vendí bien porque la gente valoró lo que se hacía cerca. Pero 2021 ha sido un fracaso: cuando la gente empezó a salir de olvidó de nosotros; viaja más y consume de otra manera», reconoce.

Pero avisa: ella no va a rendirse.

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