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En junio de 1828, en plena Década Ominosa, Bilbao recibió la visita de Fernando VII y su tercera esposa, Amalia de Sajonia. Las autoridades –Ayuntamiento y Diputación– no repararon en gastos para agasajar a la pareja real, que pasó diez días en la villa. Para ... que quedara constancia de todo ello, y del esfuerzo que había supuesto para el Consistorio, dado «el estado de penuria de sus cajas y de postración de su vecindario», se publicó después un librito de 92 páginas que incluyó el bando promulgado por la corporación municipal indicando a los vecinos cómo debía recibir a «nuestros amados Soberanos».
La obrita en cuestión se titula 'La célebre década de Bilbao, o sea Memoria de los festejos con que su muy ilustre Ayuntamiento ha procurado obsequiar a SS. MM. los Reyes nuestros Señores D. Fernando Séptimo y Dª. Josefa María Amalia durante su permanencia en esta M. N. y M. L. Villa de regreso para la Corte' y fue escrito por Francisco de Hormaeche Orbegozo «en estilo altisonante y ditirámbico», como describe con acierto Pedro José Chacón, que hasta se queda corto.
El texto detalla las disposiciones que adoptó el Ayuntamiento entre el 4 de mayo y el 15 de junio para acondicionar la villa y relata la visita de los monarcas, en los días 16 a 25 de junio. Los apéndices incluyen algunos documentos cruzados con el Consulado, la lista de autoridades que recibieron a los reyes bajo un arco de triunfo construido para la ocasión en Atxuri, encabezadas por el alcalde, Mariano Sierralta de Salcedo; su «arenga de bienvenida»; algunas disposiciones tomadas por Fernando VII en Bilbao, entre ellas la orden de construir por fin la Plaza Nueva; un himno y algunos poemas dedicados al monarca.
Nada de niños a la carrera
El apéndice número 5 reproduce el bando publicado por el Ayuntamiento el 14 de junio de 1828 por el que los «señores Alcalde, Justicia y Regimiento de esta noble Villa de Bilbao» hacían saber al vecindario cómo debían proceder ante «el feliz instante de la llegada de nuestros Augustos Reyes y Señores». El texto insistía en que probablemente el bando era innecesario para que todos los bilbaínos contribuyesen «a la moderación, quietud y tranquilidad que debe observarse en todo el tiempo de su residencia en esta Villa». Pero, por si acaso, consideraba «conveniente prescribir algunas reglas para el logro de aquellos mismos deseos que animan a esta población». En consecuencia, las autoridades municipales ordenaban y mandaban lo siguiente.
«Todos los vecinos de cualquiera clase y calidad que sean, que habitan en las casas desde el barrio de Achuri, por donde han de entrar SS. MM., hasta el Palacio dispuesto para hospedarse», en El Arenal, «procurarán adornar con todo esmero y la posible decencia los balcones, ventanas y antepechos de sus casas».
Los asistentes a la llegada de los reyes «observarán toda moderación, quietud y tranquilidad sin detenerse en las calles de la carrera y señaladamente en los pasages estrechos, evitando formar remolinos y reunión de muchas gentes de que puedan originarse quimeras o desgracias». Los «padres de familia» se ocuparían «de que no anden por la carrera los niños de edad inferior a la de catorce años, ni las madres o amas con los de pecho, ni las mugeres en cinta», para evitar que «se presente a la vista el menor contratiempo».
Se añadía la prohibición de que ninguna persona se propasase, «bajo las penas establecidas en las leyes, a tirar fuegos artificiales, carretillas ni otro juguete alguno de pólvora, a escepción de los que están dispuesto para obsequiar a SS. MM.», pues se había programado un espectáculo pirotécnico.
La visita de Fernando VII sirvió como excusa para realizar reparaciones en la conducción de agua, mejoras en el alumbrado, reparar las fachadas de los edificios públicos y la Plaza Vieja y adecentar paseos como el del Arenal. Además, se montaron dos arcos de triunfo y se organizaron cuatro corridas de toros en honor de los reyes.
El bando indicaba que durante la permanencia de los reyes en la villa habría «iluminación general que empezará a las nueve de cada noche y concluirá a las once, y todos los vecinos procurarán esmerarse a su posibilidad, cuidando de asegurar las hachas que se coloquen en los balcones, y quitar de ellos las cortinas y todo cuanto puede ser susceptible de incendio».
Por último, se prohibía arrojar «cosa alguna por las ventanas y balcones, y tener en aquellas y estos mazetas, tiestos, u otras cosas que puedan caer a la calle y causar desgracias».
Los cabos de barrio quedaban «encargados de cuidar que no se echen basuras, desperdicios, ni otra porquería en las calles o cantones de esta Villa, y de hacer que los vecinos limpien los respectivos umbrales de sus casas para antes de las ocho de cada mañana dejando recogida y apilada la broza en mitad de la calle».
Consideraban las autoridades municipales que, dada «la acreditada sumisión y obediencia de este vecindario», no era preciso establecer «penas a los contraventores de lo que va prevenido en estos capítulos». Pero... «si (contra lo que es de esperar) hubiese alguno tan olvidado de sus obligaciones, que faltare a la cosa más leve de en ellos ordenado, se le castigará como corresponda a su delito o esceso con todo rigor».
Aunque, como escribió Manuel Montero, «forzosamente habría en Bilbao sectores disconformes con el absolutismo», la visita real transcurrió sin ninguna alteración.
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