Desahucio en el Belén
Por coherencia, el Ayuntamiento debería trasladar el tinglado navideño a Errekaleor o la Avenida de Olárizu
¿Qué se puede esperar de una ciudad en la que desahucian al mismísimo Cristo del nacimiento de la gruta de La Florida, habilitado ininterrumpidamente ... desde 1962? Que ni pesebre, ni estrella polar, ni espumillón que valga. Y lo del abierto por obras de la catedral, para mejor ocasión.
La noche del 24 de diciembre, cuando lleguen sus majestades con sus pajes y el tropel de seguidores, se encontrarán con un cartel colocado por la cuadrilla de mantenimiento municipal –'cerrado por humedades'– y se volverán por donde han venido, sin entregar el porte y mascullando tras las mascarillas que el próximo año mandan por Seur el oro, el incienso y la mirra. Que si hay que ir se va, pero venir para nada es tontería. Que los camellos también tienen su corazoncito y les joroba la pechada hasta Siberia-Gasteiz.
El casero y titular del habitáculo, nuestro ínclito Ayuntamiento, dice que el portal de Belén ubicado en la gruta del Parque de La Florida tiene humedades y una grieta y se le pueden caer las estalactitas al personal en plena visita. Y que para evitar desgracias mejor le damos cerrojazo a la cueva y buscamos una nueva instalación más acorde con los tiempos que corren. Además, los de la protectora llevan advirtiendo varios años de que el buey y la mula no están para muchos trotes. Y que al final acabarán llevándoselos al matadero. Que andan escasos de chuletones auténticos en las sidrerías. Y donde esté la carne de buey que se quite la vaca vieja.
Se argumenta que, al parecer, ya el año pasado, el cuerpo de bomberos hubo de emplearse a fondo y hacer un apaño de emergencia para que no se viniera abajo todo el tibilorio. Que si un poco de silicona aquí, que si un pegote de cemento rápido allí, que si un tente mientras cobro. Pero las chapuzas, ya se sabe, las carga el diablo y duran lo que duran.
Es de sobra conocido que, en lo que atañe a instalaciones municipales, nada dura tanto como lo provisional. Aunque en este caso el exceso de confianza junto a la carencia de celo, haya precipitado el cierre. Y al final, las navidades se nos han echado encima, que un año pasa volando, y nos encontramos sin nacimiento porque no hemos presupuestado el arreglo de las goteras. Vamos, por un quítame esas pajas.
Y claro, nos ha pillado la Navidad con el Plan General de Ordenación Urbana a medio hacer, y no se puede hacer una redensificación de La Florida a la carta para ponerle una VPO a la Virgen y San José y que puedan subir y bajar en ascensor con el carrito del niño. Que Pepe de Arimatea tiene la espalda hecha un cristo, con perdón.
Como siempre que ocurre algo así, el debate municipal se enriquece de pintorescas propuestas salpimentadas con floridas peroratas, con las que los grupos municipales tratan de justificar su ardua labor. Y para ello habrá de constituirse una comisión de emplazamientos que analice pros y contras de las opciones que, paulatinamente, irán poniéndose sobre la mesa. Porque las ocurrencias no cuestan dinero, cunden mucho y siempre permiten apuntarse el tanto si aciertas por casualidad y eligen la tuya. Además, y no menos importante, no le haces daño a nadie por estar entretenido.
Esta vez, hay que reconocer que los más Illuminati –nobleza obliga– han sido quienes han propuesto que se monte el nacimiento –pesebre y demás aditamentos– en la cafetería de La Florida, que está desocupada, casi tanto como parece estarlo el proponente de la iniciativa.
Y es que sospecho que la gente fuma sustancias sin la oportuna etiqueta o ingiere hongos inadecuados, metidos como estamos en plena temporada micológica. Apuntan los proponedores que si al niño le da frío, en el bar siempre se puede calentar un biberón en el microondas en un pispás. Y a los pastorcillos y visitantes se les puede preparar un tentempié –a modo de pintxopote– siempre que guarden distancia de seguridad y se cubran la cara entre mordisco y trago de vino.
Yo, en mi pobreza, le he estado dando vueltas a la sesera por ver de ser útil, con afán altruista y de aportar. Y he venido a concluir que, por razones de coherencia, el Ayuntamiento debería trasladar el tinglado navideño desde el Parque de La Florida a la Avenida de Olárizu o en su defecto a Errekaleor. Allí estarían como en casa, con permiso de Ensanche 'tuentiguán'.
Si bien es cierto que el Belén de La Florida se queda sin su tradicional nacimiento y sin su Niño Jesús, que es su inquilino más ilustre, no lo es menos que también se ha perdido a otro de los inquilinos que iban formando parte sustancial del paisaje navideño del parque. Como han podido conocer estos días, se nos ha muerto 'El Cántabro', el mendigo por antonomasia de Vitoria-Gasteiz, habitual morador del quiosco de La Florida y travestido los últimos años de peculiar y pintoresco Papá Noel.
Francisco Javier, que así se llamaba el inquilino más pertinaz del parque navideño vitoriano, había aprendido a confundirse con el entorno, haciendo de las instalaciones del belén su Castelgandolfo particular. Así, cuando don Simón hacía su trabajo y lograba doblegar su voluntad, al cabo de un día duro de deambular por el entorno, 'El Cántabro' se apalancaba como una figura más en cualquier esquina de la instalación belenística. En la fragua, en la panadería o junto al alfarero, el indigente cántabro le daba más sentido si cabe a esa denominación de belén viviente a la tradicional instalación navideña.
Hoy, ya sin los dos inquilinos principales, sin el niño Dios ni 'El Cántabro', el Belén languidece como la propia ciudad, ante la astenia provocada por la historia interminable de la pandemia. Todo el mundo anda quejoso y 'larri' por la que está cayendo y no escuchamos otra cosa que 'ayes' lastimeros. No se dan cuenta los quejosos que cuando abren la nevera tienen de todo y que cuando peregrinan al súper encuentran las estanterías llenas de viandas de todo tipo y condición.
«¡Una guerra teníais que pasar!», nos decía mi abuelo cuando nos quejábamos de que no quedaban galletas en la alacena de casa. Y no es que nos deseara una guerra precisamente, con lo que nos quería el hombre. Lo que trataba de hacernos entender era una idea fundamental que hoy parece haberse olvidado: que apreciáramos lo que teníamos. Y que no nos quejáramos tanto de aquello de lo que carecíamos ni de los males que nos abatían por aquel entonces.
Lo único cierto, a estas horas, es que el Ayuntamiento seguirá por sus fueros y acabará montando el belén –léase montando el lío–, como suele, a propósito de cualquier asunto controvertido. ¡Ande, ande, ande, la marimorena!
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