Leila Guerriero: «Hemos creado un formato de víctimas que deben ser santas, puras y pulcras»
Premio Gutun Zuria 2025, Guerriero arrasó el año pasado en la no ficción con 'La llamada', que ha liderado las listas de público y de crítica
La narradora y periodista argentina Leila Guerriero (Junín, 1967) ha protagonizado el principal boom de la no ficción el pasado 2024 con 'La llamada', donde reconstruye la historia de la superviviente del centro de tortura de la ESMA Silvia Labayru, un personaje complejo, poliédrico y que se sale del estereotipo de víctima. Guerriero está estos días en Bilbao en el marco del festival Gutun Zuria, donde ha sido premiada, junto a Itxaro Borda, con la makila de honor a la trayectoria que otorga el evento literario de Azkuna Zentroa. «Uno no escribe para ganar premios», manifiesta sobre los reconocimientos y el éxito literario.
– Le guste o no, 'La llamada' es el libro del año de no ficción. ¿Se lo esperaba?
– No, cuando yo publico un libro no tengo expectativas, es como si me desprendiera de eso. El libro tiene que hacer su camino solo. Lo que sí sabía es que era una obra de riesgo por la temática que toca, por las cosas que dice, por las cosas que dicen las personas que están en el libro… El resto fue inesperado, sigue muy arriba en las listas a un año de haberse publicado. Y, sobre todo, aquí en España, pese a ser un libro escrito por una argentina con un tema muy latinoamericano.
– ¿Está en boga la crónica periodística como género?
– No sé si en boga, pero sí tiene más espacio del que tenía hace algunos años. Hay muchos más autores y autoras que se están dedicando a esto y, sobre todo, el gran cambio que ha habido es que la crónica encontró en distintos sellos y editoriales, y fuertemente aquí en España, su espacio. Un síntoma es la aparición del Premio Crónica Anagrama o el de no ficción de Libros del Asteroide. Y hay editoriales como Libros del KO que solo publican no ficción, lo mismo que Debate.
– En 'La llamada' usted refleja de una manera muy preciosa el trabajo minucioso del oficio periodístico.
– La idea no era tanto reflejar mi trabajo, sino que aparezca la trastienda de algunas situaciones, bajo la forma de contar cómo llego a cierta información o a algunos entrevistados, y también los pensamientos que tengo acerca de la protagonista o las personas que me dan su testimonio en el libro. Tiene más que ver con hacer explícitas una cantidad de problemáticas y de dudas que te presenta el oficio periodístico y que aparecen con mucha fuerza cuando estás trabajando en un tema tan delicado, con tantas aristas y que era como manejar nitroglicerina. Me parecía importante contarle al lector cómo en ciertos momentos estaba corriendo el riesgo de ser manipulada o cómo apreciaba una contradicción en una persona o que estaba esquivando el tema.
– A veces usted no compra o no se cree el testimonio de Silvia Labayru, pero opta por no presionarla.
– Cuando alguna otra persona me daba una versión completamente distinta a la que Silvia me había dado, se lo decía y ella, con mucho aplomo, insistía en su visión y me decía algo así como: 'Bueno, es su versión y tiene derecho'. En ese punto puedes llegar solo hasta ahí. A mí me interesaba ofrecerle la posibilidad de desmentirse a sí misma o de reafirmarse, pero no ir más allá de eso.
– El rol del periodista no debe ser el de un inquisidor.
– No es mi rol. Mi intención era mostrar a una persona que había pasado por una vida muy terrible, que había sufrido mucho y que ahora tenía un presente y convivía con ese pasado en su memoria todo el tiempo.
– Con Silvia Labayru se redefine el concepto de víctima.
– No sé si se redefine, lo que pasa es que Silvia es una persona muy singular. Habiendo sido víctima de todo esto, no ha dejado que la palabra víctima la marque de por vida, pese a que sí fue una víctima absoluta del sistema represivo de la dictadura. Debe haber otras muchas personas que no se sienten cómodas con la idea de que los demás las miren para el resto de su vida con una mirada piadosa. Y en eso los periodistas tenemos mucha responsabilidad de haber metido a las víctimas dentro de un formato en el que deben ser santas, puras y pulcras. Esa carga, ese peso moral que queremos poner siempre a la víctima, obtura la posibilidad de que mucha gente pueda contar su historia. Flaco favor le estamos haciendo a esa gente.
– A Silvia además la repudiaron los suyos propios, los Montoneros, por haber sobrevivido. ¿Eran actitudes paranoicas o es un hecho que los supervivientes de los centros de tortura colaboraron con la dictadura?
– La segunda parte de la pregunta sobra porque, ¿cuál es tu posibilidad de decidir? Tienen a toda tu familia vigilada, incluyendo a tu hija, tu marido, tus padres, tus suegros, tu cuñada de 17 años... Hablo específicamente del caso de Silvia. A ver quién se atreve a levantar el dedo de la moral contra alguien que pasó por esas, por esa situación de tortura, de pesadilla. No hay ninguna decisión que puedas tomar, sos un pedazo de carne esclavo y cualquier cosa que hagas no puede juzgarse con los mismos parámetros con los que uno juzga a una persona que está en libertad.
– ¿Cómo puede un Estado alcanzar semejante nivel de perversidad hacia sus ciudadanos?
– Lo alcanzó en Argentina, en Chile, Uruguay, acá en España… Puso toda su maquinaria al servicio del secuestro, tortura, encierro, maltrato y violación de ciudadanos. La desaparición de una persona es una condena sin fin para todos los que se quedan sin saber qué pasó con esa persona. De ahí todo el trabajo de los organismos de derechos humanos, todo lo que se hace en pos de tratar de reconstruir la historia de un desaparecido, de por lo menos entregarle a la familia un rastro, una huella de lo que fueron, de cómo fue su paso por un centro clandestino, de qué pasó, por más que sea crudo. Es un trabajo de reparación inmenso porque hay gente que se queda esperando a alguien que no vuelve jamás y no sabe si esa persona tuvo hambre, si le dolió, si pasó frío, si lo fusilaron, si lo quemaron vivo. Es una tortura infinita. Acaba no solo con la vida de la persona desaparecida, sino con la vida de todo un grupo familiar enorme. Y eso es perversidad pura.
¿Cómo está ahora en Argentina el tema de la Memoria Histórica?
Es un momento muy complicado y peligroso. A nivel institucional es un desastre, se han desfinanciado muchos espacios de memoria. La manera más eficaz y de que pase desapercibido el cierre de espacios así es el desfinanciación. No dicen que sea un cierre, básicamente quitan la plata y entonces el espacio se asfixia solo. Y esto va sucediendo muy lentamente, lo cual también evita que haya una reacción social potente. Por otra parte, las personas que están ahora en el gobierno han logrado estigmatizar la protesta social y que la ciudadanía de alguna manera reciba bien esa falta de reacción de los sindicatos y agrupaciones. Está todo muy desarticulado. Pero la Argentina es un país que ha hecho un trabajo enorme con la memoria. Y yo confío en que esos consensos que habíamos logrado no caigan de manera fácil.
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