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Marc Fernández
Viernes, 9 de mayo 2025, 09:14
Ahora que los combates por turnos vuelven a marcar tendencia en los juegos de rol, es el momento perfecto para mirar atrás y recordar aquellas obras que supieron reinventarse cuando la fórmula clásica mostraba signos de agotamiento. Entre ellas, Xenoblade Chronicles X brilla con luz propia. En una época donde muchos JRPGs buscaban nuevos horizontes, la saga de Monolith Soft fue pionera en fusionar los valores tradicionales del rol japonés con la ambición del mundo abierto.
Frente a sus contemporáneos, Chronicles X estableció un nuevo estándar. Su influencia es palpable en el desarrollo del videojuego moderno, y existe un diálogo evidente entre su propuesta y lo que años más tarde lograría Breath of the Wild: un mundo vasto, donde la libertad de exploración eclipsa incluso a la narrativa principal, y donde los eventos emergentes capturan al jugador más allá de cualquier objetivo marcado.
Han pasado ya diez años desde su lanzamiento, y sobran los motivos para volver a él —o descubrirlo por primera vez— gracias a las remasterizaciones que Nintendo está recuperando. Pese a arrastrar algunos de los tics propios del género, Xenoblade Chronicles X conserva intactos los elementos que lo hicieron fascinante: combates dinámicos en escenarios abiertos, un ecosistema vivo que invita a perderse y descubrir.
Su premisa es clara y poderosa: tras una guerra intergaláctica, los últimos vestigios de la humanidad encuentran refugio en un planeta hostil, plagado de criaturas alienígenas. La supervivencia depende de la exploración y la conquista territorial. Es aquí donde entra en juego nuestro avatar, que se une a un escuadrón expedicionario para recorrer un mundo colosal, abatir monstruos gigantes, recolectar recursos y plantar balizas que expandan la presencia humana.
A pesar de haber sido un soplo de aire fresco, la saga nunca ha renegado de su ADN: niveles, clases, árboles de habilidades... todos los elementos tradicionales del JRPG siguen ahí, bien integrados. Lo que destaca es su mapa, dividido en áreas hexagonales que eliminan tiempos de carga y favorecen una gestión clara de recursos y misiones. Cada zona es un bioma distinto, con criaturas únicas, cofres ocultos y desafíos específicos. La progresión es natural y constante; el juego dialoga con el jugador mediante recompensas que estimulan la exploración metódica.
¿Tiene puntos débiles? Desde luego. Su arranque es lento, y la tan esperada libertad tarda en desplegarse. Además, el mecha —símbolo indiscutible de la franquicia— no aparece hasta bien entrada la partida. Pero Xenoblade X enseña que todo esfuerzo tiene su recompensa, y que un imperio no se construye en dos días. Es un título exigente, sí, pero su propuesta bien lo vale: una partida a ritmo normal puede superar fácilmente las 100 horas.
El rendimiento en modo portátil es sorprendentemente sólido, y su apartado estético, aunque veterano, todavía regala estampas memorables. Estamos ante una excelente puerta de entrada a la franquicia y, sin duda, uno de los títulos más destacados del año en Nintendo Switch.
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