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Pablo no llega a presenciar la entrada de las tropas franquistas en Madrid. Su padre lo envía a Rusia y allí comienza una nueva vida, no necesariamente mejor que la que tenía en la capital sitiada durante el invierno de 1938. 'El niño que perdió la guerra' es el último libro de Julia Navarro. «Los más pequeños siempre pierden las contiendas de sus padres», lamenta. «Siempre son las primeras víctimas». La escritora hablará en un nuevo encuentro del Aula de EL CORREO que tendrá lugar hoy, a partir de las 19.00 horas, en la Biblioteca de Bidebarrieta de Bilbao. El acto cuenta con la colaboración de la editorial Plaza Janés y la BBK. La autora repetirá la charla mañana en la Casa de Cultura Ignacio Aldecoa de Vitoria a las 18.00.
Ponente Julia Navarro presenta su última novela. 'El niño que perdió la guerra', en conversación con el historiador Esteban Goti.
Lugar y hora Hoy, Biblioteca de Bidebarrieta (Bilbao) a las 19.00 horas. Mañana, Casa de Cultura Ignacio Aldecoa (Vitoria) a las 18.00 horas.
Con la colaboración: Fundación BBK.
Los niños son, a su juicio, los damnificados de los conflictos. «Me sacuden el alma cuando los veo en televisión, atrapados en conflictos que a menudo no resultan cercanos ni conocidos, llenos de dolor e incomprensión». Tanto la madre biológica como la de acogida de Pablo sufren las vicisitudes de la época. «La primera es una de las represaliadas de Franco y el padre de Ania, la segunda, es un revolucionario que ve como el proceso devora a su hija», apunta y reconoce que las sociedad de su época se estructuraba en torno a los hombres que poseían el poder político, económico y familiar.
La narración comienza en los años treinta y se extiende a través de las siguientes décadas, no sólo en España, sino también en la Unión Soviética. «Hablo de una persona a la que las circunstancias obligan a vivir bajo una dictadura», indica. Se trata de dos historias que discurren en paralelo entre ambos países y que exponen la vida bajo regímenes inflexibles. «Se trata de ideologías totalitarias dominantes en el siglo XX y que hoy se manifiestan con distintas maneras».
La autora se manifiesta partidaria de conocer nuestro pasado para entender lo que sucede hoy y decidir qué futuro queremos construir. «Todas las dictaduras se parecen, todas cercenan la libertad de los ciudadanos e implantan la censura en toda manifestación cultural que no pueden controlar», asegura.
Los gobiernos autocráticos actuales son distintos. «Simulan ser Estados de Derecho hasta que se muestran como regímenes de ordeno y mando. ¿En realidad, cuántas democracias hay? Tenemos que conocer el pasado pero eso no significa desgraciadamente que no se cometan errores porque las formas y el lenguaje cambian, aunque el resultado es el mismo».
El acceso a la educación tampoco nos inmuniza contra el despotismo. «Que la mayoría de la población vaya a la escuela no es garantía de poseer la cultura necesaria para tener un pensamiento autónomo», advierte y apunta la desaparición de las humanidades como una de las causas. «El estudio de latín y griego también implicaba el acceso a una manera de pensar y la historia del arte nos ayuda a interpretarnos a nosotros mismos. Está bien que sepamos mucho sobre las nuevas tecnologías, pero también existen otras herramientas que nos ayudan a crear criterio».
Los blogueros e 'influencers' han arrebatado a los intelectuales su ascendiente sobre los lectores, una situación que parece peligrosa porque favorece prácticas demagógicas. «Es el resultado de la falta de conocimientos por parte de los adolescentes, inermes ante la falta de bases para un conocimiento propio», arguye. «Todos los ministros de Educación han sido un desastre», sostiene.
No se muestra, por último, especialmente pesimista sobre el futuro. «Entiendo que los jóvenes deben librar su propia batalla y sacudirse la inercia de dejarse llevar por lo evidente», sostiene. «Cada generación encuentra la manera de hacer las cosas y algunas las harán mejor que nosotros».
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