El bilbainito que tocó el violín ante Napoleón
El niño prodigio Rufino Lacy nació y dio sus primeros conciertos en la villa, antes de adquirir fama internacional como 'El Pequeño Español'
Algunos puntos de la biografía de Miguel Rufino Lacy no están del todo claros, y esa confusión no siempre es achacable a los dos siglos largos que han transcurrido desde que inició su carrera como músico: parece que, ya en su momento, se le atribuyó una fecha de nacimiento más tardía que la real, para que sus logros como intérprete pareciesen todavía más precoces y el portento se engrandeciese. Según los registros parroquiales, Lacy vino al mundo en 1793 (y no en 1795, como siguen manteniendo otras fuentes) y lo hizo, de eso no cabe duda, en Bilbao. Lo bautizaron, como a sus hermanos, en la iglesia de San Nicolás.
En el siglo XVIII se había asentado en la capital vizcaína y en la vecina Begoña una nutrida colonia irlandesa, de la que formaba parte el padre de Rufino y, al parecer, también su madre, aunque en ocasiones a ella se le han asignado orígenes ingleses o incluso españoles. El pequeño empezó a recibir clases de música desde su más tierna infancia y, con seis años (que, en fin, quizá fuesen en realidad ocho), debutó en Bilbao interpretando uno de los conciertos para violín de Jarnović. «Fue premiado con la petición general de un bis. Para que el público pudiese verlo, tuvo que realizar su interpretación de pie sobre una mesa», especifica la 'Enciclopedia Completa de la Música' de John Weeks Moore. Cuando su padre tuvo que acudir a Madrid por negocios, se lo llevó con él, y también allí llegó a tocar con considerable éxito.
El pequeño bilbaíno-irlandés completó su formación en Burdeos y París, donde tuvo como instructor a Kreutzer, el admirado músico al que Beethoven dedicó una sonata. «En 1804, poco después de la coronación de Bonaparte, Lacy tuvo el honor de actuar ante el emperador en las Tullerías», destaca la citada enciclopedia. Y, finalmente, en 1805 llegó a Londres, donde se afincaría de manera definitiva. En Francia lo conocían como 'Le Petit Espagnol' y en el Reino Unido adaptaron el sobrenombre como 'The Young Spaniard': con ese apelativo actuó en las veladas musicales del duque de Sussex y del embajador austriaco, en presencia del príncipe de Gales y otros miembros de la familia real británica. En una curiosa maniobra promocional, su nombre se mantuvo en secreto hasta que, en 1807, se publicó un grabado con su retrato y se le identificó como Rophino Lacy, que es la grafía empleada en el mundo anglosajón. El pie del dibujo citaba además 'Bilboa' como su lugar de nacimiento.
El diario londinense 'The Morning Post' se refirió a Lacy como «uno de los ejemplos más brillantes de talento musical y dedicación que han llamado la atención de los aficionados y han embelesado al público inglés». Pero, como sucede con tantos niños prodigio, la adolescencia supuso un momento crítico para nuestro protagonista. En su caso, además, y por razones que se desconocen, su padre le empujó a arrinconar su carrera como violinista y probar suerte como actor. No retomó su vocación original hasta 1818, cuando empieza lo que podríamos llamar su fase adulta, en la que destacó como director, compositor y, sobre todo, adaptador de piezas ajenas: en concreto, firmó populares versiones en inglés de óperas italianas (muy especialmente, de Rossini), francesas y alemanas.
La varita mágica
Un columnista neoyorquino recordaba el impacto de una de sus primeras apariciones en Estados Unidos, en la que causó cierta sorpresa su papel, entonces todavía novedoso, de director que no tocaba ningún instrumento –esperaban que llevase su violín– y que en su lugar esgrimía una batuta, herramienta todavía poco común. «Aparece el resplandeciente Lacy y, sin más preámbulo, toma posesión del podio. Entonces saca del bolsillo del pecho un par de guantes impecablemente blancos y se los pone, para nuestro asombro, ya que nunca hemos visto tocar el violín con guantes. A continuación, extrae del bolsillo de su faldón trasero un objeto negro, que en nuestra plena ignorancia confundimos con una flauta, una ilusión que se desvaneció cuando abrió la partitura ante él (...). Nuestros ojos se maravillaron mientras contemplábamos los movimientos de la mano, armada del palo negro, que parecía imbuido de las propiedades de una varita mágica», reflejó Tom Picton en 'The New York Clipper'.
En aquella ocasión acompañaba a Rufino su hija Catherine Josefa, que adoptó el apellido artístico Delcy para su carrera como cantante de ópera. Según el historiador del teatro musical Kurt Gänzl, Lacy se entregó con denuedo a la tarea de «promover a su hija como la 'prima donna' de aquella época», pero fracasó en el empeño: «Probablemente nunca sepamos lo buena o lo mala que era Miss Delcy como vocalista, ya que la figura de su padre –publicitándola, haciendo proselitismo y dándose aires– parece interponerse en cada giro de su esforzada media docena de años como cantante de ópera». Da la impresión de que el músico intentó moldear a su hija para el estrellato de una manera similar a la que habían empleado con él mismo, pero no obtuvo los resultados pretendidos. La última etapa de su vida fue difícil, sobre todo si la contraponemos con aquella infancia dorada en la que cautivó al emperador de los franceses y a la familia real británica: su estilo musical había pasado de moda y sufrió apuros económicos hasta su muerte en 1867.
Cuatro idiomas
Rufino Lacy –que hablaba fluidamente español, inglés, francés e italiano– destacó como adaptador al inglés de óperas como 'Il turco in Italia', 'La Cenerentola', 'Fra Diavolo' o 'Robert le diable'. Tuvo mucho éxito con 'The Maid of Judah', basada en el pastiche 'Ivanhoe', de Rossini.