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Por supuesto que se entiende ahora esa pauta de innovación social de los museos, buscando un papel importante en el cambio para facilitar el debate ... y el activismo sobre los actuales retos sociales. Pero, afortunadamente, la filosofía del Museo Guggenheim al respecto no incurre en una alocada ideologización al uso, sino en una cierta coherencia discursiva que combina el activismo con el rigor académico.
Esto se nota en la programación de este año, decantada parcial e inteligentemente en su atención a la igualdad de género y a la disrupción del canon hegemónico, eso sí, sin descuidar el prestigio y la calidad de las muestras. Véase, sobre todo, el ejemplo de Tarsila do Amaral, tan militante en la denuncia de la dominación cultural europea o en la especificidad del arte afrobrasileño como asentada en los mejores postulados de las vanguardias históricas.
Otro tanto se puede decir de la estética distintiva de Maria Helena Vieira de Silva, enraizada por igual en el centro -París- y en la periferia de las vanguardias de la posguerra -Brasil y Portugal-, con un resultado excelso en su obra de filiación informal e internacional, ya fuera con sesgos expresionistas o con raíces de su origen en forma de 'patchworks'. Casos distintos son los de Helen Frankenthaler y Barbara Kruger, la primera con una interpretación singular del expresionismo abstracto a base de composiciones luminosas y cromáticas surgidas de forma natural y orgánica; y la segunda un ejemplo del arte conceptual de su tiempo, crítico, reflexivo, resistente y feminista, sustanciado en sus grafismos de frases que se confrontan con la contemporaneidad. Toda una práctica museística, la del Guggenheim, ahora muy a tono con esa misión multidisciplinar de comprender y transformar la sociedad, en cuya programación 2025 también caben el videoarte, el ciclo de artistas contemporáneos y, afortunadamente, la muestra de la obra sobre papel del Bellas Artes de Budapest.
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