Un rugido en la tormenta: la belleza salvaje de 'Monster Hunter Wilds'
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La superproducción de Capcom llega este viernes a PlayStation 5, Xbox Series y compatiblesLa saga Monster Hunter siempre ha tenido algo de rito iniciático, una suerte de danza primitiva entre depredador y presa, donde cada encuentro es una historia sin palabras, escrita en la cadencia de los golpes y el vaivén de los colosos que nos acechan. Wilds, la última entrega de Capcom, amplía ese teatro de la caza con una puesta en escena que, más que llevarnos a nuevos territorios, parece empeñada en darle una textura distinta a lo que ya conocíamos. No es una revolución, sino una especie de ensamblaje minucioso que pule asperezas, suaviza aristas y, en el proceso, genera nuevas fricciones que, lejos de ser un defecto, se sienten como el motor mismo de su identidad.
Porque Wilds es, ante todo, un juego de contrastes. Un mundo en el que la violencia es una coreografía espectacular, pero donde la quietud también tiene su peso, donde la urgencia de la supervivencia convive con la contemplación, con la posibilidad de perderse en sus paisajes mutantes, en el oleaje de una tormenta de arena o en el chisporroteo de un relámpago en la distancia. Capcom ha construido aquí una suerte de zoológico vivo en el que el ecosistema respira con una naturalidad que a veces roza lo hipnótico. Y lo más curioso es que lo ha hecho sin traicionar la esencia de la saga: Monster Hunter Wilds no es un juego más fácil, pero sí uno que abraza la accesibilidad sin renunciar a su ADN.
Hablar de Monster Hunter es hablar de fricción. Desde su origen, la saga se ha definido por una resistencia casi obstinada a doblegarse a las convenciones más amables del género. Su combate, deliberado y metódico, siempre ha exigido paciencia y estudio, su progresión ha sido un trabajo de fondo más que una escalada de poder y sus mecánicas, a menudo enrevesadas, han actuado como una especie de filtro natural para separar al cazador casual del devoto. Wilds, en ese sentido, sigue siendo Monster Hunter, pero con matices. La inclusión del Focus Mode, que permite fijar la vista en los puntos débiles de los monstruos, es quizá el cambio más notorio, un intento de equilibrar la tensión entre el virtuosismo técnico y la accesibilidad sin caer en la trivialización. No es un sistema que reduzca la dificultad, pero sí uno que permite una mayor expresividad en el combate, una especie de herramienta de precisión para quienes buscan pulir sus habilidades en lugar de simplemente sobrevivir.
El otro gran cambio es el Seikret, esa criatura híbrida entre Chocobo y herramienta de exploración que redefine el ritmo de la caza. Más que un simple vehículo, el Seikret es un intermediario entre el cazador y el mundo, una extensión de nuestra movilidad que nos permite desplazarnos con una fluidez inédita en la saga. Su mera presencia transforma la manera en que nos relacionamos con el entorno: nos permite seguir rastros sin necesidad de pausar la acción, afilar armas sobre la marcha o incluso ejecutar ataques desde su lomo. En una saga donde cada movimiento ha sido históricamente un ejercicio de planificación, la posibilidad de improvisar en tiempo real se siente casi transgresora.
Si World ya insinuaba un giro hacia la integración de los ecosistemas como parte esencial de la experiencia, Wilds lo lleva un paso más allá. Aquí, el mundo no solo reacciona a nuestra presencia, sino que también dicta sus propias reglas. Los cambios climáticos afectan la fauna y la estrategia de caza, obligándonos a adaptarnos a condiciones que pueden transformar una batalla rutinaria en una lucha desesperada por la supervivencia. En la Cuenca Oleosa, por ejemplo, la lluvia altera la fricción del suelo, facilitando el deslizamiento de ciertas criaturas pero complicando nuestros movimientos. En otro bioma, las tormentas de arena pueden cegarnos temporalmente, convirtiendo el simple acto de rastrear a una bestia en un ejercicio de intuición y memoria espacial.
Este énfasis en lo dinámico no es solo una cuestión de espectáculo, sino un reflejo de una voluntad por hacer que el mundo de Monster Hunter se sienta más vivo que nunca. Capcom ha conseguido que la exploración sea más que un trámite entre cacería y cacería, convirtiéndola en una experiencia en sí misma. Hay un placer casi contemplativo en recorrer estos parajes sin un objetivo concreto, en observar la interacción de la fauna o en descubrir pequeños detalles que añaden textura a la ambientación. Y es en estos momentos de pausa donde el juego alcanza algunos de sus picos más memorables: no en la adrenalina de un combate, sino en la sensación de habitar un mundo que existe al margen de nuestra voluntad.
Pero en este esfuerzo por expandir y enriquecer la experiencia, Wilds también se enfrenta a una tensión inherente: su deseo de ser más accesible sin perder la complejidad que define a la saga. La curva de dificultad se ha suavizado en ciertos puntos, especialmente en el rango bajo, lo que puede dejar a los veteranos con la sensación de que el juego tarda demasiado en desplegar todas sus cartas. La historia, por otro lado, ocupa un espacio más central que nunca, con cinemáticas y diálogos que en ocasiones interrumpen el flujo natural de la acción. Es un intento de dotar de mayor peso narrativo al universo de Monster Hunter, pero a veces se siente como una concesión a un público más amplio en detrimento del núcleo que ha sostenido la franquicia durante años.
Sin embargo, es difícil ver esto como un fallo absoluto. Más bien, es el síntoma de una evolución inevitable. Monster Hunter Wilds es un juego atrapado entre dos mundos: el de la tradición y el de la modernidad, el de la exigencia y el de la accesibilidad. Y en ese conflicto, lejos de perderse, encuentra su propia identidad. No es un punto de llegada, sino un puente hacia lo que podría ser la saga en el futuro. Un recordatorio de que la caza no es solo una cuestión de fuerza o técnica, también de adaptación, de aprender a leer el entorno, de entender cuándo atacar y cuándo detenerse a escuchar el viento.
El verdadero éxito de Monster Hunter Wilds es su capacidad para mantenernos en ese estado de fascinación constante, esa mezcla de tensión y asombro que define la mejor versión de la saga. A pesar de sus concesiones y de sus ajustes, sigue siendo una experiencia en la que cada combate se siente como una conversación entre cazador y presa, entre humano y mundo. En un medio donde la inmediatez parece ser la norma, Wilds nos recuerda el valor de la paciencia, de la observación, de la espera calculada. Porque al final, la caza nunca ha sido solo cuestión de fuerza, sino de sabiduría, de conocer el pulso del mundo y aprender a moverse con él, como una sombra en la tormenta, como el eco de un rugido en la lejanía. Y mientras el polvo se asienta tras la última batalla, Wilds deja en el aire una última pregunta: ¿qué significa ser un cazador en un mundo que nunca deja de cambiar?
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María de Maintenant e Iñigo Fernández de Lucio
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