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A través de las páginas de 'El árbol de las palabras', el lector viaja a Guinea Ecuatorial en 1884 y al nacimiento de la colonia española. De una forma original, con personajes históricos como Manuel Iradier, pero también con los sueños y conflictos de Bella y Ökkó, dos adolescentes de culturas enfrentadas fruto de su imaginación.
El autor Andrés Pascual (Logroño, 1969) presenta esta novela hoy en el Aula de Cultura de EL CORREO. El encuentro tendrá lugar hoy, a las 19.00 horas, en la Casa de Cultura Ignacio Aldecoa de Vitoria. «Siempre que vengo a presentar un libro me siento arropado, acompañado, como en casa», resalta.
– ¿Cómo fue el proceso de investigación para recrear el contexto histórico de Guinea Ecuatorial en 1884?
– Primero viajé a los escenarios reales. Recorrí la isla de Bioko, antigua Fernando Poo, para respirar el mismo humo del volcán que en su día respiraron los pioneros. Por otro lado disponía de un imaginario familiar muy potente, ya que mis bisabuelos y abuelos vivieron allí durante las décadas de los 20 y 30 del siglo XX. Pero para recrear el día a día de 1884 ha sido necesario estudiar mucho.
– Y mucha documentación.
– Disponía de documentación maravillosa, como la obra de Manuel Iradier. Otros personajes son de ficción, pero responden a perfiles habituales en la colonia, como los finqueros, los misioneros, el gobernador o los miembros de la etnia bubi, y el contexto es real hasta el último detalle: desde los grandes eventos políticos hasta lo que desayunaban un día cualquiera.
– Vitoria aparece en el libro e incluso se narra el encuentro de Stanley e Iradier. ¿Es todavía un gran desconocido el explorador vitoriano?
– Sin duda. Tan es así que muchos lectores de la novela, hasta que llegan a las notas de autor que incluyo al final, piensan que es un personaje de ficción. Por eso es una maravilla que en Vitoria haya personas y asociaciones dedicadas a preservar un legado tan valioso. Manuel Iradier no es solo un puñado de kilómetros cuadrados ganados a un mapa, es un hombre único que representa tres virtudes: el coraje, la perseverancia y la importancia, siempre, de tener un propósito superior.
– ¿Qué siente al volver a la capital alavesa?
– Me hace especial ilusión porque es un placer y un lujo que me presente Álvaro Iradier, biznieto del explorador y presidente de la Asociación Africanista Manuel Iradier. El que una persona como él haya leído y disfrutado tanto con la novela hace que todo el trabajo que hay detrás haya merecido la pena.
– También aparece Isabel Urquiola como heroína, mucho más que la pareja de Iradier. ¿Qué papel juega?
– Aun cuando disfruten de menos páginas en la novela, para mí, Isabel y su hermana Juliana, que también los acompañó a Guinea, son tan importantes como el explorador. Y aún más olvidadas, como ha ocurrido con tantas heroínas a lo largo de la historia. Ambas querían vivir en primera persona la expedición, se hicieron cargo del campamento base en un islote y recababan datos científicos dejándose la piel y la salud. Como autor, ha sido una maravilla recrear lo que vivieron juntos.
– ¿Ve paralelismo entre los conflictos del siglo XIX en la novela y los desafíos actuales en las relaciones interculturales?
– Quería novelar los inicios de la colonia, y en 1884 se dieron tres acontecimientos que marcaron un antes y un después precisamente porque suponían un choque de culturas: la construcción de la primera misión de los claretianos, la segunda expedición de Iradier a la zona continental y la Conferencia de Berlín en la que las potencias se repartieron África como si fuera una tarta. Esto me ha permitido mostrar una política colonial muy desafortunada, pero también recrear a personas con vidas muy inspiradoras que surgieron en mitad de ese caos.
– Entre los protagonistas destacan Ökkó y Bella, dos adolescentes de mundos distintos. ¿Qué quería contar con esta historia?
– Quería demostrar que la única forma de crecer como personas es abrazar la diferencia. He construido la trama en torno a estos dos protagonistas de culturas diferentes, un adolescente de la etnia bubi y una española de su misma edad que vive en la capital de la colonia, para confrontar esas diferentes formas de ver el mundo. Pero si hay una pregunta que también se percibe en cada página es esta: ¿Qué impulsaba a los pioneros a embarcarse hacia una muerte más que probable en el otro extremo del mundo? No podía ser el dinero; o al menos no solo eso. He indagado en los motores que empujan a los seres humanos a romper con todo.
– Su novela aborda un episodio olvidado de la historia española en África. ¿Por qué cree que se recuerdan más historias coloniales de otros países y no propias?
– Si no se ha escrito más sobre Guinea, tal vez sea porque no estamos muy orgullosos de cómo hicimos las cosas como país. Pero eso 'El árbol de las palabras' no es un libro de banderas, sino de personas concretas, como Iradier, que creían en lo que hacían y se entregaban en cuerpo y alma a sus metas y propósitos. Otro motivo para haber dado la espalda a Guinea podría ser el miedo a todo aquello que no llegamos a comprender del todo. Y, lejos de ser una amenaza, la cultura bubi de la isla es una fuente maravillosa de inspiración.
– ¿Qué anécdotas curiosas tiene de la herencia española en Guinea? Se han criado con la misma televisión.
– Sí, de hecho, tengo una anécdota de mi viaje a Guinea que cada vez que la recuerdo me arranca una sonrisa. El guía que me condujo por las playas de Ureka donde naufraga una goleta española en el primer capítulo, me dijo que su ídolo en la vida era Coque, el portero de la serie 'La que se avecina'.
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