Nagore todavía nos remueve por dentro
Conocí a Asun Casasola en 2010, dos años después de que José Diego Yllanes asesinara a su hija, Nagore Laffage, en los Sanfermines. Me contó ... que Nagore era una enfermera vocacional, que había empezado las prácticas en Oncología y que confiaba en hacer Psiquiatría. Una chavala abierta, habladora, de cuadrilla en Irún, a la que la Policía encontró 500 contactos en su móvil. Que hizo gimnasia rítmica de los 5 a los 18 años y que estaba en la orquesta de acordeones del Conservatorio. Que iba cada viernes con su ama al cine.
No. No puedo evitar que el capítulo de esta semana de 'Así se escribe un crimen' me remueva por dentro. Y maldiga a Yllanes, un niño de papá, médico hijo de médico, que mató a Nagore a sus 20 años en la cama de su piso recién comprado cuando recibió un no por respuesta. En 2010 todavía faltaban seis años para que habláramos del consentimiento tras la violación múltiple de 'La Manada', también en Pamplona. Pero hasta en aquel entonces clamaba al cielo que la pobre Asun tuviera que contestar a una pregunta del jurado: «¿Era su hija una ligona?».
Gracias a madres coraje como Asun la percepción social de la violencia machista ha cambiado en la última década. El 'true crime' de ETB y EL CORREO también ha recordado esta semana en 'El estallido de la ira' el asesinato de la vitoriana Ana Belén Jiménez a manos de su marido, que llegó a atacar con un martillo en la cabeza a dos personas elegidas al azar para fabricarse una coartada. No. No existía ningún psicópata suelto, sino un hombre enfermo de celos, que siguió engatusando a sus hijos después del crimen porque en 2017 la Justicia todavía permitía que le visitaran en la cárcel. Otra justicia, la poética, sirvió para que al criminal le delataran unas gotas de sangre en el dibujo de un hijo colgado en la nevera.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión