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El interior del bar Sagar.

Los Gemelos, el Zurich, el Sagar, la 'bodeguilla'... los bares que son parte de la redacción

Cerramos esta sección de homenaje a nuestras tabernas favoritas con cuatro de los locales de la calle Pintor Losada que más frecuentamos quienes hacemos El Correo cada día

Sábado, 20 de junio 2020

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Döner Kebab Los Gemelos

Olatz Barriuso

Quien no haya trabajado nunca en un periódico no entenderá que el bar de enfrente es algo así como la prolongación natural de la redacción. Un apéndice necesario que, si falta, duele. Piensen en el bar de Miguelón en la serie aquella en la que José Coronado era el jefe de Local del 'Crónica'. Algo así nos pasó a los veteranos de EL CORREO con Los Gemelos, el local de Pintor Losada que nos vio curtirnos como periodistas. Mané y Copi, los gemelos del nombre, fueron durante años el reposo del guerrero, una segunda casa donde se forjaron lazos de amistad entre compañeros que durarán para siempre. Por eso cuando retomaron sus caminos lejos de Bolueta, nos quedamos todos un poco huérfanos. La barra de madera, el serrín del suelo, los azulejos, el futbolín... todo seguía ahí pero era como si le hubiesen arrancado el alma. En paralelo, la gente se casaba, tenía hijos y se marchaba pronto a casa. ¿Pero esto es un periódico o qué?, nos preguntábamos los últimos románticos de la profesión, añorando ese rincón donde rumiar las frustraciones del día, o donde celebrar los éxitos apurando una caña bien tirada.

Y entonces llegaron ellos. No fue amor a primera vista, lo reconozco. Naim, Asif y compañía montaron un kebab en Los Gemelos. De los de toda la vida, de los del pincho dando vueltas, el durum y la pedrata, y ese olor característico a carne y salsa que, personalmente, me evocaba mis gaupasas adolecentes. Un día, por lo que sea, acabamos en la barra. La caña seguía estando estupendamente tirada, hasta el vino era bueno. Ponían los quinientos partidos de cada semana y jugaban ruidosamente al futbolín con los parroquianos. Había hasta un equipo de dardos, más escandaloso aún, con la camiseta del garito. Vaya, lo mismo te encontrabas a japoneses del cercano albergue juvenil aprovisionándose de kebab que a los vecinos del barrio de toda la vida dando por acabada la jornada.

Así que repetimos. Y un día me pareció lo más natural del mundo que Naim me chocara la mano al entrar y me preguntara qué tal el día. Sentí en el pecho una calidez reconfortante que creía perdida mientras el pollo y el cordero seguían girando. Qué está pasando, me pregunté. Entonces, nuestro héroe, un pakistaní cercano y socarrón, se puso a animar al Real Madrid como si no hubiera un mañana y cierto compañero con el que comparte colores y pasión entró al grito de 'oe, oe, oe', pinchándose amigablemente con la afición rojiblanca del barrio. Empezamos a quedar en 'los pakis'. Así, por norma. En una ocasión, me ofrecieron el wifi para actualizar una noticia que había cambiado de titular por enésima vez. Otro día me di cuenta de que me servían la cerveza en copa, en plan fino, sin dejar de atender un montón de pedidos a domicilio. Porque el kebab de Los Gemelos se ha ganado una bien merecida fama más allá de Pintor Losada, pero a la vez se ha convertido, de nuevo, en un refugio, en un segundo hogar, en mi sitio. Ese al que quiero volver.

Zürich

Olatz Hernández

Los Hombres G posan con varios fans en una foto antigua del Zurich.

Pintor Losada es una de esas calles que no descansa. Cuenta con una decena de bares y, al igual que la redacción, solo cierran unas cuantas horas de madrugada. Hay tantos que es posible entrar en uno y no encontrar ninguna cara conocida. El Sagar, la Bodeguilla, el Lainoa… Pero hay uno en el que, sea la hora que sea, seguro que encuentras a algún compañero acodado en la barra. El Zúrich.

La primera vez que entramos al local, siendo aún estudiantes del máster, tras la barra nos recibió Andrés con una sonrisa. «¿Qué os pongo?», dijo. Años después sigue preguntándolo por cortesía, ya que sabe perfectamente qué es lo que vas a pedir. Una mera excusa para empezar la conversación y charlar en lo que tarda en servir una caña o un pincho. Y si ha sido un día duro, enseguida te ofrece un 'café especial' -cuya ingrediente secreto conocen él y quien lo pide- o te suelta un «¿A quién le tengo que decir que te de vacaciones?». Medicina para el alma.

Para hacerse una idea de la importancia que tiene este bar entre los periodistas de El Correo bastaría con hacer un pequeño sondeo en redacción para recopilar medio centenar de anécdotas. Aunque parezca increíble hasta los Hombres G estuvieron poteando por Santutxu y se pasaron por el Zúrich antes de dar un concierto en Miribilla. ¿No se lo creen? Miren con atención la foto que acompaña este artículo.

Hace ya tres meses la pandemia del Covid-19 nos quitó las conversaciones en el trabajo, las cañas al acabar el día o los cafés en el Zúrich. Todo parece ahora muy lejano. Y que al entrar al bar Andrés te pregunte qué tal te ha ido el día y te ofrezca un 'café especial'. Bendita normalidad.

Sagar

Luis Gómez

Si ya es de agradecer que a uno le saluden por su nombre cuando traspasa la puerta de un bar, de 'su' bar para ser más precisos, qué decir de aquellos donde uno queda retratado. Hay algunos establecimientos en los que no es que te estén esperando, simplemente nunca te vas de ellos. Formas parte de su existencia. Literalmente.

No hay bar en el mundo donde este sentimiento de pertenencia esté tan arraigado como en el Sagar de Santutxu. Uno se da cuenta de ello cuando de repente descubre que las caras de bastantes clientes decoran paredes y techos, te los encuentras pintados en la misma barra o aparecen estampadas en las mesas. En las mismas en las que a uno le sirven unos txipirones con los que se ve el cielo, como le ha pasado a este periodista más de una vez, o donde los parroquianos, grandes y pequeños, toman un café, charlan de lo que sea, juegan a las cartas o se meten una buena caña. Porque aquí las cervezas son la caña.

Todo por gracia y obra de un artista. De talla mundial, para más señas. Se llama Juanjo Barón, un maestro internacional de las caricaturas realizadas con aerógrafo. Ha personalizado la guitarra de Alejandro Sanz, la moto y el coche de Fito Cabrales y hasta Mariano Rajoy tiene una caricatura suya. Y ha inmortalizado los rostros de más de sesenta y pico clientes a los que ha convertido en dibujos animados. A Luis, Sandra, Ángel, Vellanco, José Pires, Esteban, Borja, Ricardo, Iñaki, José Sevilla, Agus... Y, por supuesto, a Maribel, Berta y Tomasi, a las que todo el mundo conoce como las 'chicas de oro'.

Callos y tortillas de patata

De las cosas de la barra se encargan 'los Javis' de Bolueta. Antes de que 'los Javis' artísticos revolucionasen la escena española con series desternillantes, los de aquí, junto a Rafa, metieron un meneo de cuidado a sus fogones y a una barra de pintxos plagada de tentaciones.

Si uno mata por las tortillas de patata, este es su sitio. Tienen lo más parecido a una colección de 'grandes éxitos': con cebolla, sin ella, a la carbonara, con jamón y queso, con morcilla desmigada... Para comérselas. Como el pan de los bocadillitos, que tampoco es un pan cualquiera. Sobre todo, cuando la miga sirve de colchón entre unas buenas lonchas de lomo y pimientos. Dicho queda que si las cazuelitas de txipis en su tinta son del gusto de este reportero, conviene andar rápido cuando sacan las de albóndigas y callos. Avisados quedan.

Pero lo que queda del Sagar es que una vez que entras, ya nunca te vas. Javi Sánchez quería hacer un bar «distinto, especial». Y a fe que lo consiguió. Algunos salen la mar de 'animados' y con hechuras de estrellas. «La gente me reconoce mogollón», presume Luis. Los más afortunados lo saben, porque bien que les pintaron la cara.

Bodega Bide

Silvia Cantera

La primera vez que entré en este bar fue casi por casualidad. Paré a por un café para llevar para una compañera. Me pidió que si pasaba por delante, que lo pidiera aquí. Esta petición, a priori, sibarita, era en realidad una gran recomendación. ¡Qué cafés! Hasta me he sorprendido teorizando sobre la clave para que les quede tan rico. ¿Le echan más leche que en el resto de sitios? ¿Será otra marca? Al final el debate acaba siempre igual: «Está bueno y punto».

Tanto es así que alguna vez hemos acabado parando en 'la Bodeguilla' hasta sin tener que pasar por la redacción. Siempre en la terraza, como con la necesidad de hacer la fotosíntesis. En cuanto hay mesa libre, allá que vamos, a leer los sobres de azúcar que nos ponen y a 'pelearnos' por la galleta que nos dejen en el plato.

Los fines de semana, de camino al trabajo, me asomo siempre a ver el marcador del partido que se esté jugando. Alguna vez incluso me he parado ante los gritos de los parroquianos y la posibilidad de que el Athletic se hubiese adelantado en el marcador.

Si la parada en la Bodeguilla es a mediodía, no hará falta mirar el reloj para saber cuándo hay que volver a la redacción. Verás desfilar uno a uno a todos los compañeros. Hora de dar el último sorbo y de llevar la taza de nuevo a la barra. Para reencontrarse con la sonrisa de los camareros y con esa decoración cinéfila que tanto me gusta y que se extiende incluso a la piel del dueño, que tiene la cara de Chaplin tatuada en el brazo. De hecho, durante mucho tiempo llame a su bar «el del cine». Al menos, estar, se está de cine.

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