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En la segunda semana del mes de marzo de 2013 la Iglesia católica vivía horas decisivas. Tras la inesperada renuncia de Benedicto XVI, 115 cardenales ... se encerraron en la Capilla Sixtina para elegir a su sucesor. Tras las primeras votaciones, Jorge Mario Bergoglio encabezaba el escrutinio. Fue entonces cuando se le acercó uno de los electores y le preguntó: «Eminencia, ¿es verdad que le falta un pulmón?». El purpurado argentino le contestó algo contrariado: «No, no es verdad. Me falta solo el lóbulo superior del pulmón derecho». Su interlocutor se alejó mascullando: «Estas maniobras de última hora...». Alguien pretendía torpedear su candidatura sacando a pasear su historial médico en la creencia de que le podría perjudicar.
Cuando Bergoglio se convirtió en Francisco, tras la quinta votación, recordó que su nombre también había sido utilizado en el cónclave anterior, en la tercera semana del mes de abril de 2005, del que salió Benedicto XVI. Llegó a tener 40 de los 115 votos emitidos, suficientes para frenar la candidatura del cardenal Joseh Ratzinger. Lo ha contado él mismo en un libro: «La maniobra consistía en poner mi nombre, bloquear la elección de Ratzinger, y después negociar un tercer candidato diferente. Me usaban a mí, pero detrás ya estaban pensando en proponer a otro cardenal», reveló el pontífice, que paró en seco la iniciativa. Sus promotores no querían un Papa «extranjero» y muy conservador.
No parece que los cardenales actuaran movidos por el Espíritu Santo, al que se invoca en la solemne procesión camino de la Capilla Sixtina con el 'Veni Creator'. En 2005 las maniobras se adjudicaron al 'lobby de San Galo' (conocido también como 'mafia de San Galo'), un grupo de eclesiásticos liberales del alto rango que se reunían en secreto en la abadía del mismo nombre, en Suiza, entre el lago Constanza y los Alpes. Convencidos de la necesidad de reformas en la Iglesia, pretendían neutralizar la «influencia centralizadora y conservadora» de Ratzinger, auténtico 'hombre fuerte' en aquellos momentos. Habría sido el cardenal irlandés Cornac Murphy O'Connor, conocido por haber supervisado la conversión de Tony Blair del anglicanismo al catolicismo, quien propuso a Bergoglio como candidato alternativo para forjar una minoría de bloqueo.
Mejor película .
Mejor actor. Ralph Fiennes.
Mejor Actriz de Reparto. Isabella Rosellini.
Mejor guion adaptado. Peter Straughan.
Mejor montaje. Nick Emerson.
Mejor banda sonora. Volker Bertelmann.
Mejor diseño de producción. Suzie Davies y Cynthia Sleiter.
Mejor vestuario. Lisy Christl.
Monseñor O'Connor fue, precisamente, el jerarca al que el escritor Robert Harris, autor de la novela en el que se ha inspirado el cineasta Edward Berger, envió su manuscrito en espera de una especie de auditoría, y el arzobispo emérito de Westminster le habría dado sus bendiciones. O'Connor sí participó en el cónclave de 2005, pero no en el que salió elegido Francisco por haber cumplido 80 años, edad límite para ser elector, según la norma establecida por Pablo VI. Sí lo hizo en las congregaciones generales previas, en las que todos los purpurados, aunque no sean electores, pueden intervenir para reflexionar sobre los problemas de la Iglesia en ese momento y guiar a quienes tienen la responsabilidad de elegir al sucesor de san Pedro. Una especie de precónclaves en los que destacan los 'grandes electores', cuya influencia para movilizar votos puede ser decisiva.
Robert Harris construyó una novela sobre lo que los historiadores ya habían dado cuenta. Juan María Laboa, en 'Historia de los Papas' (La esfera, 2005), ya había firmado una documentada crónica sobre la grandeza, la religiosidad y el pecado de unos hombres que se movían entre el reino de Dios y las pasiones terrenales. De manera más reciente, John Julius Norwich, en 'Los Papas. Una historia' (Reino de Redonda, 2017), escribió un magnífico relato, con episodios de violencia, rivalidad, ambición y traición en el entorno de esta dinastía político-religiosa. En ambos casos, el hilo narrativo es la sucesión de los distintos cónclaves, en los que eclesiásticos, príncipes, emperadores y lobbies de distinto pelaje han tratado de influir, desde casi la Roma imperial hasta nuestros días.
Y Edward Berger ha realizado una película que se aproxima mucho al proceso secreto que se abre en la Iglesia tras la muerte de un Papa, que fascina hasta a los no creyentes. El cineasta alemán consigue introducir al espectador en las tripas del Vaticano, gracias a una esmerada ambientación y a los ropajes de los personajes. Las sotanas rojas, las mozzettas, los capelos, las birretas … la vestimenta de los llamados 'príncipes de la Iglesia, así como la liturgia y los ritos de las ceremonias ayudan en esa tarea. Es lo que le distingue de unos episodios que también se producen en el seno de los partidos políticos y en las grandes corporaciones empresariales. La lucha por el poder y que gobiernen los míos. Berger retrata el ambiente en esas horas tan decisivas.
¿Ha sido fiel al proceso? En círculos vaticanos no ha sentado nada bien por la presunta falta de rigor a la hora de contar cómo se desarrolla un cónclave. Es verdad que el director se permite algunas licencias, por ejemplo con la profanación del sellado de las estancias papales, o las intrigas en plenas escaleras de la residencia Santa Marta, donde los cardenales viven esos días apartados del mundo. Las maniobras no se pueden simplificar con estrategias de pasillo, cuando existe una 'cocina' previa de movimientos 'sottovoce' entre los muros leoninos. Incluso en sus desplazamientos internos sus eminencias están sometidos a un severo control. Pero sí hay otras que las clava, como las relacionadas con la Curia romana, la maquinaría que se pone en marcha tras la muerte de un pontífice.
Se inicia cuando el camarlengo verifica el fallecimiento del Papa. Le llama tres veces por su nombre de pila y luego le golpea suavemente en la cabeza. Una vez que es declarado muerto le quita el anillo de Pescador y lo destruye con un martillo al igual que el sello oficial de plata. Comienza la Sede Vacante, en la que, como funcionario de mayor alto rango en la corte papal, el camarlengo actuará como jefe en funciones de la Ciudad del Vaticano pero con unas capacidades muy limitadas y tasadas.
Es el momento, también, del decano del Sacro Colegio Cardenalicio, interpretado en la película por el actor Ralph Fiennes, con una actuación muy creíble. Es el celebrante principal en el funeral y las misas exequiales por el Papa fallecido y el encargado de convocar el cónclave, que comienza tras la misa 'pro eligendo Pontífice', en la que el decano pronuncia una homilía que puede ser clave en el proceso. En 2005 le correspondió a Josehp Ratzinger y su contenido fue muy valioso a la hora de las votaciones. La asamblea arranca cuando el maestro de ceremonia grita «Extra Omnes!» (¡Fuera todos!).
Lo que pasa en el interior de la Capilla Sixtina es un absoluto secreto. De hecho, antes de que se cierren las puertas, la estancia y sus alrededores se barren con detectores muy sofisticados para evitar escuchas. Edward Berger se ha documentado muy bien para rodar ese proceso enigmático, que sigue un protocolo ancestral y muy estricto, hasta que se produce la 'fumata bianca'. Puede haber dudas sobre cómo transcurren las horas en las que salen a comer, cenar y dormir, momentos en los que destaca Isabella Rossellini como la hermana Agnes. Pero el debate entre imponer la tradición o adaptarse al cambio no puede ser más actual.
Los giros del final de la película son los que levantan más controversia, sobre todo los relacionados con un cardenal secreto (¿?) que ha pastoreado en Kabul, donde la Iglesia no tiene estructura porque ser cristiano allí significa la muerte. El 'the end', disparatado para unos y justicia poética para otros, también lleva mensaje porque invita a reflexionar sobre una cuestión que la Iglesia ha frenado para conjurar una ruptura.
La enésima bronquitis del papa Francisco, que ya ha rebasado los 88 años, ha despertado el runrún de un eventual cónclave. Al día de hoy, el decano del Colegio Cardenalicio es Giovanni Battista Re, a quien el pontífice acaba de prorrogar dos años más el mandato. La decisión también afecta al vicedecano, Leonardo Sandri, argentino. Ninguno de ellos podrá participar en la asamblea electoral en la Capilla Sixtina, porque el primero ha cumplido 91 años y el segundo, 81.
¿A quién le correspondería presidir, entonces, el cónclave? Al cardenal obispo más antiguo, por debajo de los 80 años en el momento de iniciarse la Sede Vacante, según el listado que se actualiza tras los cumpleaños y fallecimientos. Al mes de febrero, el colegio está compuesto por 252 cardenales, de ellos 138 electores, pero a lo largo de 2025 catorce pupurados perderán su derecho a voto, algunos auténticos 'pesos pesados. El más anciano del mundo en estos momentos es Angelo Acerbi, que el pasado mes de diciembre se convirtió en centenario. Acerbi fue el enviado del Vaticano a Madrid, en 1974, para mediar en el 'caso Añoveros', cuando una catequésis del entonces obispo de Bilbao provocó uno de los mayores conflictos entre la Iglesia y el Estado. Estuvo a punto de costarle el exilio al prelado navarro y la excomunión a Franco.
El cadenal Re fue quien presidió el cónclave que eligió a Francisco en 2013, porque en aquel momento el decano era Angelo Sodano, pero tenía más de 80 años. Tanto él como Sandri sí podrían participar en las congregaciones generales y con un papel clave. Re fue sustituto ('número tres' del Vaticano) y prefecto (ministro) en el dicasterio que se encargaba de nombrar a los obispos. Ha sido un hombre poderoso en la Curia. Lo mismo que Sandri, que también fue sustituto en la Secretaría de Estado y prefecto de la congregación para las Iglesias Orientales. A Sandri le correspondió anunciar la muerte de Juan Pablo II y en el cónclave de 2013 fue considerado papable.
En cuanto al camarlengo, el actual es Kevin Farrell, un irlandés de 78 años. Es prefecto del dicasterio para los Laicos, Familia y Vida y, a diferencia de los anteriores, etiquetados como conservadores, este cardenal está muy identificado con el programa renovador de Francisco. Su opinión sería muy importante tanto en las congregaciones como en el cónclave.
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