L@s niñ@s vuelven a saltar a la comba en Bilbao
El Bilbao de luis gómez ·
La chavalería se divierte con la tecnología, pero también con juegos que parecían condenados al olvidoA poco que anden con los ojos un poco abiertos se habrán dado cuenta de que l@s niñ@s de Bilbao recuperan viejas tradiciones ... . Han vuelto a saltar a la comba, un juego que parecía haber quedado desterrado y pasado a dormir al limbo de los sueños.
Pero no. Lo bueno de esta novedad es que los chavales le dan a la cuerda en cualquier sitio. En el barrio de Miribilla, en plena Gran Vía en un sábado de rebajas atestado de bolsas o en el 'parque de los Patos'. La comba ha dejado de ser 'una cosa de pueblo' para asaltar las aceras urbanas. Cualquier lugar parece hábil para ver a los pequeños pasándoselo en grande dando saltitos, saltos y saltazos. Que los hay de todas las clases.
«Soy muy forzuda»
También es cada vez más frecuente verlos practicando en los recreos. Ahí es donde arrancó este curso la afición de Angela Del Pozo De las Heras, una alumna de 8 años del Colegio Jesús María de Artxanda. «Me gusta aprender algo nuevo», suelta con desparpajo. Dice que hace saltos dobles y cruces. Es una experta. Puede llegar sin problemas a hacer 100 saltos. Tiene suerte de «no acabar cansada» y de ser «muy forzuda», presume.
No hay quien la detenga con una afición que lleva hasta la misma cocina de sus padres. En el salón, subraya, no se atreve. «Allí hay más cosas, más figuras, y mami...», desliza. Desde que se hizo con una cuerda sale con ella a la calle a todas horas. Y en cuanto baja del autobús, ya está entrenando. O en las instalaciones escolares. «Cada uno tiene su comba». Dice que Kepa, su profesor de Educación Física, ha animado a toda la clase. Su cuerda es de color rosa. «Cuando salto parecen cables eléctricos», cuenta. A veces se emplea con tanta intensidad que las cuerdas se «me pegan al cuerpo y me hacen un daño de la pera», reconoce. Algo que no parece quitarle el sueño.
A ella y a su hermano, porque esta es un afición compartida. La comba de Mario es azul purpurina. Va por la segunda al deshilachársele la primera. «Me lo paso bien», relata. Solo hay que verle. «Me gusta porque me entretiene», confiesa. Se emplea con tal destreza que «a veces tengo que echar el freno para no caerme», descubre.
«Ahora ya lo domino»
– ¿Es difícil saltar bien?
– Qué va. Aunque al principio resultaba un poco...
– ¿Un poco?
– Bueno, ahora ya lo domino.
Mario es incansable. No tendría problemas para dar hasta «1.000 saltos sin parar». Pero, como le gustan las emociones fuertes, le encanta arriesgar y hacer el «más difícil» todavía, con continuos ejercicios de dobles y cruzados.
Lo de saltar a la cuerda no es algo exclusivo de Bilbao. El Gobierno francés, preocupado por la obesidad infantil, ha apostado por combatir el sedentarismo escolar con juegos de antaño como el pañuelo, la rayuela, el escondite, polis y cacos... Y también ha mandando saltar a la comba.
Dar descanso a los videojuegos
Opinan los especialistas que con tanta tecnología, videoconsola de última generación, ordenador con webcam, smartphone y juego electrónico comienzan a perderse las buenas costumbres y con ellos «algunos juegos de toda la vida con los que hemos pasado horas y horas divirtiéndonos. Con los juegos tradicionales que disfrutamos los niños de los años 80 no hacía falta tecnología, ni WhatsApp, ni estar conectado a las redes sociales durante 24 horas al día. Bastaba un poco de imaginación, un par de canciones y poco más para disfrutar de las pequeñas cosas», esgrime Iván Martínez de Miguel, empeñado en la recuperación de viejas costumbres. Con la comba lo tiene claro. Lo que más le gustaba a Iván es que «había decenas de canciones para ir pasando dentro de la comba y saltando de diferentes maneras: agachado, de pie, en grupo, en pareja... Las posibilidades eran infinitas», recuerda.
Con la llegada de este juego, quién nos dice que también están al caer las canicas, el yoyó, las cuatro esquinas, las chapas o la peonza. Veremos si más de un mayor se atreve. Y quien dice un mayor piensa en si algunos padres se atreverán a emular a sus pequeños y recordar los tiempos de cuando eran unos niños.
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