El faro, el paracaídas y otros avances tecnológicos que mataron a sus 'padres'
Grandes genios de nuestro tiempo pagaron caro su desconocimiento (y exceso de confianza)
Muchas de las comodidades que disfrutamos hoy en día se las debemos al ingenio de hombres y mujeres dispuestos a transgredir la norma para materializar ... las ideas que, a menudo de forma casual, les rondaron la cabeza. Pocos saben, sin embargo, que algunos de estos inventores terminaron perdiendo la vida en su intento por darles forma...
Faro (Henry Winstanley, 1644–1703)
Ingeniero, pintor y comerciante, Winstanley edificó un faro después de que dos de sus navíos (adquiridos con las ganancias de su pujante actividad) se estrellaran contra un área rocosa del suroeste de Inglaterra. Se trató de una torre octogonal levantada con granito y madera, sujeta a las piedras circundantes con doce enormes montantes de hierro. No sin contratiempos fruto de la guerra entre Francia e Inglaterra, la construcción culminó en 1698. Durante un lapso de cinco años, ningún barco volvió a estrellarse contra las rocas, pero la Gran Tormenta de 1703 acabó por derribar el faro con Winstanley dentro, quien había acudido para hacer unas reparaciones. Como prueba de su confianza en la robustez de su obra, se dice que meses antes deseó encontrarse dentro «durante la tormenta más grande que jamás hubiese existido». Cumplió su deseo, pero con un resultado bien diferente al que esperaba.
Prensa automatizada (William Bullock, 1813-1867)
Considerado un revolucionario de la industria editorial, Bullock partió del diseño de rotativa concebido por March Hoe en 1843 para diseñar la primera prensa automatizada de doble cilindro, capaz de realizar hasta 10.000 impresiones por hora (a dos caras, dobleces y corte del papel inclusive). Su destino se selló a los 54 años, cuando intentó acomodar una correa que se había salido de la máquina con un ligero toque de pie. La mala suerte quiso que la máquina le aprisionase y aplastase la pierna, lo que derivó en una infección imposible de tratar por la inexistencia de antibióticos. Murió mientras le operaban para amputarle la pierna, tras habérsele gangrenado.
Silla eléctrica con abrazaderas metálicas (Charles Justice, 1870–1911)
Aficionado a experimentar con la electricidad, Justice tuvo varias ideas para perfeccionar la silla eléctrica tras ingresar en prisión acusado de robo. Así consiguió el perdón del Gobernador, pero no tardó en volver a delinquir (esta vez con un asesinato de por medio), lo que terminó llevándole nuevamente a la cárcel. Fue juzgado y condenado a muerte en su silla eléctrica mejorada.
Traje-paracaídas (Franz Reichelt, 1879–1912)
El sastre austriaco Franz Reichelt tenía un sueño: confeccionar un traje para aviadores que pudiera convertirse en paracaídas y salvarlos en caso de que necesitasen abandonar la aeronave en pleno vuelo. Aquel prototipo de paracaídas portátil, sin embargo, acabó costándole la vida. De forma espectacular además. Quiso probar su invento saltando personalmente desde la Torre Eiffel (en principio pretendía hacerlo con muñecos), pero el artilugio no llegó a desplegarse. Las imágenes de su horrenda caída a plomo fueron filmadas y pueden encontrarse fácilmente en internet.
Rayos X portátiles (Marie Curie, 1867–1934)
Hablar de Marie Curie es hacerlo sobre radioactividad. Descubrió los elementos químicos del polonio y el radio, además de desarrollar la técnica de rayos X portátiles con la que se diagnosticó a numerosos soldados en pleno campo de batalla, durante la Primera Guerra Mundial. Curie, única persona galardonada con dos Premios Nobel, falleció de anemia aplásica a causa de los numerosos experimentos que llevó a cabo sin la debida protección (por entonces se desconocían los efectos nocivos de la radiación en el cuerpo humano, lo que afectó también a su marido, Pierre Curie). Como curiosidad, muchas de sus pertenencias, aún radiactivas, se conservan a buen recaudo dentro de cajas de plomo.
Gasolina con plomo (Thomas Midgley Jr., 1889–1944)
Aunque técnicamente Midgley no murió a raíz de sus principales contribuciones (la gasolina con plomo y el refrigerante CFC), muchos consideran su fallecimiento todo un ejemplo de karma. No por nada, los historiadores se refieren a él como «el organismo que más impacto ha tenido en la Atmósfera terrestre a lo largo de la historia»: tanto el tetraetilo de plomo (un aditivo) como los clorofluorocarburos contribuyeron enormemente al agujero de la capa de ozono. Él mismo sufrió envenenamiento por plomo (que intentó ocultar exponiéndose a éste en una rueda de prensa), aunque su muerte aconteció tras enfermar de polio e idear un sistema cuerdas y poleas que le permitiese levantarse de la cama. Por descuido, acabó enrollándose en el dispositivo y murió estrangulado.
Vehículo volador (Henry Smolinski, 1933–1973)
Entre los muchos inventores de prototipos de coche volador, Smolinski captó la atención de las masas por sus promesas desmedidas: un utilitario capaz de surcar los aires a 210 kilómetros por hora, durante 1.600 kilómetros y a una altura máxima de 3.600 metros. Todo ello a un precio económico (unos 15.000 dólares) y bajo un sistema aparentemente simple: anexionar las alas y el motor de empuje de un Cessna Skymaster (un avión civil) a un Ford Pinto. Tras varias pruebas infructuosas y algún que otro ajuste, Smolinski y su socio acometieron un último vuelo por su cuenta, ya que el piloto que solía realizarlos no estaba disponible. ¿El resultado? El ala derecha del coche volador se dobló hacia adentro y éste se estrelló dos minutos después del despegue, matando a sus dos ocupantes.
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