«La pierna que apareció en Arrigunaga estaba cortada con mucha precisión»
Ramón Bañuelos, exjefe de Investigación Criminal de la Ertzaintza, participa en la entrega de 'Así se escribe un crimen' centrada en el descuartizamiento de la lonja de Barakaldo
Los periodistas de sucesos sirven como hilo conductor de 'Así se escribe un crimen', la serie documental de ETB y EL CORREO que repasa la crónica negra reciente de Euskadi, pero están muy lejos de ser los únicos que aportan su punto de vista sobre los distintos casos: en el nuevo 'true crime' también participan familiares de las víctimas, abogados, forenses, jueces, psicólogos y, por supuesto, policías como Ramón Bañuelos, exjefe de Investigación Criminal de la Ertzaintza en Bizkaia. Lo tendremos en el capítulo 'Sabino el Legionario', dedicado al suceso de la lonja de Barakaldo, pero en otras entregas también aportará su conocimiento directo de dos de los casos más mediáticos de los últimos años, el del falso shaolín y el de la serie de muertes relacionada con una web de citas.
–El caso de la lonja tuvo un arranque desconcertante, con un trozo de pierna que aparece en Arrigunaga... Podría no haber sido nada criminal.
–Claro, efectivamente, podía venir de Francia o de cualquier otro sitio, podía ser de alguien que se había caído al mar... Pero, cuando se hace el análisis forense, parece que está cortada con mucha precisión. Eso ya nos hizo pensar que podía tratarse de un homicidio, ¿no? Se encontraba en buenas condiciones y, si hubiese venido de alta mar, seguramente habría estado peor, así que empezamos a mirar las denuncias de personas desaparecidas. Y, cuando salió la noticia en la prensa, se puso en contacto una persona para denunciar la desaparición de su hijo, con el que llevaba tiempo sin hablar por teléfono. Con el ADN del padre, nos dio positivo.
–La víctima era Larra, un chico con problemas de drogas, que andaba por las calles... Eso abría mucho la investigación, pero lo tuvieron bastante claro desde el principio: la clave estaba en la lonja de Barakaldo donde estaba viviendo.
–Es raro decir que desde el principio ya tienes a un sospechoso, aunque no puedas detenerlo porque te faltan evidencias..., pero es lo que nos pasó. Había muchas líneas de investigación por las deudas que tenía la víctima, el mundo en el que se movía, los problemas con un montón de gente... Y también las seguíamos, claro: íbamos al parque, identificábamos a la gente... Había muchas situaciones que podían provocar un momento de tensión, en el que podían haberle matado y luego, para deshacerse del cadáver, descuartizarlo.
–Pero la figura esencial era Sabino el Legionario, que ejercía de 'propietario' de la lonja.
–El propio Sabino nos decía que habían venido unos moros, que había venido no sé quién..., para despistarnos, ¿no? Pero la última llamada a los padres, en Navidades, la había hecho desde la lonja, desde el teléfono de Sabino. Allí vivían tres personas de forma habitual: la víctima, Sabino y una chica que era amiga de Larra y a la que Sabino tenía como su novia, la tenía atemorizada. La lonja la había okupado Sabino y se había hecho dueño de ella, tenían que pedirle permiso para estar allí. Y la habían acondicionado con cosas de las basuras: una cama, incluso una cocina, una especie de sala... La tenían bastante ordenada, bastante bien.
–El Legionario parece todo un personaje. ¿Cómo es?
–Es una persona que, cuando habla, muestra seguridad. Es coherente en sus argumentos y muy tranquilo: sabe perfectamente dónde quiere ir, es muy manipulador, pero se le nota la agresividad. Ya tenía mucho bagaje, porque había pasado por prisión y seguramente allí había seguido un proceso de desintoxicación.
–Este caso abre una ventana a un inframundo terrible, de vidas dominadas por las drogas, con el que a los investigadores les toca lidiar a menudo.
–La Ertzaintza, la Policía en general, siempre está en ese inframundo, como lo defines. Muchos hechos delictivos están relacionados con la droga, es muchas veces el foco inicial, la génesis de muchos delitos.
–Ustedes consideran que se trató de un asesinato, no un homicidio.
–Policialmente es lo que pensamos. Aquella noche estaban los tres en la lonja, durmiendo, y la chica se despertó porque Sabino estaba pegando a Larra. Hay que tener en cuenta que tanto ella como la víctima eran personas totalmente vulnerables, pero Sabino se drogaba muy poco y se mantenía en forma. Esa primera vez la despierta el ruido, pero lo solucionan y se vuelven a dormir. Después, en cambio, ella se despierta sin haber escuchado nada y ve que Sabino está asfixiando a Larra: ella se marcha de la lonja y, cuando vuelve, ya no está ninguno de los dos. Esa vez no hubo ruido, y eso significa que no había habido pelea previa, que Sabino esperó a que Larra se durmiese para acabar con su vida.
–Usted también participa en el capítulo sobre el falso shaolín, que empezó de manera radicalmente distinta, casi opuesta: si lo otro se planteaba inicialmente como un enigma, en este se pilla al criminal casi in fraganti. ¿Cuál era el desafío en esa investigación?
–Se empezó por una agresión sexual, porque estuvo con una chica y la intentó estrangular. Se fue en coma al hospital. Pero, cuando entramos en el gimnasio para la inspección ocular, encontramos restos humanos en bolsas. Primero, había que intentar identificar a la persona o personas que estaban en las bolsas, con ADN de cada trozo. Todos eran de la misma mujer, a la que se identificó por las prótesis mamarias de silicona, que tienen trazabilidad, se puede saber de dónde vienen. Teníamos que encontrar con cuántas personas había estado y rehacer la vida de las víctimas y de él.
–En aquel momento, cuando encontraron los restos en el gimnasio, ustedes se temerían que fuese una cosa todavía más amplia, con numerosas víctimas...
–Efectivamente, porque además en el gimnasio encontramos un montón de restos de sangre. La mayor parte era de él, que había hecho alguna ceremonia en la que se había herido y había llenado de sangre el tatami. También había fotografías y vídeos en los que mantenía relaciones sexuales con mujeres que aparecían en estado inerte, con lencería, y tuvimos que identificar a todas las que aparecían: nos decían que sí, que lo habían hecho voluntariamente, pero se asombraban de ese estado en el que se encontraban, porque no habían bebido nada. No descartamos que en algún momento les pudiera dar algún psicotrópico. Las grababa y le decían 'no me grabes', pero seguía, decía que no pasaba nada, que era para él...
–Resulta inevitable pensar que la cadena habría seguido si esa segunda chica, que después también murió, no hubiese conseguido dar la voz de alarma, ¿verdad?
–Sí, sí... Porque tonto no era, y lo que hacía era coger personas muy vulnerables. De la primera víctima ni siquiera habían denunciado la desaparición.
–¿Cómo es Juan Carlos Aguilar en el trato, qué le llamó la atención de él?
–Que se muestra educado, educado en todo momento. Cuando le tomamos declaración, decía que no se acordaba muy bien porque no podía dormir. Decía que tenía no sé si un tumor en la cabeza y que ese estado de no poder dormir le hacía ver las cosas como muy dispersas, no ser consciente de lo que hacía. Ahora, cuando se trataba de cualquier otra cosa, sí sabía perfectamente de qué estaba hablando.
–El tercer caso que comenta en el documental tuvo también un arranque poco común, con varias muertes en Bilbao de cuya criminalidad no se sospechaba.
–Eso es: gente que vivía sola, en una situación como de muerte natural. Eran personas más o menos mayores que podían haber sufrido un infarto. Pero uno de los forenses nos dice que un familiar de uno de ellos le ha comentado que, después de morir, habían sacado dinero con su tarjeta. Empezamos a sospechar, solicitamos el registro de llamadas de esa víctima, vemos que había contactado con una persona por una app... Y empezamos a encontrar casos que coinciden con ese, cuatro o cinco, de personas más o menos de la misma edad que estaban solas en su domicilio y habían muerto. Todos habían tenido contacto con el mismo individuo. Y, bueno, también teníamos una denuncia de una persona que se pudo escapar, porque le pegó con un jarrón, y el tío entonces se marchó y se dejó la mochila, con su identificación. El nombre coincidía con quien había dejado en una tienda de segunda mano el ordenador de uno de los muertos.
–Ahí se convirtió en el hombre más buscado de Euskadi, que es como se titula el capítulo correspondiente del documental.
–Sí, sí, lo era, hasta que al final pusimos en los medios de comunicación a qué persona buscábamos y se presentó.
–¿Qué suponen en la carrera de un policía estos casos tan mediáticos? ¿Más presión? ¿Una satisfacción especial al cerrarlos?
–Todos los asesinatos tienen mucha repercusión, pero la presión no solo viene de los medios de comunicación, sino de nosotros mismos. En cada homicidio llevas varias líneas de investigación y no sabes por cuál vas bien: tenemos que hacer procesos de refutación, comprobar si vas bien o vas mal, y cuando te vas acercando al final siempre te planteas si estás en la línea correcta. Buscas evidencias que no siempre son tan sencillas de encontrar como en el caso del shaolín. Hay una familia de las víctimas, gente que está sufriendo, y también un asesino que puede seguir matando, así que la presión la llevas dentro.