Los bilbaínos vuelven a tatuarse el mítico amor de madre
Hay muchas formas de perforarse la piel, pero la capital vizcaína deja huella con la resurrección de los dibujos clásicos de marineros, anclas, la famosas 'pin-ups', serpientes, dagas, puñales en el corazón...
Para que luego digan que la vasca, y por ende la bilbaína, ha dejado de ser una sociedad matriarcal. Los bilbaínos y bilbaínas amantes de ... los tatuajes vuelven a grabar en su piel el mítico amor de madre o los terroríficos puñales desangrando cientos de corazones. Se ve que tanto amor y pasión marcan. Tatuajes de la vieja escuela dejan huella de nuevo. Hombres y mujeres, indistintamente, disfrutan grabándose en brazos y manos, especialmente, el nombre de sus amores, siempre el de alguna mujer, aunque les duela de lo lindo.
Porque se sufre cuando uno se pone en manos de tatuadores, por muy expertos que estos sean y pese a que muchos lo nieguen. Padecen lo indecible y encima se dejan un pastón –desde 180 euros la sesión en los locales más caros–, pero los bilbaínos marcan tendencia en España al promover la recuperación del 'Old School' o, lo que es lo mismo, los tatuajes tradicionales. Parecían condenados al olvido y arrasan de nuevo, igual que a mediados del siglo pasado, cuando la estética de fornidos marineros monopolizó la iconografía popular.
Se han vuelto a poner de moda los dibujos que aquellos hombres del mar se hacían en brazos, pecho, manos y hasta en los pies cuando atracaban en los puertos en busca de un amor para toda la vida o un simple encuentro carnal. Es lo que se lleva. Bilbao se deja la piel con unos tatuajes de aire retro con los que no valen las medias tintas.
Son de trazo grueso y líneas negras profusamente remarcadas. Se realizan en tamaño XXL y emplean colores muy llamativos, preferentemente rojos (esta tendencia bombea y salpica sangre a borbotones, muy al estilo de Quentin Tarantino en 'Pulp Fiction'), verdes, amarillos y azules. Dibujos de colores planos y perfiles duros que triunfaron en la Segunda Guerra Mundial y en los años cincuenta del siglo XX entre marineros, hampones y otras gentes de dudosa reputación. Nada que ver con el aire 'cool' que transmiten hoy.
De ahí la profusión de barcos, anclas, sirenas, pero también 'pin-ups' (chicas de calendario), golondrinas, corazones, dagas, panteras, serpientes, águilas... Un muestrario a medio camino entre el terror y el horror, a juicio de una amplia legión de detractores. Y un verdadero deleite artístico para los que, además, adornan sus cuerpos con abundantes rosas, muy rojas, por supuesto, engalanadas con cintas con leyendas de nombres y las ineludibles palabras 'mother' y 'madre'.
Servidos en los brazos de camareros
Esta tendencia tiene como embajadores a algunos de los camareros y camareras más cotizados de Bilbao. La encargada del Plaza, uno de los garitos con mejores pintxos de Jardines de Albia, sirve en camiseta corta y deja desnudos sus brazos. Luce el dibujo de una botella de Coca-Cola de reminiscencias vintage, un ancla y una 'pin-up' con los pechos al aire. «Claro que noto cómo se clavan algunas miradas. Siempre hay gente que se atreve a decir algo. '¡Pues qué manchada vas!'», han llegado a comentarle. «Hay de todo. Todavía te miran y se quedan pensando que debería lucir otro estilo. No te ven con cara de que pueda llevar tatuajes», asume.
La camarera, que prefiere omitir su nombre, es consciente de que los tatuajes, y más estos, arrastran todavía muchos prejuicios. «Me doy cuenta cuando voy a buscar a mi hijo al colegio. Te pasan revista como diciendo '¿y ésta? Seguro que es una fiestera o le gusta mucho la noche'. Todavía hay quien piensa así», confiesa. «Debería haber más profesores, médicos y policías tatuados, pero mucha gente no se atreve por el qué dirán. Yo he visto en Nueva York a abogados y hasta jueces tatuados. No se trata de ir en tirantes al trabajo, pero sí de normalizar una práctica que todavía se sigue viendo aún como algo negativo. Parece que es para una clase...» ¿Poco aconsejable? «Hummm. Dejémoslo en tipos duros, como los 'Angeles del Infierno', pese a que los dibujos de 'pin-ups' son superversátiles». Ensalzan, a su juicio, la masculinidad del hombre y la feminidad de la mujer.
Nada canallas
Poco le importa a Alejandro Simón Contreras el espíritu supuestamente canalla de los tatuajes. En el Hola Bar, la cafetería de Azkuna Zentroa, todos le conocen como Alejandro 'El sevillano' y, claro, por sus tatuajes. Luce unos cuantos, todos en su brazo izquierdo, que empieza a asemejarse al de David Beckham. Todos de la vieja escuela. Uno incluye la típica baldosa de Bilbao sobre la que revolotean dos golondrinas. «Significan el amor eterno: uno es el de mi ama, que lleva un chupete con la siglas SVQ, que significa Sevilla, y el otro, el de mi aita». También lleva grabado un dibujo de 'Lady Justice', la diosa de la justicia, vestida como una 'pin-up' con flores. Otro incorpora un corazón –admite que es «muy fogoso y muy latino»– atornillado con dos clavos y cercado por una calavera que parece advertirle sobre los peligros que le acechan. «Quiere decir 'oye, cuidado con quién te puede agarrar el corazón'», bromea.
Porque, sinceramente, a Alejandro no se le ve muy preocupado. Comenzó a tatuarse hace año y medio y desde entonces, cuenta, «ha ido cayendo un dibujo tras otro». Muestra con especial orgullo el de una calavera reforzada con la cita 'Working Class'. Clase obrera, que es de donde yo vengo. Es algo que nunca olvido», reflexiona este camarero, feliz de vivir en Bilbao, donde recaló hace ya cuatro años. Por muchas razones, pero también porque en su Sevilla natal no podría lucir tatuajes tan rompedores: «Allí me dicen que estos tienen un aire muy carcelario, marrullero y macarra, pero para nada tienen esa intención. No hay forma de hacerle entrar en razón a mi gente», asegura.
No parece exagerar. Si en Bilbao advierte miradas de «admiración» por sus tatuajes, en la capital hispalense «no podría trabajar de camarero. O no me quedaría más remedio que hacerlo con la camisa abrochada... ¡y bien afeitado!». Es lo que diferencia el sur de un Bilbao en el que, además de servir cerveza y pintxos con mucho arte, cavila sobre su próximo dibujo. Porque están muchos por llegar. No descarten que caiga una calavera mexicana de la muerte. Aunque tenga que aguantar una lista de espera de nueve meses, sesiones de cuatro horas y... ¡mucho sufrimiento!
Pero, como dice, el dolor pasa y el tatuaje se queda. Más si son de la vieja escuela.
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