Los comerciantes que hicieron grande el Bilbao de hace tres siglos
El historiador José María Navajas Larrabeiti ha dedicado seis años a recopilar material para su libro sobre las élites mercantiles del XVIII
El siglo XVIII fue un periodo decisivo en la historia de Bilbao, que a lo largo de aquellos años fue creciendo en prosperidad, hegemonía y ... población a través del comercio: por su puerto salían los cargamentos de hierro de Bizkaia y lana de Castilla con destino a Europa y América y entraban las importaciones de bacalao, de textiles y de cotizadas novedades traídas de ultramar. José María Navajas Larrabeiti -un economista que se graduó en Historia tras la jubilación- ha dedicado seis años a recopilar información sobre las principales familias de mercaderes de aquella época: ha buceado en los registros eclesiásticos, en los protocolos notariales y, sobre todo, en los 'libros de averías' del Consulado, donde quedaban recogidos los impuestos abonados por las mercancías, y el resultado es 'Bilbao: 20 familias de comerciantes en el siglo XVIII', un libro sobre los protagonistas de aquella pujanza que se presentará esta tarde en la Escuela de Comercio de la calle Elcano, en un acto organizado por el Colegio Vasco de Economistas.
«La riqueza alcanzada por los operadores del puerto bilbaíno fue incrementándose a medida que se abrieron nuevas rutas marítimas y aumentaron los artículos objeto de comercio», resume Navajas Larrabeiti. Los países más importantes en aquellos intercambios eran Francia, Alemania, Inglaterra, Holanda y Portugal, pero en la lista también aparecen Islandia, Letonia, Rusia, Canadá o Marruecos, por citar cinco ejemplos menos previsibles. Los comerciantes, nueva élite económica de la villa, buscaron emparentarse con la nobleza rural, y también al contrario: unos conseguían ascender en la escala social y los otros saneaban unas finanzas a veces maltrechas. Y, por supuesto, de las familias estudiadas en el libro fueron saliendo alcaldes, síndicos, capellanes y otras figuras influyentes en aquel Bilbao que se hacía grande.
Las claves
Puerto seguro
«Muchas ciudades del Cantábrico sufrieron ataques de piratas, pero en Bilbao no entraban»
Orígenes
Vinieron familias belgas, francesas e irlandesas: los Goosens, los Dabadie, los Daugerot, los Linch...
«Pícaro embustero»
«Puede llamar la atención que Bilbao fuese tan importante como puerto, teniendo el mar a quince kilómetros, pero muchas ciudades cantábricas sufrieron ataques de piratas. En cambio, en Bilbao no se atrevían a entrar, porque después no salían, así que los comerciantes se sentían seguros y muy a gusto. El XVIII fue su siglo de oro: en el XIX, con la Revolución Industrial, los comerciantes pasarían a segunda división», aclara el historiador. Por eso, al contrario de lo que sucede con las estirpes que impulsaron la minería o la siderurgia, los apellidos de estas familias no nos 'suenan' tanto como parte de la oligarquía local: los Azuela, los Olalde, los Dabadie, los Daugerot, los Goosens, los Gordía, los Recacoechea, los Linch, los Saint Aulary... Aunque sus genealogías se cruzaron en Bilbao, llegaban de aquí y de allá: en la lista de procedencias nos encontramos con Francia, Bélgica e Irlanda, pero también con Sodupe, Morga, Arrigorriaga, Burguete (Navarra) o Valgañón (La Rioja).
A lo largo del libro, Navajas Larrabeiti va entretejiendo los datos con anécdotas protagonizadas por diferentes personajes: la hijastra de Juan Ventura Aréchaga que rechazó su herencia de 26.000 ducados (y acertó, porque acabó sacando más), el miembro de la familia Dabadie que prefirió abrir una academia para enseñar «la esgrima en el florete y el sable», las pendencias de José Daugerot con otro comerciante (que un día, en la calle Correo, le dijo «que era un grandísimo pícaro embustero» y «le dio una bofetada en el rostro con gran violencia») o la demanda contra un mercader francés por haber mantenido relaciones con una menor en casa de la conocida alcahueta 'La Chulita'. Y, mientras tanto, por aquel puerto dinámico y cosmopolita iban pasando lotes y más lotes que hoy estimulan la imaginación: había cargamentos de hierro, lana o garbanzos, pero también barricas de ballena, fardos de chamelote, cajas de extracto de regaliz, sacas de añinos, piezas de escarlatina, tercerolas de vinagre...
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