Crítica de 'La oveja Shaun. La película: Granjaguedon' (2019): un bálsamo maravilloso

En vísperas del Apocalipsis no hay mejor antídoto contra la desesperación y la abulia que hora y media en compañía de los habitantes de Mossy Bottom, la granja desde la que los estudios Aardman llevan reinando los últimos 30 años en el campo de la animación en stop motion. Conocimos en profundidad el día a día del perro pastor Blitzer y sus compañeras de rebaño en la estupenda serie de cortometrajes 'Mossy Bottom Shorts' (2012), apenas tres años antes de que Richard Starzak y Mark Burton lanzasen al estrellato cinematográfico al personaje más conocido de la galería de secundarios modelados en plastilina por Nick Park en 'La oveja Shaun'.

Y esta es su divertidísima secuela, una aventura que hace pie sin ningún tipo de disimulo en la premisa de 'E.T., el extraterrestre' (y 'Exploradores'), con la incorporación al reparto de un alienígena con poderes extraordinarios. El mensaje que Will Beecher y Richard Phelan pretenden transmitir es sencillo, y lo articulan sin necesidad de recurrir a los diálogos -más allá de que de vez en cuando se cuele algún balido muy puntual-, se trata de una celebración de la diversidad que los directores enuncian mediante el lenguaje universal del slapstick, ese humor físico que no entiende de edades ni de barreras idiomáticas.

La fluidez de movimientos de los personajes -bloques de arcilla que cobran vida en manos de un fantástico equipo de animadores- se sincroniza a la perfección con una setlist en la que se intercalan desde 'Así habló Zaratustra', de Richard Strauss, hasta las melodías pop de Kylie Minogue pasando por el indie rock de The Vaccines y la electrónica de The Chemical Brothers, en un viaje espacial plagado de referencias cinéfilas que Shaun y su pandilla se apropian para delicia del público. Quizá no raye a la altura de su precedente pero le sobran virtudes para reclamar un puesto entre las candidatas a mejor película de animación del año.