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Con motivo «de ser botado al agua el día 14 del actual el transatlántico Alfonso XIII que construye la Sociedad Española de Construcción Naval en sus astilleros de Sestao, quedará interrumpida la circulación de buques en la ría desde las tres y media de la tarde de dicho día hasta después de efectuada la botadura», avisó la Comandancia de Marina de Bilbao a través de una nota publicada en los diarios de la villa.
El barco, entonces el mayor con diferencia de los 21 «construidos, en ejecución o en proyecto» en estos astilleros, «va a ser botado de popa», avanzaba 'El Pueblo Vasco', «para que vire en la ría y pueda ser colocado proa al mar». «Con el fin de evitar accidentes», añadían desde la Comandacia, «las embarcaciones menores con pasajeros deberán tomar toda clase de precauciones, a fin no cruzar la parte de la ría comprendida entre los astilleros citados y la dársena de Axpe».
La botadura del Alfonso XIII el martes 14 de septiembre de 1920 en Sestao fue un acontecimiento de primer orden. Los diarios bilbaínos dedicaron una cantidad inusual de páginas a la ceremonia, presidida por los reyes Alfonso XIII y Victoria Eugenia. Vinieron desde San Sebastián acompañados por la reina madre, María Cristina; el Príncipe de Asturias, Alfonso; y los infantes Carlos, Fernando y Luisa.
En un momento en que el régimen atravesaba la crisis que desembocaría en el golpe de estado y la dictadura de Primo de Rivera en 1923, la prensa celebró, entre noticias de atentados o sobre las intenciones del Gobierno de «extirpar los focos de criminalidad terrorista», el logro que suponía la construcción en Sestao del navío, encargado por la Compañía Trasatlántica Española, propiedad del Marqués de Comillas.
«¡Bah!, una nave más, dirá acaso quien, en fuerza de ser repetidos estos magnos sucesos en las márgenes de nuestra ría, se ha habituado a considerarlos como sucesos triviales y corrientes» –escribió un redactor anónimo de 'El Pueblo Vasco'–. «Sí, en efecto, una nave más; pero esa nave con que la Constructora Naval enriquece nuestra Marina civil no por ser de mayor tonelaje que las anteriores, sino, por su historia, es el principio del epílogo de una gran liberación económica, manumisión de una dependencia prestada hasta hoy al extranjero, pedazo de tierra española salida de astilleros españoles para pasear nuestro pabellón por una y otra acera del Atlántico».
La expectación generada fue enorme. Llegado el día, «los trenes especiales y los remolcadores dispuestos por la Sociedad Española de Construcción Naval se llenaron por completo de invitados», contaba 'La Gaceta del Norte'. «En los trenes ordinarios, tranvías, automóviles y embarcaciones marcharon también a presenciar la magna botadura millares de personas. Nosotros hicimos el viaje, deliciosamente por cierto, a bordo del Iturri Mendi, que nos dejó en los terrenos de la Constructora. Miles y miles de almas invadían las embarcaciónes situadas en las inmediaciones de la Constructora. La carretera de Las Arenas, frente a la factoría, era un verdadero enjambre humano. Buen número de personas tomó posiciones en el monte, en los tejados de las casas y en todas partes».
'El Pueblo Vasco' recogió las impresiones de un presunto espectador: «La nave esperaba el supremo instante de que la botella de espumoso vino gualdo se rompiera en la obligada arista para lanzarse impávida a las aguas tranquilas de la ría». A la hora prevista, las cuatro de la tarde, bendijo el buque el obispo de Vitoria, don Leopoldo Eijo y Garay, «revestido de pontifical, con capa grande recargada de bordados, con mitra, con báculo».
La marquesa de Comillas, «madrina en la ceremonia, había lanzado ya el casco del champagne, y la botella, hecha añicos, yacía al pie de la gradería». Todo el mundo esperaba que el buque, de 14.400 toneladas y 146,49 metros de eslora, «se deslizara majestuoso por la grada». Pero no lo hizo. «Delante de las miradas anhelosas del Rey y del pueblo, no daba señales de mover su abrumadora mole y permanecía en la grada», escribió el espectador, identificado solo con la sigla R.
El Alfonso XIII tenía una eslora de 146,49 metros; una manga de 19,09 y 9,83 de puntal. La altura hasta el puente de mando era de 21,30 metros. Desplazaba 14.400 toneladas con un tonelaje de registro bruto de 10.551,60 toneladas. Podía alcanzar una velocidad de 19,5 nudos, impulsado por dos turbinas engranadas de reducción sencilla. Tenía siete calderas de tipo cilíndrico. Podía llevar 1.801 pasajeros -6 de lujo, 9 de primera clase preferencia, 158 de primera clase ordinaria, 62 de 1ª y 2ª clase indistintas, 76 de segunda clase, 90 de tercera clase y 1.400 emigrantes-.
El barco hizo sus pruebas de mar el 1 de septiembre de 1923 y pasó a navegar en una de las líneas oceánicas de la Compañía Transatlántica. En la Segunda República el Alfonso XIII fue rebautizado como Habana. En la Guerra Civil sirvió de hospital y se usó para evacuar a miles de niños vascos en seis viajes desde Santurtzi. Tras la guerra, fue devuelto a sus propietarios desde Burdeos. El 14 de septiembre de 1939 sufrió un incendio, de nuevo en Sestao. En 1946 fue renovado en los astilleros Todd Shipyard Corporation de Nueva York. En 1956 fue convertido en carguero. Adquirido por Pescanova en 1961, sirvió de buque nodriza para su flota de arrastreros en Sudáfrica. Fue desguazado en Vigo en 1978.
Se movilizó «una brigada de cientos de obreros» y empezó a oírse «el machacar y el chocar de los martillos». Pasaron 25 minutos que parecieron eternos, mientras un hidroavión y el biplano Caudron del aviador Alphonse Poiré sobrevolaban el astillero. Por fin, «la enorme mole del transatlántico, impulsada por potentes bombas hidráulicas, se deslizó gallarda por el plano inclinado de la grada y entró en el agua» entre hurras y aplausos.
La sala de gálibos del astillero acogió un lunch para «varios centenares de personas». 'El Nervión' detalló que se consumieron 1.100 botellas de champagne, 120 de oporto, 36 de Jerez y 24 de whisky. «El número de habanos repartidos ascendió a 3.600». El rey fue ovacionado por los obreros.
Que en realidad no debían de estar tan contentos. En noviembre de 1920 se declaró un conflicto laboral en los Astilleros del Nervión, explotados por la Naval, según detalló Rafael Ossa Echaburu en el libro 'Riqueza y poder de la Ría 1900-1923'. «Los obreros se negaban a realizar trabajos de reparación en el vapor correo Reina María Cristina». La empresa cerró los diques y echó a los trabajadores. El conflictó se agravó. La empresa decidió mover de departamento a los operarios necesarios para cubrir las necesidades más urgentes. Los trabajadores se negaron y se sucedieron los despidos, 420 en total. El 26 de ese mes, el Alfonso XIII, «anclado en la dársena de Axpe, arde en pompa instantes después de que los obreros dejaran el trabajo a las cinco de la tarde». El fuego es provocado. «La Naval cierra indefinidamente sus talleres y, consiguientemente, 3.800 operarios quedan en la calle».
«El 1 de diciembre la empresa explica el cierre de sus dos establecimientos -Nervión y Sestao- en la Ría 'en tanto no cuente con las garantías imprescindibles para la normalidad del trabajo y el debido acatamiento de la autoridad de los jefes'». El conflicto se soluciónó cinco meses después y los astilleros recobraron su actividad. El Alfonso XIII entró por fin en servicio en septiembre de 1923.
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