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Desde que nace, revisamos al bebé al milímetro. ¿Quién no se ha acercado a la cuna sigilosamente para comprobar que respira? Luego van creciendo y ... poco a poco entendemos que sus vidas ya no están en nuestras manos. Dejamos de tener todas las claves. «Oye, el niño está raro, ¿no?». Pero, ¿y si no es solo eso? Igual resulta que el peque tiene una depresión, ese trastorno que nos suena tan adulto pero que cada vez se diagnostica más temprano.
«Siempre ha existido la depresión infantil. Pero lo que estamos viendo es que se ha incrementado el número de niños que cumplen los criterios para diagnosticarla. Y cada vez lo vemos en niños más pequeños», explica la psicóloga Silvia Álava. La Asociación Española de Pediatría cuantifica un incremento del 47% en los trastornos infantiles del estado de ánimo, como la depresión y la ansiedad. Y no piensen solo en saltos en la exigencia académica, como el paso a la ESO. Hay casos «desde los primeros cursos de Primaria».
Si lo pensamos, tiene mucha lógica. La salud mental se quiebra cuando no tenemos las herramientas emocionales para las situaciones que nos toca enfrentar. ¿Cómo no van a echar en falta los niños herramientas ante escenarios que a veces son tan complejos como los de los adultos? Darse cuenta no es tan sencillo. Una frase de Silvia Álava lo resume muy bien. «Los niños no son adultos en pequeñito». Es decir, «no podemos esperar que tengan los mismos síntomas de los adultos en chiquitito». Cuando imaginamos este trastorno en mayores, visualizamos a alguien «tirado en la cama, con pocas fuerzas» y una depresión infantil no tiene por qué presentar esos síntomas. La clave a la que debemos estar atentos es que haya «un comportamiento disruptivo». Un cambio de conducta. «Que estén irascibles, irritables, por ejemplo».
Al leer esa última frase a más de un progenitor se le habrá dibujado una amplia sonrisa porque claro, ese estado volcánico, en ciertas edades, va de serie. Habrá que hilar más fino. «Hay que estar atentos a los cambios en la forma de comportarse. Y es verdad que eso puede deberse a muchos motivos», aclara la directora del área infantil del gabinete Álava Reyes.
Vamos a lo concreto. Cambios en el apetito. De pronto, ese chaval que llegaba de entrenar y devoraba 'nuggets' como si fuera un concurso de la tele, está inapetente. O lo contrario, ha pasado en unos meses de que la comida sea un trámite necesario para sobrevivir a comer sin medida porque siente «un hambre emocional y se está regulando de esa manera».
Otro punto de atención son los patrones de sueño. Si antes la chavala dormía del tirón y hace semanas que solo lo hace unas horas o si era de pasar poco tiempo en la cama y ahora se ha convertido en su espacio seguro predilecto, algo pasa. En esto hay que estar atentos «a las irregularidades».
Uno se pregunta cómo llegan estos chavales a la consulta si no es tan fácil detectarlo. «A veces vienen porque los padres están preocupados. En otras ocasiones, llegan porque los progenitores creen que tiene un problema de conducta... y lo que hay debajo es una depresión. Y también puede que se den cuenta en el cole, donde han visto que el niño está distinto y han detectado que algo le está ocurriendo».
Bueno, ya estamos en consulta. Y ahora qué. Porque atiborrar al enano de pastillas no se antoja, en principio, como una idea estupenda. «El primer tratamiento es la terapia y vamos a trabajar tanto con los niños como con los padres». La experta añade un apunte importante. «La terapia no va a ser igual de eficaz si los padres no forman parte de ella porque hay que entrenarles como coterapeutas» para que sepan cómo actuar. La buena voluntad no basta. «Igual estamos reforzando cosas que no deberíamos, o no estamos validando las emociones, o estamos con ese mensaje de 'no te preocupes' cuando necesitan ser escuchados». A veces, además de con los padres, se trabaja también con el colegio. Como último recurso, «en determinados casos igual hay que recurrir a la medicación pero en eso, con niños, hay que ser especialmente cuidadosos», zanja.
Llegados a este punto, podemos preguntarnos qué le puede pasar a un niño para que se deprima. Si uno comparte esa frase, sabe poco de esos seres bajitos. Les pasan tantas cosas como a los adultos y muchas veces las mismas.«La mala relación entre sus padres y los procesos de divorcio, la precariedad económica en sus casas, familias disfuncionales, el acoso escolar y, a partir de cierta edad, los desengaños amorosos», ejemplifica la sicóloga. La sobreprotección y esos 'padres helicóptero' –los hipervigilantes– también son un claro factor de riesgo que les hace «percibir el mundo como algo inseguro».
¿Hay 'vacuna' para esto? Les va a sonar. «Estar presentes». Recuerda la directora del área infantil del gabinete Álava Reyes que el principal factor para su bienestar es «que la familia esté presente porque en la vida diaria del niño pasan muchas cosas y necesitan el apoyo emocional de los adultos». ¿Un truco fácil? «Cenar siempre juntos, sin dispositivos, para poder hablar de cómo nos sentimos y de todo lo que nos pasa» .
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