Diferencias entre la pelota y el pelotón
Existen diferencias sustanciales entre el fútbol y el baloncesto en cuanto al tirón de seguidores y los dineros que mueven. Los aficionados al primer deporte ... se pavonean de su influencia expansionista, mientras los seguidores del segundo enarbolan una especie de lábel distintivo. Pues si ya la modalidad de la canasta ha de soportar la inmensa sombra que proyecta el frondoso árbol enraizado en los pies, poco contribuye desde su propia responsabilidad para reducir la desventaja. La pandemia que sufre el mundo viene a incidir en los vicios y las virtudes.
Vaya por delante que cualquier empeño de fijar fechas en las que reanudar las competiciones no abandona el territorio del voluntarismo puro. No hay científico, por más insigne que sea, capaz de establecer cuándo recuperaremos la normalidad en la vida y ya después, si eso, poner de nuevo en marcha los campeonatos. Tal vez la infección masiva contribuya a ordenar los valores en la escala que les corresponde, encabezada por la propia existencia y seguida del deporte profesional como entretenimiento importante.
Tampoco conviene pecar de ingenuidad. La sociedad atlética del espectáculo desencadena intereses económicos monumentales que, con crisis sanitaria como la actual, se demuestran en las prisas por volver a los campos y a las pistas. ¿Qué separa al fútbol del baloncesto además de las variantes cuando todo transcurre de modo normal? Pues cierta claridad de ideas en la regencia internacional del primero frente a la guerra (en este caso contra el coronavirus) por su cuenta de intervinientes en el segundo.
El balompié continental ha decidido algo concreto, sacrificar la Eurocopa de las ciudades y los países (así, en plural) postergándola un año para que las ligas de cada país traten de terminar. La pelota pequeña (en relación a la anaranjada) prima las apuestas financieras de los clubes sobre las federaciones de cada Estado. Aquí podríamos mencionar la enemistad profunda e irreconducible entre Tebas y Rubiales, pero al menos en el concierto internacional se observa cierta guía sobre cómo actuar si los efectos de la enfermedad remiten cuanto antes.
El baloncesto, en cambio, se empeña en divisiones perdedoras. Sus abundantes reinos de taifas impiden el establecimiento de unas normas que involucren a todos. Dentro de ese anhelo nada respaldado por la certeza, la ACB de la falla entre 'ricos y pobres' ha adoptado la medida prudente de alargar el barbecho hasta las vísperas de San Prudencio. Me temo que la Euroliga, como organización que regenta su torneo mayor y la Eurocup, tendrá que comerse su optimismo de retornar en Semana Santa. Mientras, la FIBA calla con su Champions League. Curioso que la tercera competición continental de la canasta lleve el mismo nombre que la joya de la corona futbolística.
Al otro lado del Atlántico, la NBA se detuvo un minuto antes del salto inicial entre Thunder y Utah en Oklahoma tras el positivo del 'bromista' e irresponsable Rudy Gobert, pívot de los Jazz, que debe de guardar su gracia donde la espalda pierde el nombre. Y la Euroliga mandó a parar al conocerse el test del madridista Trey Thompkins. Demasiados mundos paralelos sin siquiera conexiones tangenciales frente a un fútbol también voluntarista con las fechas que, al menos, ha decidido algo concreto. Nada menos que demorar el Europeo de selecciones.
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