Imanol Uribe: «Espero morir con las botas puestas dentro de dos o tres películas»
A los 75 años, el director vasco ha colocado 'La sospecha de Sofía', una cinta de espías, en lo más alto de la taquilla: «Me tiraría toda la vida rodando si pudiera»
Imanol Uribe (El Salvador, 1950) se despertó el pasado miércoles con una llamada de su productor. 'La sospecha de Sofía' era número uno en la ... taquilla, aupada seguramente por el público 'senior', que los martes se beneficia de entradas de cine más baratas. La inmensa mayoría de esos espectadores conocen el cine de Uribe, que a los 75 años, una edad maldita para muchos de sus coetáneos, puede considerarse afortunado de seguir en activo.
Cineasta fundamental de la Transición, retratista de los años de plomo de ETA, padre del cine vasco, Uribe ha firmado títulos esenciales como 'El proceso de Burgos', 'La fuga de Segovia', 'La muerte de Mikel' y 'Días contados'. Ajeno a modas, orgullosamente independiente, en 'La sospecha de Sofía' se ha sacado la espinita de rodar una cinta de espías, ambientada en los tiempos de la 'guerra fría', Berlín del Este y la KGB. Álex González y Aura Garrido protagonizan la última obra de un clásico.
–Felicidades, 'La sospecha de Sofía' es número uno de taquilla.
–Me ha llamado emocionado el productor esta mañana para decírmelo. Había subido un 500% por el boca oreja. Para un director, que se vean las películas sigue siendo lo más reconfortante, para eso se hacen. Todo ha fluido muy bien. 'La sospecha de Sofía' es un encargo de Constantino Frade en el buen sentido de la palabra.
–No está mal recibir encargos a los 75 años.
– ¡Hombre! Me llamó además el día de mi cumpleaños. 'Tengo un proyecto, léelo, a ver qué te parece'. Mira qué regalo, mi película de espías.
–Una película con un tema que no está de moda.
–Así es. Creo que recordar aquella época para la gente que no la vivió y para la que sí lo hizo es una manera de reflexionar sobre aquellas ilusiones. Mayo del 68, la caída del Muro de Berlín... ¿A dónde nos han llevado aquellas ilusiones?
–¿A dónde?
–A un presente bastante terrible. Después de Mayo del 68 parecía que iba a cambiar el mundo y fíjate ahora cómo está. No sé si me quedaría con aquella época la verdad. Mira el panorama mundial: Trump, Milei, Putin... Y sobre todo el genocidio de Gaza. Terrible.
–Se ha sacado la espinita de rodar una cinta de espionaje.
–Siempre he sido fan de la literatura y el cine de espías. Sobre todo de John le Carré, que me fascinaba. Y hay una película que para mí es de las mejores, no solo del género, sino de la historia del cine: 'El espía que surgió del frío'.
–¿Qué le queda por hacer? ¿Un musical, un western...?
– Me encantaría rodar un western, pero lo veo más complicado. Si el guion merece la pena ya me veo en Almería.
–Usted conoció el Berlín Oriental y la URSS anterior a la perestroika.
–Recuerdo experimentar una sensación física, estar en otro mundo absolutamente distinto al nuestro. Un mundo gris en el que se hablaba en voz baja. Pude conocerlo gracias a los festivales de cine, a la Berlinale, que nos permitió un día cruzar al otro lado. Y al Festival de Moscú, donde por cierto se censuró 'La muerte de Mikel' y no se proyectó. Viajamos un grupo de cineastas vascos y yo me quedé sin mostrar mi película. Seguramente por la homosexualidad del protagonista y porque contaba también la lucha de un hombre contra el partido. Eso allí era imposible.
–¿Encuentra algún paralelismo con el presente al pensar en aquel tiempo de miedo y paranoia?
– Empieza a sonar... Lo contaba en una entrevista la autora de la novela en la que se basa 'La sospecha de Sofía', Paloma Sánchez-Garnica. Ella ve indicios que remiten a la época inmediatamente anterior a la II Guerra Mundial. A la República de Weimar, a Hitler... El auge de populismos y el miedo a hablar, que va a peor. Menos mal que ya hay gente que protesta, que empieza a salir a la calle.
–¿Le disgusta que hablemos siempre de usted como un cineasta político?
–No. En su día lo fui, aunque tan solo intentaba reflejar una realidad y enterarme de ella. En realidad, nunca me he considerado un cineasta político, aunque entiendo que la gente me etiquete y no pasa nada. He hecho 17 películas diferentes, repetirme me aburre. La primera fue documental, 'El proceso de Burgos', un episodio histórico que había seguido cuando estaba en la Escuela de Periodismo en 1970. La rodamos en cooperativa entre amigos. Y como te tenían que clasificar políticamente decían que era de Herri Batasuna. Yo era cineasta, no militaba en ningún partido. Cuando hice 'La fuga de Segovia' –decían– era de Euskadiko Ezkerra, y en 'La muerte de Mikel', del PSOE.
–No es nostálgico, pero aquella energía en el rodaje de 'La fuga de Segovia' en 1981, inventando el cine vasco, es irrepetible.
–Por supuesto. Me pilló en la mejor época de mi vida, viviendo en Donosti además. Viví en Euskadi de 1980 a 1987. Fue un tiempo glorioso. Todavía queda gente que trabajó en 'La fuga de Segovia', con carreras muy largas, pero cada vez que nos encontramos acabamos hablando de aquel rodaje.
Muchos despachos
–Usted estaba condenado a volver a Euskadi y a rodar aquí.
–No fue algo premeditado pero supongo que me salió de dentro. Todas las cosas que me interesaban en aquel momento se relacionaban con Euskadi. Y con el cine. Mis compañeros decían que querían ser bomberos y yo, director de cine. En los años 60 era un marciano. Vine de El Salvador con siete años y me metieron interno a los Jesuitas de Tudela. Imagínate. Un niño con acento salvadoreño... La tomaron conmigo desde el primer día. Fui aguantando el tirón y una vez superado creo que nunca volveré a sufrir nada peor que aquello. El cine fue mi refugio. Salía del internado me iba a la sesión continua y veía tres películas seguidas. Mi padre me trajo de Japón una cámara de 8 milímetros, aunque no la usé mucho porque me la cargué.
–¿Echa de menos la figura del productor-autor, desaparecida del cine español?
–Sí. Gracias a Ley Miró salimos una serie de productores que nos hicimos directores. Aquello fue estupendo para controlar las películas que hacíamos y hacer lo que queríamos. Ahora todo es más difícil con las grandes plataformas. Sin ellas, sin las televisiones, es casi imposible hacer una película, aunque algunos lo consiguen de manera independiente y con muy bajo presupuesto. También hay cineastas que han hecho lo que han querido financiados por una plataforma. Ahora los proyectos pasan por muchos despachos y no digo que todos sean malos, pero muchos sí, transforman lo que tú quieres, te obligan a quitar y a poner, y yo ahí no me manejo. Una película, que te cuesta tres años de tu vida, no me compensa si es en esas condiciones. He tratado de ir adaptándome a las circunstancias, pero intentando no renunciar a mi manera de trabajar. Por ejemplo, nunca me metería en una serie de esas en las que todo está ya establecido y lo único que te piden es que ruedes el guion que te entregan.
–La Ley Miró acabó con la industria del cine popular, con las comedias y el terror.
–Con la industria tal y como se concebía hasta entonces. Puede ser. Cambió un poco el paradigma del cine español, que empezó a ser visible en el extranjero y a tener éxito en festivales internacionales. Pero es verdad que la industria probablemente no estaba preparada para eso.
–Ha sido el gran cronista sobre ETA. ¿Quedan todavía historias que contar?
–Muchas. Fíjate lo que hicieron los americanos sobre Vietnam. Todavía quedan muchas películas sobre ETA, aunque creo que yo no volveré a hacerlas. Bueno, nunca puedes decir de este agua no beberé. De repente te llaman para un proyecto que te apetece y reniegas de ti mismo.
–¿Ha visto 'Una sombra en la batalla', de Agustín Díaz Yanes?
–Me gusta, es una película que está bien. También vi 'La infiltrada' y me gustó. La novedad es que ya no ponemos el foco en los etarras sino en los que lucharon contra ellos.
–¿Es usted feliz en un rodaje?
– Soy el hombre más feliz del mundo. Me tiraría toda la vida rodando si pudiera. Es un momento de exaltación, te sube la adrenalina a cotas insospechadas y te sientes flotando en el aire. Contestando preguntas de todo el mundo aunque, como decía Truffaut, la mitad de las veces no sabes la respuesta aunque haces como que sí. Es una adicción peor que la heroína.
–Vamos, que no le importaría morir con las botas puestas.
–En absoluto. Espero que sea dentro de dos o tres películas. No me importaría lo más mínimo.
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