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Un garaje con cúpula, retablo y púlpito
La Inmaculada de Ozaeta, sufragada con la fortuna mexicana de Fray Luis de Luzuriaga, ha sido desde 1870 el hogar de cinco generaciones de la familia Uriarte
Es 8 de diciembre, día de la Inmaculada. Julio Uriarte sube los tres peldaños del altar y saca de la cajonera un CD del Rosario. ... Lo coloca en el casete y, en apenas unos instantes, aquella nave abovedada recupera buena parte de esa suntuosidad de la que gozaba antaño, cuando las carretas cargadas con la plata de Zacatecas llegaban de las Indias para ornamentar este discreto templo a la entrada de Ozaeta. Pero hoy el público es otro. Nada de bancadas de devotos feligreses, solo dos viejos tractores Ebro y Lamborghini con la batería un poco cascada, otros tantos remolques llenos de leña y sobre todo muchas herramientas y aperos de labranza repartidos entre las antiguas capillas.
En efecto, en esta iglesia hace ya muchos años que un pastor pronunció su homilía, tantos que ni siquiera Julio, con 85 años, las ha conocido. Sufragada con la fortuna americana del comendador franciscano en el virreinato de Nueva España, Fray Luis de Luzuriaga, este santuario ha sido desde 1870 el hogar de cinco generaciones de la familia Uriarte. Antaño arrendados, el abuelo de Julio se hizo con la propiedad en 1929. Si bien los descendientes de Fray Luis se comprometieron a entregar un hijo al sacerdocio con tal de mantener el culto, «lo único que mi abuelo pidió fue cortar toda relación con la Iglesia». Así lo autorizó el entonces obispo, Zacarías Martínez.
Desprendida de toda obligación religiosa, esta familia la ha empleado como un almacén agrícola un tanto peculiar. Un garaje en el que se respira barroco por los cuatro costados. Bóvedas de cañón, un púlpito, columnas salomónicas y una cúpula en la que, entre desconchones, todavía se lee la inscripción: «Alabado sea el santissimo sacramento y María Puríssima concevida sin pecado original».
La Diócesis destina un 6% más a patrimonio en los últimos 5 años
La despoblación está dejando muchas ermitas sin culto. Esto ha obligado en los últimos años a la Diócesis a vender algunas a particulares y pedir la asistencia de las instituciones en la conservación de otras. Una tendencia que se refleja en los presupuestos diocesanos. Pese a que la mayor parte continúa destinándose a caridad, la partida consagrada al sostenimiento del patrimonio sacro del territorio no hace más que crecer, un 6% solo en en el último lustro. El gasto medio en la pasada década rondó ya los dos millones de euros. Una cifra solo reducida en 2020 a los 1,7 millones por la pandemia, un 14% del presupuesto total. Una cantidad «nada desorbitada», a juicio del Obispado, y que, aclara, debe repartir entre sus inmuebles y muchos bienes muebles con alto valor artístico.
Pero sin duda la gran joya es el retablo de su altar desacralizado y desvestido entre otros elementos del sagrario y de su virgen. «Mi abuelo se la dio a unas señoras de San Sebastián. Sospecho que la vendieron a un anticuario». Lo mismo sucedió con todos los objetos litúrgicos, trasladados a la iglesia principal del pueblo. Más curioso fue el destino de las estolas y casullas. «Las quemaron en el cementerio porque debía hacerse en un lugar santo».
Desde que la heredó Julio ha hecho todo lo que está en su mano para «sin ayudas» adecentarlo. En ese camarín en el que brilla por su ausencia de la preciada talla, ubicó una vidriera nueva. En el retablo, donde se adivina que hubo tres imágenes, uno de los huecos lo cubrió con un cuadro de Cristo bendiciendo, obsequio «de una pintora de Gipuzkoa».
Requisada en el franquismo
No obstante, las mayores pérdidas se produjeron en la posguerra. En los 50, el Servicio Nacional de Trigo, empresa que ostentaba el monopolio del cereal, decidió requisar el templo para usarlo como silo. «De un día para otro metieron 100 vagones de trigo. Hicieron un destrozo enorme, sobre todo en el coro». Hoy todavía Julio prefiere ni asomarse. Ni tan siquiera subirse al púlpito por aquello de que pueda venirse abajo. En este sacro santuario hay, por desgracia, terrenos vetados.
Las otras ermitas en manos de particulares
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Esquível Pertenecía al Patronato de los Señores de Esquível. En ella había una imagen de la Virgen expuesta en el Museo de Arte Sacro. En los 60 estaba en ruinas. Un particular la reformó como vivienda y solo conservó la fachada principal.
«Yo quiero conservarlo», asegura. «No he tocado nada de la estructura». Hace cuatro años arregló el tejado. «Si no está bien es cuando el edificio empieza a venirse abajo». Tampoco sabe si sus hijos conservarán este tesoro o lo venderán. Pero el «valor sentimental» está ahí y, para prueba, el rincón más querido de Julio. Esa sacristía desvalijada que hace las veces de secadero de calabazas y de baúl de los mejores recuerdos de este agricultor. «Aquí conservo hasta los cuadernos de la escuela». No en vano, más que una iglesia es su casa. Y así será, si Dios quiere, mientras el tocadiscos siga girando cada diciembre.
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