El asesinato de un tahúr italiano en Bilbao
El 3 de julio de 1790 la posada más famosa de la villa fue el escenario de la muerte del aventurero milanés Juan Merlo a manos de dos vizcaínos
En la Edad Moderna los naipes se convirtieron en un serio problema de orden público en Bilbao y en todo el Señorío. No se trataba ... de los juegos de cartas en sí, sino de los altercados que surgían entre los jugadores, que a menudo iban armados, cuando la partida se torcía. El 3 de julio de 1790 la posada bilbaína de San Nicolás fue escenario de un crimen relacionado con el juego, la muerte de un tahúr y aventurero italiano llamado Juan Merlo.
En su 'Historia negra de Bilbao' (Txertoa, 2019), Luis María Bernal explica que «los naipes servían como entretenimiento y para ganar dinero, aunque en general las cantidades apostadas eran pequeñas, pero sobre todo suponían una buena ocasión para competir y medirse con otros miembros de la comunidad». Pero los problemas que arrastraba el juego preocupaban a las autoridades, que trataron de ponerle límites con prohibiciones, detenciones y multas. Porque las acusaciones por hacer «trampas o la negativa del perdedor a pagar la cantidad apostada podían iniciar una reyerta, una violencia favorecida además por el consumo del alcohol».
Lo único que consiguieron las prohibiciones es que las partidas se trasladaran a casas particulares o a los arrabales, sin que acabaran las peleas y las cuchilladas. O los tiros, como en el caso de Juan Merlo, al que José Antonio Azpiazu dedica un capítulo en 'Los naipes en Euskal Herria' (Txertoa, 2022). El incidente sucedió en una posada. De hecho, en la mejor que había en Bilbao. Se encontraba junto a la iglesia de San Nicolás, en el lugar que ocupa ahora la sede del BBVA. Era un establecimiento famoso por su comodidad y limpieza. Entre sus huéspedes se contaron el segundo presidente de los Estados Unidos, John Adams; el dibujante Richard Ford y el ilustrado asturiano Gaspar Melchor de Jovellanos.
La posada de San Nicolás tenía siete huéspedes la noche de la muerte de Merlo, que era uno de ellos desde hacía 32 días. Apodado 'el italiano', parece ser que lo era de verdad, de Milán. Se trataba de un jugador de cartas profesional itinerante, cuyas correrías se recogen en la abundante documentación del proceso judicial que siguió a su muerte. Pasó por Zaragoza, Valencia, Murcia y Madrid, entre otros lugares, desplumando a jugadores incautos y adinerados. Porque hacía trampas.
Merlo, que vestía como un aristócrata y se comportaba como tal, había llegado a la villa desde Zaragoza porque, según le oyeron decir en un café de la ciudad aragonesa, «en ninguna parte se jugaba con más galantería que en Bilbao».
Dos disparos
La noche del 3 de julio de 1790 llegó a la posada y descubrió que le esperaban dos jugadores con los que tenía trato, «los vizcaínos Marcos del Campo, oficial de la Secretaría de Encomiendas, natural de Trucíos y vecino de Madrid, y José Javier Barbachano y Arbaiza, comerciante, natural y vecino de Bilbao», según detalla Azpiazu.
Como la habitación de Merlo, la siete, estaba «todavía sin componer», una criada, Magdalena Bastarrechea, los acompañó hasta la diez, que estaba libre. Entraron y cerraron la puerta. Lo que sucedió dentro sigue siendo bastante confuso 233 años después. Merlo creía que Campo venía a devolverle diez escudos que le había prestado. Pero en realidad los dos venían a reclamarle todo lo que les había ganado jugando porque un tal Sarachaga les había dicho que Merlo era un tramposo.
Se oyeron gritos, golpes y dos disparos. Campo tiró dos pistolas por una ventana y salió corriendo de la posada. Barbachano también huyó, pero tuvo tiempo de contar a otros huéspedes y criados alarmados que su compañero había matado al italiano.
Una semana de viaje hasta Valladolid
El traslado de los dos acusados a la Real Chancillería de Valladolid para ser juzgados en la Sala de Vizcaya supuso una semana de viaje. Se prepararon dos carruajes, uno para cada reo. Un grupo de soldados al mando de un cabo formaban la escolta y un abogado del Señorío acompañó a la expedición.
Magdalena vio el cuerpo ensangrentado y salió al balcón pidiendo un cirujano. Acudió con rapidez el alcalde, que ordenó cerrar la posada, interrogar a todos los presentes e iniciar la búsqueda de los fugitivos. Entre otras medidas, envió escribanos escoltados a las iglesias para impedir que los huidos pudieran acogerse a sagrado.
Como así fue en el caso de Barbachano, que pidió ayuda a su pariente Joaquín Juan de Barbachano y Viar, párroco de la iglesia del Señor Santiago. Los escribanos que fueron a por el sospechoso le comunicaron que tenían orden de detenerlo y autorización del vicario eclesiástico. El párroco lo entregó. El arresto de Campo fue menos digno: lo encontraron escondido dos días después en la chimenea de la casa de la madre de Barbachano.
El informe de los cirujanos reveló que Merlo había recibido dos disparos, uno a quemarropa, mortal, en el pecho, y otro en un muslo. Los sospechosos prestaron declaraciones confusas y contradictorias y llegaron a mantener que lo sucedido fue un «suicidio involuntario». También dijeron que Merlo llevaba las pistolas encima, las sacó para atacarles y cuando intentaron quitárselas se disparó accidentalmente.
La causa se juzgó en Valladolid y la sentencia se pronunció el 19 de junio de 1791. Concluyó el juez que «la tragedia y muerte del llamado Juan Merlo, conocido por el mote de el italiano, había sido el uso del juego de naipes prohibido por reales ordenanzas». Campo y Barbachano fueron condenados «a 6 años de destierro a seis leguas en contorno de la villa de Bilbao» que se doblarían en caso de incumplimiento.
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