Los pueblos de veraneo donde no cabe ni un vizcaíno más
El éxodo a segundas residencias, un modelo en declive, hace que municipios más o menos cercanos multipliquen por diez su población
Si tiene usted curiosidad por saber cómo es Chernóbil, pásese en febrero por Laredo. Pero por la parte de Laredo que se extiende al este ... de la rotonda de Carlos V, por el ensanche, que es una sucesión de bloques deshabitados, calles vacías, muros de tonos grises y silencio impasible.
Si tiene usted curiosidad por saber cómo es Benidorm, váyase a Benidorm. O a Laredo en agosto. Porque el paisaje muerto del invierno se transforma en un guirigay colorido de carnestolendas torradas, de músculos brillantes, con el tap tap de fondo de las chancletas blandas, con gritos y carreras de niños.
Cómo cambia Laredo del invierno al verano. Es uno de esos pueblos que se transforma durante las vacaciones porque dispara su población hasta extremos insólitos. Es por todos los vascos que van allí. Y no es el único caso. El éxodo estival de la gente que reside fundamentalmente en el Bilbao metropolitano tiene vocación casi colonizadora en lugares variados. En la misma Bizkaia engordan muchísimo pueblos costeros como Bakio y Plentzia. En Cantabria está también, y particularmente, Noja. En Burgos, Medina de Pomar y Villarcayo. En La Rioja, Haro.
Son sitios con una cosa en común: multiplican su población en verano no con turistas sino con veraneantes. Con gente del Bilbao metropolitano que tiene allí sus segundas residencias y que sigue cultivando un modelo de vacaciones que en otros sitios anda un poco en declive.
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«En Haro no consideramos que los vascos sean turistas»
«Me sorprende mucho. Es una tradición del País Vasco», analiza y se felicita Miguel González, alcalde de Laredo. Se refiere a lo de comprar una segunda residencia donde pasar todos los veranos. «Los cántabros nos movemos más de un año para otro, a sitios distintos, mientras los vascos tenéis esa cultura que habéis mamado desde pequeños». Así que las familias vizcaínas que llegan a este municipio, sobre todo «desde la Margen Izquierda», no son turistas, «son veraneantes». Y algunas ya van por la «segunda y la tercera generación» de lealtad.
Es este un caso estridente de elefantiasis estival. Laredo tiene durante los meses ordinarios casi 11.000 habitantes, que en verano «se multiplican por diez, hasta más de 100.000». Hay pisos turísticos, claro. Pero, sobre todo, hay segundas residencias de vascos que se concentran allí. Responder a esa situación, a este crecimiento, es todo un reto en distintos aspectos: «En la recogida de residuos, limpieza viaria, limpieza de playas, socorrismo... Hay mesas de coordinación con la Guardia Civil, los policías municipales duplican turnos, en limpieza contratamos a quince personas más, hasta las 45», detalla el alcalde.
Ventajas y problemas
Este es un asunto siempre controvertido porque siendo una bendición la llegada de gente en términos económicos (para la hostelería, para el comercio) también es un gasto potente para la administración. Aitor Garagarza, alcalde de Plentzia, pone el énfasis ahí. En estas fechas el municipio vizcaíno duplica, y llega a triplicar, su padrón de 4.300 residentes. «El 40% de las viviendas del pueblo son vacacionales», apunta. Y el impacto de Gorliz y sus barrios, tan próximos, también les llega.
«El Ayuntamiento está preparado para responder a las necesidades de 4.300 habitantes, y en ciertos aspectos, como las licencias de obras, durante todo el año ya son más de las que nos corresponderían». Pero lo gordo llega en verano, lógicamente, con el gasto extra en limpieza, seguridad y demás servicios. Eso les obliga a un esfuerzo económico que impide llevar a cabo otros proyectos como «mejorar el casco histórico». Así que el alcalde reactiva una demanda recurrente y pide que la Diputación mejore la financiación municipal con nuevos criterios de reparto del fondo foral Udalkutxa. «Ahora, cada habitante de Plentzia recibe 360 euros menos al año que uno de Bilbao».
Algo más allá está Bakio, el municipio vasco con más viviendas de uso esporádico, según el Instituto Nacional de Estadística (INE). Aquí pasan de 2.800 habitantes empadronados a 12.000 en verano. Eso le convierte también en una especie de fábrica de cuadrillas. «Somos cinco», dice Paul, veraneante habitual. «Un bermeano, uno de Algorta, uno de Bilbao y dos de aquí, de Bakio». «Nos conocimos aquí de pequeñajos» porque sus padres ya eran fijos. «Ahora mi hija Izaro está empezando también a formar su propia cuadrilla», en lo que será la tercera generación. En realidad, la cuarta, porque «mi aitite era de aquí». ¿Y no echa de menos pasar el verano en sitios distintos, descubrir nuevos destinos? «Hay que hacer de todo, a veces hacemos viajes; pero prefiero estar aquí».
El fenómeno no se limita a pueblos costeros, claro que no. Se extiende tierra adentro. A Burgos, por ejemplo. De hecho, el Valle de Mena ya es algo más que un destino vacacional: es como un pueblo vizcaíno al que se ha mudado mucha gente que trabaja en Bilbao y alrededores para vivir sosegadamente de manera estable.
En su contexto
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110.000 habitantes llega a tener Laredo en ciertos momentos de agosto, diez veces más que el resto del año.
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Noja, caso único en este pueblo cántabro viven unas 2.700 personas, pero en verano llega a alcanzar los 100.000 habitantes. Es el municipio español con más viviendas de uso esporádico. 12.000
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12.000 personas llega a tener Bakio en verano, frente a los 2.800 residentes empadronados durante todo el año.
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Medina de Pomar pasa de 6.200 a casi 25.000 habiantes; miles de personas de esta zona burgalesa emigraron a Bizkaia con el auge industrial y mantienen el vínculo con su tierra.
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En La Rioja Haro casi duplica su población y hay urbanizaciones casi enteras de vascos. Otros pueblos riojanos como Ezcaray también son clásicos para muchas familias vizcaínas.
Pero Medina de Pomar y Villarcayo ya están un poco más lejos, y estos sí son pueblos que responden al perfil que nos ocupa: colonias vizcaínas estivales que se consolidan generación tras generación. Atestados están ahora. Este lunes, a primera hora de la tarde, ya se había terminado la carne en los supermercados de Medina, la población con más caída, a la que va a surtirse la gente que veranea allí y en los pueblos próximos.
¿Por qué llega hasta aquí tanta gente de Bilbao y alrededores? Hay dos motivos, avanza Isaac Angulo, alcalde de Medina de Pomar. El primero es la emigración de hace siete décadas, cuando la población de Las Merindades «se quedó a la mitad por la gente que se fue a trabajar a Altos Hornos, a La Naval, a la Babcock...». En los años 70 se comenzaron a levantar promociones para acoger las segundas residencias de esas familias nostálgicas, que mantienen el vínculo con su tierra.
Limpiar los pulmones
Pero es que, por otra parte, también había muchos vecinos del gran Bilbao que en los momentos de polución extrema debían subir a lugares de aire limpio. «Les mandaban aquí cuando estaban malos», recuerda Angulo, «y eso también influyó mucho en que venga gente a la zona».
«No llegan turistas, llegan vecinos de veraneo», integra Adrián Serna, alcalde de Villarcayo. «Somos 4.150 habitantes empadronados y en verano, en el pico más alto, llegamos a 24.000». En términos de organización municipal no se queja del ajetreo veraniego. «Todos los años ocurre lo mismo, así que ya sabemos cómo reaccionar». La plantilla municipal pasa de las 85 personas a las 115, reforzando sobre todo los servicios de limpieza y jardinería. ¿Compensa? «El comercio y la hostelería que tenemos, en su mayoría, abre durante todo el año, pero es en verano cuando les llega el beneficio. Así que sí, claro que compensa. Además, nos conocemos todos, hacemos comunidad».
Tanto, que el otro día celebraron el día de San Ignacio. «Se hace una comida con marmitako, hay bilbainadas, música... Llevamos haciéndolo muchos años y es un reconocimiento a los vecinos de Bizkaia, que ya que les pilla aquí el día de su patrón, que lo puedan celebrar», se explica el alcalde.
Para conseguir esta proximidad, esta conciencia de grupo, también ayuda que haya familias que no sólo encuentran en el pueblo un refugio estival, sino un lugar de retiro habitual. «Hay gente que viene casi todos los fines de semana, de manera continua».
Y hay quien se pasa muchos meses en su segunda residencia. Igor, por ejemplo, en Laredo. Teletrabaja, así que «me vengo en mayo y estoy hasta septiembre». De ese modo asiste a toda la transformación estival. «En mayo y junio bien; en julio ya hay mucha gente; y en agosto es un poco pesadilla: sin sitio donde aparcar, haciendo veinte minutos de cola para ir a la farmacia...». En septiembre vuelve la tranquilidad y «en octubre esta zona es el desierto». Y así se queda hasta el verano siguiente, como Chernóbil.
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