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En estos tiempos en los que cualquier chalado puede salir en televisión afirmando que la tierra es plana sin que se le mueva una pestaña de su rostro de cemento, el entrenador del Leganés, Borja Jiménez, prefiere el método científico y adecuarse a las leyes ... de la física, en concreto a la que hace referencia a la impenetrabilidad de los cuerpos que, en esencia, viene a decir que dicha impenetrabilidad es la resistencia que opone un cuerpo a que otro ocupe su lugar en el espacio porque ningún cuerpo puede ocupar al mismo tiempo el lugar de otro.
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Si parece complicado de entender basta con echar un vistazo al partido que planteó el Leganés. Cinco defensas en línea prácticamente en la frontal del área; otra barrera de cuatro muy cerquita y un delantero descolgado, al que antiguamente se le llamaba palomero, para el improbable caso de un contrataque. El Athletic se encontró con nueve tipos y el portero ocupando una estrecha franja de apenas quince metros, un muro que hasta los magufos 'terraplanistas' consideran impenetrable, porque hasta ellos lo ven a simple vista.
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Tampoco nos va a coger de nuevas. Lo del cerrojazo existe desde que el mundo es mundo y el fútbol, fútbol. Los italianos, siempre a la última en esto de las modas y los nombres, le llamaron catenaccio, que suena como más elegante. Aquí se hizo popular el autobús que Maguregi aparcaba enfrente de las porterías que defendían sus equipos. En el fondo venía a ser lo mismo, aunque algo más descriptivo, para que lo entendiera todo el mundo.
Borja Jiménez, que se ve es que es del sector racional de la profesión, tiene bien estudiado al Athletic, aunque a estas alturas interpretar el juego de los rojiblancos no es precisamente entender las inscripciones de la piedra rosetta. Si a los de Valverde no les das la ocasión para robar y correr tienes mucho ganado. El Leganés no se dejó robar la pelota; la entregó voluntariamente y esperó al rival siempre muy bien organizado en torno a su área.
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Al Athletic le está faltando chispa desde hace unas cuantas semanas. Los leones tienen plomo en las piernas y algodón en la cabeza. Les falta la clarividencia de meses pasados para descubrir los agujeros del rival y carecen de la frescura imprescindible para martillear hasta acabar rompiendo cualquier resistencia, por dura que sea.
Todo esto lo sabía el Leganés que, además, es un equipo más que apañado y también reconocible en su organización. Los pepineros ya se han cargado este año al Atlético en Butarque y al Barcelona en Montjuic. Aquella es su única victoria de viaje, pero en San Mamés acaban de sumar su séptimo empate fuera de casa. Algo tendrá el agua cuando la bendicen.
Los madrileños no abandonaron su estrategia salvo en algunos momentos puntuales de la segunda parte, cuando descubrieron algunas debilidades en el Athletic, más relacionadas con la pulsión autodestructiva que a veces ataca a los rojiblancos que por los méritos contraídos por ellos mismos. La primera jugada tras el descanso fue premonitoria. Una serie de errores en cadena de la defensa del Athletic, que se inició con un pase atrás y al centro de Nico Williams como para comer cerillas y acabó con Vivian salvando los muebles a la heroica, fue la primera señal de alarma. El cabezazo de Miguel de la Fuente que Simón desvió al palo con las uñas fue el siguiente aviso. Es cierto que en medio a Berenguer se le escapó una picadita dentro del área tras una buena maniobra personal, pero la locura en la que entró el partido durante ese arranque de la segunda parte fue transitoria. La pudo aprovechar el Athletic, al que le convenía el desorden, pero el Leganés regresó pronto a la disciplina y solo la volvió a abandonar cuando comprobó que a los rojiblancos se les estaban acabando las pilas. El larguero repelió entonces un disparo lejano de Munir, y Simón tuvo que volver a vestirse con la capa de héroe para ganar un mano a mano decisivo.
Al Athletic se le hizo bola el Leganés y el partido. Su dominio fue tan incontestable como infructuoso. Dmitrovic fue menos decisivo que Simón. Cuando los centros no iban demasiado pasados, se quedaban cortos. Cuando el control no era impreciso era un rival el que emergía del bosque de piernas para cortar o despejar. A veces, picar piedra no es suficiente.
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