El adiós del corralero de Vista Alegre
Tras más de cuatro décadas, este vecino de Abanto pasará el testigo a su hijo, yerno y sobrinos
José Antonio Quintana salió a hombros de sus compañeros de Vista Alegre el pasado sábado. Realizó su última 'faena' y pasó página a más de ... 40 años de historia, donde ha ejercido de corralero. «Corralero oficial», desde hace 37 años, como le gusta subrayar a este vecino de Abanto, nacido a 200 metros de la casa de Dolores Ibárruri 'Pasionaria' y criado entre minas y canteras. Su hijo, Asier, su yerno y dos sobrinos tomarán su relevo.
El destino de Quintana parecía conducirle a la mina Cota de Gallarta. Sin embargo, su amor por los animales -en el caserío de sus padres criaban cabras, ovejas, vacas y caballos- varió sus planes. A los 12 años, abandonó la escuela y al siguiente empezó a trabajar de aprendiz de matarife. Luego fue al monte a «cortar pinos y hacer plantaciones» y, a la vuelta de la mili, se metió en Vista Alegre, donde combinó este oficio con su empleo en una compañía de alimentación.
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Quintana empezó a trabajar en la plaza el 8 de mayo de 1988, el mismo día que falleció Domingo Ortega, máxima figura del toreo en los años 30 del siglo pasado, aunque llevaba «igual más de cinco o siete años practicando y aprendiendo», calcula. Desde entonces, se ha encargado de desembarcar los toros, darlos de comer, atenderlos, cuidarlos y vigilarlos «las 24 horas del día». Con el apoyo de un equipo «de confianza» que integraban casi siempre otros 8 hombres.
«Los bueyes de la plaza se encargaban de trasegar los toros de unos corrales a otros. Son un poquito los reyes mimados de los corrales». Luego están los cabestros, «los primeros» morlacos en desembarcar». Las manadas llegan generalmente tres días antes de las corridas, incluidos los sobreros. «Suelen desembarcar treinta cabezas de ganado en la primera tacada. Les traemos antes para que se recuperen y beban agua, porque, claro, en el viaje pierden kilos y se estresan», detalla Quintana.
Claves las primeras 24 horas
Después van «ubicando» a los ejemplares en diferentes corrales. «Nuestra misión es salvaguardarlos, Estamos muy pendientes de ellos, sobre todo las primeras 24 horas, para evitar que se peleen o se lesionen entre ellos y lleguen a romperse incluso los pitones». Habitualmente, los toros de la misma manada son conducidos al mismo corral. Suelen entrar ocho. «Ya han estado juntos en el campo, pero cuando llegan aquí se extrañan al principio. En cuanto se reconocen, empiezan a estar más tranquilos, lo que no quita para que puedan enfadarse».
El equipo de Quintana también se encarga del reconocimiento y sorteo de la lidia. No descansan durante la Aste Nagusia. Viven encerrados en las nueve habitaciones de que dispone el coso. «Somos los custodios para que no haya ningún problema», explica. Duermen en la plaza. «Si nos fuéramos, igual encontraríamos una carnicería a la vuelta», advierte. Se levantan a las siete de la mañana, comen a todo correr, controlan la corrida y salen a cenar, aunque rara vez la prolongan más de hora y media.
Necesitan estar con los ojos bien abiertos. «Andamos con animales que pueden matar», alerta. Cuando se devuelve algún toro, tienen que salir al ruedo para meterlo de nuevo. Se juegan «el tipo». En más de una ocasión, ya le ha pasado a José Antonio de encontrarse «el pitón por encima del hombro. Para cuando te quieres dar cuenta, te meten el pitón. Lo he tenido a menos de un metro», revela.
Afortunadamente nunca ha recibido «ningún puntazo ni cornada». Pero sí fuertes golpes, cuenta mientras explica que prefiere los toros que desembarcan tranquilos frente a los «toros locos» que pegaban fuertes «porrazos cuando todavía funcionaban las básculas tradicionales.
- ¿Es verdad esa leyenda negra que acusa a los corraleros de 'afeitar' los pitones?
- No, no, no. ¡Ni mucho menos! Esos bulos de que se les afeitaba o se les echaban encima sacos de tierra... A los toros los tenemos en los corrales en pañales. Se les mima y no se les hace nada.
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