Espías y un peluche con 1.200 dólares: la desconocida historia de la vacuna que rechaza Kennedy
Katalin Karikó, la 'madre' del primer remedio aplicado contra el covid, cuenta en sus memorias los avatares hasta dar con una fórmula que salvó millones de vidas
Podría decirse que el origen de la primera vacuna aprobada contra el covid y que esta pasada semana rechazaba el secretario de Salud norteamericano Robert Kennedy Jr ... al cancelar contratos por casi 500 millones de dólares se encuentra en un osito de peluche que viajó desde la Hungría comunista a Estados Unidos en 1985. En su interior, Katalin Karikó metió 1.200 dólares, los que había conseguido tras vender su vetusto coche. En aquellos años no se podía salir de su país con más de 50 dólares porque se consideraba un intento de deserción. Ese fue el dinero que permitió a ella, a su marido y a su hija, la dueña del osito, salir adelante en un nuevo país. La historia, sin embargo, dista mucho del sueño americano logrado en un abrir y cerrar de ojos. Hasta que logró desarrollar la primera vacuna aprobada para hacer frente a la pandemia tuvo que enfrentarse a un jefe que amenazó con deportarla, a laboratorios llenos de cucarachas y al rechazo de su trabajo por la revista 'Nature', la más prestigiosa en el mundo de la ciencia.
Años antes de aquel viaje, cuando solo era una niña, la que sería premio Nobel de Medicina en 2023 junto a su colega Drew Weissman había contemplado cómo su padre, carnicero, despiezaba un cerdo en la humilde casa familiar situada en un pequeño pueblo del corazón de Hungría. Tan humilde que no tenía agua corriente y todos vivían en una sola habitación, la única que podía calentar una vieja estufa alimentada de serrín. «La aprensión era un lujo que nadie podía permitirse, y mucho menos una familia trabajadora como la nuestra, que a duras penas llegaba a final de mes. Creo que en ese momento empezó todo», cuenta en sus memorias 'Rompiendo barreras. Mi vida dedicada a la ciencia'.
Aquellas estrecheces propias de la posguerra se agravaron con la fallida revolución de 1956, justo un año después de su nacimiento. Los húngaros se levantaron contra el régimen comunista y su padre acabaría expulsado de la cooperativa en la que trabajaba para convertirse en un jornalero que trabajabría aquí y allí.
La visita de la Policía secreta
Aficionada a Colombo por la minuciosidad que el personaje televisivo mostraba en sus investigaciones –«Una de las pocas series norteamericanas que podían verse»–, su carrera en la ciencia comenzó a despegar en la Universidad de Szeged. «Trabajé, trabajé y trabajé», recuerda sobre una época en la que se acostaba a las dos de la mañana, dormía tres o cuatro horas y volvía a trabajar antes de las clases. Décadas después se llevaría un saco de dormir para pasar algunas noches en el laboratorio donde trabajaba en Washington.
Fue tras licenciarse en 1973 cuando comenzó a pensar que el ARN mensajero podía ser un tratamiento eficaz contra enfermedades de todo tipo. Para que una célula cumpla su función, el ADN contenido en su núcleo tiene que expresarse en una proteína. Estas son las herramientas que utiliza el organismo para hacer prácticamente todo. Para que esto ocurra, esa información genética tiene que llegar a las partes de las células donde se fabrican las proteínas, los ribosomas. Esa es la función del ARN mensajero, hacer de intermediario, y una de sus grandes ventajas: permite hacer que las células produzcan lo que se quiera. En el caso del covid, las moléculas –antígenos– que debían hacer reaccionar al sistema inmune. Aunque este ARN había sido descubierto en 1961, su potencial terapéutico estaba por demostrar.
Fue en aquella época cuando los espías entraron en su vida. Tras el episodio vivido años atrás con su padre, dos hombres acudieron a su casa. «Eran jóvenes, no mucho mayores que yo. Caras serias. Trajes elegantes. Eso fue lo que los delató. Los únicos que se vestían así eran los miembros de la Policía secreta». «Debemos prevenir el robo –se referían a sus conocimientos científicos–. Proteger nuestros valores. Si nos ayudas, te ayudaremos», le dijeron para amenazar a continuación con decirle a su progenitor que su hija había perdido su trabajo por su culpa. Nunca denunció a nadie y nunca volvió a saber de ellos.
La fecha clave
Una vez en Estados Unidos –barajó la idea de investigar en Madrid–, se encontró con una situación que no esperaba: cucarachas en el laboratorio. «Levantaba una caja, o una bandeja de cultivo o una pila de papeles, y allí estaban: insectos marrones y gordos correteando por el mostrador, huyendo de la luz». Tampoco un jefe vociferante que la amenazó con deportarla cuando supo que planeaba cambiar de centro de investigación. Terminaría instalándose en la universidad de Pensilvania, parte de la 'Ivy League' y por tanto una de las más prestigiosas del país. Aquí afrontaría el problema de una norma que llamaban 'dólar por metro cuadrado en el laboratorio'. Los investigadores se ganaban su espacio para trabajar con la financiación que eran capaces de atraer. Y Katalin no atraía ninguna.
En esta universidad conoció a Drew Weismann. Se cerraba el círculo que posibilitaría la futura vacuna. De un lado, una bióloga molecular experta en ARN mensajero; del otro, un experto inmunólogo que se había formado con Anthony Faucy, el epidemiólogo que hizo las veces de Fernando Simón en Estados Unidos. Ambos lograron introducir este ARN en las células sin desencadenar un proceso inflamatorio, el último obstáculo que quedaba para que esta tecnología fuera aplicable. Pero 'Nature' rechazó publicarlo por considerarlo un «trabajo acumulativo». Lo aceptó otra revista, 'Immunity', pero su repercusión fue nula.
Acuciada de nuevo por la falta de fondos, se incorporó en 2013 a Biontech, una empresa biotecnológica alemana que sí creía en las posibilidades del ARN mensajero. Fue esta, aliada con Pfizer, la que ofreció la infraestructura necesaria para fabricar el remedio. La fecha clave fue el 8 de noviembre de 2020. Ese día, cuando celebraba con su marido y su hija el cumpleaños de esta, conocieron que los resultados del remedio que habían desarrollado tenía una efectividad del 95%. Meses después, en agosto de 2021, las autoridades americanas autorizaban su administración. Ahora, cuatro años después, el polémico Robert Kennedy junior, antivacunas y conspiranoinco convencido, la ha prohibido.
Protestas frente a la Casa Blanca y una hija campeona olímpica
La historia del osito que llegó a Estados Unidos con 1.200 dólares en su interior tiene continuación. La dueña del peluche era Susan, la hija de Katalin Karikó. Si esta dedicó su vida a la ciencia, Susan mostró un gran talento para el deporte, en concreto, para el remo. Comenzó a practicarlo en la universidad y en solo tres años ganó la medalla de oro en los Juegos de Pekín de 2008 con el equipo estadounidense, logro que repetiría cuatro años después en Londres. Antes, en 1995, cuando todavía era una niña, acompañó a su madre a protestar frente a la Casa Blanca porque su padre no podía regresar de Hungría por problemas burocráticos. «Una protesta de dos», recuerda en sus memorias Katalin, que añade que escribieron una carta al entonces presidente Bill Clinton para que intermediara con las autoridades húngaras. Katalin Karikó visitó Bilbao en 2022 para recoger el Premio Fronteras del Conocimiento .
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