'DOOM: The Dark Ages' o el rugido medieval del infierno
Crítica ·
Ya disponible en Xbox Series, PlayStation 5 y compatiblesMarc Fernández
Martes, 13 de mayo 2025, 09:56
DOOM siempre ha encarnado una fantasía de poder brutal: el hombre que aplasta cráneos de bestias legendarias con sus propias manos. La franquicia, que lleva marcando el pulso del shooter desde que el medio tiene memoria, volvió a la vida con un sonado reboot en 2016 que ridiculizaba las convenciones más remilgadas del videojuego moderno. Donde otros se enredan en textos o cinemáticas eternas, DOOM escupía fuego: aquí no hay cabida para la emoción, ni para personajes humanos con traumas. El videojuego puede —y debe— definirse a través de su propia acción.
Con The Dark Ages, id Software cierra la trilogía moderna llevando su mitología al pasado. Una especie de Evil Dead medieval que sirve de precuela tanto para DOOM (2016) como DOOM Eternal. Narra el origen del Slayer, su descenso a los infiernos y su transformación en icono de destrucción, todo al ritmo de guitarras distorsionadas y una estética tecno-gótica. Aunque cambia de contexto, mantiene intactos los pilares de la saga. Para los veteranos, el reconocimiento es inmediato: basta un paso para saber que esto sigue siendo DOOM.
En efecto, The Dark Ages vuelve a prescindir de cualquier trama emocional o construcción de personajes. El Slayer no habla, no siente, no titubea. Es una fuerza de aniquilación pura. Pero eso no impide que haya novedades jugables. La más llamativa —aunque menor en impacto— es la incorporación de monturas: podremos cabalgar tanto a lomos de un dragón como pilotar un mecha. El resultado es tan espectacular como breve: se limita a secciones concretas que funcionan más como interludios jugables que como piezas clave del combate.
La verdadera innovación está en el escudo. Integrado en la armadura desde el inicio, permite tanto bloquear como repeler ataques, en un parry sencillo y poderoso que ofrece breves ventanas de invulnerabilidad. La acción gira alrededor de su uso. Su ventana de activación varía según la dificultad, pero en general es bastante permisiva. El escudo también puede lanzarse en línea recta o usarse como impulso para atravesar grandes distancias y activar mecanismos remotos. Gracias a un sistema de runas, su funcionalidad se expande. Es, sin duda, el nuevo corazón del sistema de combate.
El arsenal sigue siendo una carta de amor al shooter clásico: rifles, escopetas, cañones de plasma, y armas cuerpo a cuerpo como un brutal mangual medieval. Cada una mantiene su rol específico en la danza de muerte. Pero donde realmente brilla el sistema es en las ejecuciones, esos gloriosos remates que nos devuelven vida y recursos y que marcan el ritmo como un metrónomo infernal. DOOM sigue siendo una coreografía de destrucción y supervivencia.
El juego se estructura en 22 niveles que alternan pasillos opresivos con entornos más abiertos. La exploración recompensa al jugador con mejoras y secretos, pero no rompe el ritmo: está integrada de forma natural en el flujo de la partida. El mapa señala algunos coleccionables, pero no ofrece una ruta completa. La idea es clara: empujarte a investigar, a experimentar, a perderte con propósito. Quien quiera mejorar sus armas deberá desviarse del camino.
En conjunto, DOOM: The Dark Ages supone un cierre notable para esta trilogía. No revoluciona su narrativa, porque no lo necesita: su propuesta sigue siendo clara y contundente. Introduce novedades que revitalizan su dinámica sin traicionar su esencia. El diseño de niveles y la contundencia del combate siguen siendo su mayor triunfo. Quizá las monturas podrían haberse desarrollado más… o eliminado directamente. Pero más allá de ese desliz, estamos ante una de las experiencias más sólidas del shooter en lo que va de año. Y eso, en los infiernos de DOOM, sigue siendo una victoria.
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