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La radiación ultravioleta y el bronceado

La radiación ultravioleta y el bronceado

CIENCIA EN PÍLDORAS ·

Cuando la exposición al sol es demasiado prolongada, se corre el riesgo de sufrir un daño irreversible

Manuel Tello

Domingo, 3 de octubre 2021, 00:11

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La radiación ultravioleta, en el espectro electromagnético, se sitúa a continuación del color violeta de la parte visible de dicho espectro. Unos ejemplos de sus muchas aplicaciones: en la detección de muestras minerales –haciendo uso de una propiedad llamada fluorescencia–, para estudiar la estructura molecular, en la esterilización del material quirúrgico, en aplicaciones terapéuticas... La radiación ultravioleta de baja frecuencia (larga longitud de onda), al incidir sobre la materia, excita a los electrones a niveles de energía más altos. La de la más alta frecuencia puede hacer que algunos átomos pierdan electrones y se conviertan en iones (ionización). Cuando ocurre, la molécula que contiene ese átomo experimenta un cambio en su función.

Veamos ahora que pasa en nuestra piel cuando, sobre ella, incide la radiación ultravioleta que nos llega del sol. Vamos a distinguir dos rangos de frecuencia. El de frecuencia más alta se denomina UVB (radiación ultravioleta de frecuencia biológica). El de frecuencia más baja –por tanto, de menor energía– se denomina UVA. La UVB solo atraviesa las capas superiores de la epidermis y broncea con rapidez. Si la dosis es muy alta, la piel se torna roja y se inflama. Produce lo que se denomina una quemadura solar que, cuando es repetitiva, puede generar lesiones cutáneas crónicas. Cuando la exposición al sol es demasiado prolongada, se corre el riesgo de que los procesos de reparación del DNA no funcionen correctamente y el daño llegue a ser irreversible. Cuando esto ocurre, las mutaciones en genes clave hacen que las células se malignicen y desencadenen tumores de piel. Los no-melanoma, con seguridad, y en cuanto a los melanoma aún no hay una evidencia definitiva.

La UVA alcanza la dermis, es decir, llega a capas más profundas de la piel. Esta radiación ultravioleta participa poco en las quemaduras, pero daña el tejido conjuntivo que se encuentra debajo de la epidermis. Este daño hace que la piel pierda su tono y aparecen el envejecimiento prematuro y las arrugas, Es lo que se denomina foto-daño debido a que es producido por los fotones. La UVB contribuye al daño biológico con un 80% y la UVA con el 20%. Por suerte para la vida humana, el ozono de las capas altas de la atmósfera absorbe una buena parte de la UVB, de tal forma que, en un día de verano, la UVB es solo el 5% de la radiación ultravioleta que nos llega del sol. Por ello es importante eliminar aquellas actividades humanas que disminuyan el espesor de la capa de ozono.

Todos sabemos, porque es una recomendación usual, que la radiación ultravioleta genera la vitamina D3, fundamental para el fortalecimiento de nuestro sistema óseo. Pero este efecto se consigue con tiempos de exposición de unos 20 minutos al día. Para una exposición más larga, sobre todo en verano, es fundamental protegerse con las cremas adecuadas. Estas cremas impiden que ambas, la UVB y la UVA, produzcan daños permanentes en el sistema inmunitario local de la piel y en el material genético de las células cutáneas y permiten, por tanto, evitar los procesos tumorales.

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