¿Y si estamos ante un asesino en serie en Bilbao?
'El falso shaolín' ·
El 'true crime' de ETB y EL CORREO aborda este miércoles, a partir de las 22.15 horas, el caso de Juan Carlos Aguilar y su gimnasio del horrorDe manera retrospectiva, el personaje con el que Juan Carlos Aguilar se presentaba en sociedad puede parecernos un tanto grotesco: aquella insistencia en que era un destacado monje shaolín, aquellos vídeos en los que se entregaba a aparatosas ceremonias con cuchillos, aquella fotografía que le permitía presumir de su supuesta confianza con Chuck Norris... Pero, en el Bilbao de hace quince años, había convencido a muchos de su condición casi sobrenatural: más allá de su pericia con las artes marciales, había alumnos que le atribuían una capacidad sobrehumana de autocontrol, como si hubiese logrado dominar al máximo sus instintos y sus apetitos. Pocas veces una imagen pública ha estado tan errada.
La segunda entrega de 'Así se escribe un crimen', la serie documental de ETB y EL CORREO, se centra en el caso del falso shaolín, que causó conmoción en 2013. Periodistas de sucesos e investigadores evocan, renovando la sorpresa de entonces, cómo lo que empezó como un extraño incidente de violencia de género derivó rápidamente hacia el horror. El 2 de junio de 2013, por la tarde, varias personas dieron aviso de que ocurría algo en el 12 de Máximo Aguirre: una mujer había salido medio desnuda, pidiendo auxilio, pero alguien la había agarrado por detrás y se la había llevado escaleras abajo, hacia lo que era un gimnasio especializado en artes marciales. También era la guarida donde Aguilar se entregaba a lo contrario de lo que predicaba, a dar rienda suelta a sus deseos más turbios y violentos.
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Los ertzainas se encontraron sumidos en una inesperada pesadilla. Sorprendieron a Aguilar estrangulando con una brida a una mujer maniatada, Ada Otuya: la evacuaron con un hilo de vida, pero falleció un par de días después. Hallaron, además, unas bolsas de basura con partes de un cuerpo humano... o de varios, porque inmediatamente se planteó en sus mentes la pregunta que todo policía teme: ¿y si se trataba de un asesino en serie? Finalmente, todos aquellos restos correspondían a Yenny Sofía Rebollo, otra mujer vulnerable a la que había violado y torturado mientras documentaba el proceso con su cámara.
Ante el cuerpo
«Encontramos también fotos y vídeos en los que mantenía relaciones sexuales con mujeres que aparecían en estado inerte. Tuvimos que identificar a todas: nos decían que sí, que lo habían hecho voluntariamente, pero se asombraban de ese estado en el que se encontraban, porque no habían bebido nada», amplía Ramón Bañuelos, exjefe de Investigación Criminal de la Ertzaintza. La investigación reservaba nuevos escalofríos: «Tenía una pareja sentimental a la que llamó, una vez que había matado a Yenny, y la hizo ir al gimnasio. Le tapó los ojos con una camiseta rota y la puso delante del cuerpo sin que ella fuera consciente de ello, mientras le decía que tocara», explica en el capítulo Ainhoa de las Heras, periodista de EL CORREO.
En el juicio, se proyectaron vídeos en los que el acusado maltrataba a mujeres, algunos tan salvajes que estremecieron al público más curtido. Mientras tanto, Aguilar trataba de mantener su personaje: «Hacía ver como si estuviera meditando, con las manos juntas y los ojos cerrados, como ausente». Pero para entonces ya todo el mundo sabía que era un falso shaolín y un auténtico monstruo.