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Al ocupadísimo Fernando Cayo (Valladolid, 1968) no le ha asustado encarnar hasta en tres ocasiones al rey Juan Carlos. Tampoco llevar a los escenarios 'Los ... lunes al sol', haciendo suyo el inolvidable personaje de Santa, aquel parado de la Ría de Vigo víctima de la reconversión industrial, filósofo y pícaro, que le brindó el tercero de sus seis Goyas a Javier Bardem en 2002. Ignacio del Moral, coautor del guion del filme original, firma la adaptación junto al director bilbaíno Javier Hernández-Simón. Tres funciones en el Arriaga desde este viernes 16 de mayo y hasta el domingo.
–Si en 2002 era necesario hablar de dignidad y conciencia de clase, ahora mucho más.
–Los tiempos van cambiando bastante más despacio de lo que creemos. 'Los lunes al sol' habla de dignidad, sí, de estar juntos para superar las circunstancias. La película es un clásico contemporáneo que aborda un esencial humano. ¿Qué significa nuestra vida cuando perdemos la máscara laboral? ¿Qué somos más allá de trabajadores? Su mensaje permanece intacto, aunque parezca que no está en boga salir a la calle para defender derechos. En breve lo haremos para defender la sanidad pública. Hay que estar alerta para no perder nuestra dignidad y mantener nuestro ser como personas.
–No solo los sindicatos han perdido relevancia en los últimos años, sino que nos autoexplotamos nosotros mismos.
–Sí. En la película los personajes sufrían la reconversión industrial y ahora estamos en medio de una reconversión digital. La globalización dificulta mucho la operatividad de los sindicatos. Los mecanismos de defensa de los trabajadores deben seguir estando presentes. La obra habla de la repercusión humana de estos conflictos, de cómo afecta en la relación con tu pareja y tus hijos, en tu cuadrilla de amigos.
–Y contado con sentido del humor.
–Sí, es la maestría del cine de Fernando León. Siempre aporta ese toque de las películas del realismo social italiano de los años 60, que tanto le gustan. Crítica social pero con mucho sentido del humor. La gente se ríe a carcajadas en la función y al mismo tiempo se emociona.
–La identidad es importante: perdemos el trabajo y no sabemos quiénes somos.
–El problema es que nuestra identidad se fundamente en lo que somos como trabajadores. Los personajes de 'Los lunes al sol' venían de un mundo en el que el trabajo lo era todo. Todavía lo sigue significando para muchos, adictos en sistemas de producción que son auténtica explotación. O autoexplotación. La clave es darnos cuenta de que somos algo más que ciertas máscaras: la laboral, la social, la familiar... Lo difícil es ese viaje interno para descubrir quién eres.
–¿Cómo asume un papel bajo la sombra gigantesca de Javier Bardem?
–En el teatro estamos acostumbrados a hacer revisitaciones de obras. No tengo ningún pudor, creo en algo que decía Bertolt Brech: para ir hacia el futuro tenemos que mirar al pasado. No me importa mirarme en aspectos de la interpretación de Bardem para hacer mi propia creación. El diseño de los personajes no tiene mucho que ver con la película, los espectadores a los dos minutos se olvidan del filme. Mi Santa se inspira en sindicalistas que conocí de joven, los he tenido en mi familia.
–¿Le llega el papel de Santa con la edad justa?
–Las cosas llegan cuando llegan. Cuando tienes experiencia haces las cosas con más soltura y ligereza. Es un papel precioso, un tipo divertido, desastroso y luchador. La madurez me permite acercarme a sus aspiraciones.
–También estrena hoy en cines 'El instinto'. No se puede quejar de falta de trabajo.
–Nunca me he quejado. Cuando no me han ofrecido trabajo lo he creado yo con mi propia productora. Es un buen momento y lo estoy aprovechando. Mi hija, que es lo que me podía quitar más tiempo, está en la universidad. Ahora estoy absolutamente volcado en mi trabajo, que me apasiona: en teatro, audiovisual, dando clases, ayudando a otros... Un momento muy intenso. 'El instinto' es una película maravillosa, de un director de 23 años, Juan Albarracín, un auténtico genio. He vivido con él lo mismo que experimenté con J. A. Bayona cuando hicimos 'El orfanato'. Dirige su ópera prima como si hubiera hecho ya muchas películas. Un thriller psicológico que sorprenderá. Y es que las películas españolas pequeñas hay que cuidarlas como si fueran una obra de teatro.
–Ha hecho un sinfín de series, pero la repercusión mundial de 'La casa de papel' marca un antes y un después.
–Sí. Mi primera serie popular fue 'Manos a la obra' en 1997; después 'Amar es para siempre'... Hay cierto impacto de popularidad, con sus altas y sus bajas, que he vivido durante toda mi vida con su paso por terapia para gestionar esos momentos. Ya lo había vivido, no me pilló por sorpresa. Lo que me sorprendió es el hermanamiento de los fans en todo el mundo por mi personaje, que es uno de los malos de la serie. Me muevo mucho en redes sociales, y la gente me sigue mandando mensajes cariñosos como el coronel Tamayo. Me ilusiona haber participado en un gran éxito internacional del audiovisual español, con un presupuesto digno de una película de Hollywood. Fue una punta de lanza para otras series que vinieron después.
–Ha encarnado tres veces a Juan Carlos I. Hoy, con todo lo que sabemos, ¿lo interpretaría igual?
–Ahora daría para hacer una película de terror. Todas esas cosas que han salido del rey –la corrupción, sus amantes, la relación con los árabes– ya se sabían la primera vez que le interpreté, en '20-N', con el maravilloso Manuel Alexandre haciendo de Franco. El director,Roberto Bodegas, era un histórico del Partido Comunista. A mí no me ha resultado de nuevas nada, lo que pasa es que ha habido un silenciamiento en los medios. Llegará una serie en su momento, un thriller rayando con el terror.
–¿Aceptaría encarnarlo por cuarta vez?
–Si el guion es bueno y retratara todos estos aspectos, si se metiera en el barro... Yo he hecho personajes de malvados, muy chungos. Este sería uno más, muy complejo. Ahí tienes a los ingleses haciendo series estupendas y hablando sin pudor sobre su realidad política.
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María de Maintenant e Iñigo Fernández de Lucio
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