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En el césped de una prisión mental al sur de Inglaterra hay un joven que alguna vez estuvo convencido de haber cambiado el mundo. Arion Kurtaj, 18 años, un Firestick robado, una tele de hotel y un móvil con cámara tambaleante. El filtrador que reventó la sorpresa de GTA VI no es un magnate de Silicon Valley ni un ciberdelincuente con impecable traje negro y gafas de sol. Es, como diría un guardia aburrido del centro psiquiátrico, un niño con suerte y una sentencia judicial indefinida.
Pero en esa torpeza hay una narrativa perfecta, y no sé si Rockstar Games se atrevería a escribirla: el chico que expuso la obra más esperada de la década desde una habitación de hotel. Un antihéroe involuntario, un cruce imposible entre David Lightman, el chaval de WarGames que casi activa la Tercera Guerra Mundial, y un hacker de los años noventa aferrado al mito del teclado iluminado. Kurtaj, como los mejores personajes de Rockstar, es también una paradoja viviente: brillante pero vulnerable, capaz de burlar sistemas multimillonarios con herramientas de tercera. También, uno de los protagonistas más tristes del siglo XXI.
La historia es conocida, pero merece ser contada con el mimo del narrador de un true crime. En septiembre de 2022, una filtración descomunal desangró los servidores de Rockstar Games: 90 vídeos de GTA VI, aún en desarrollo, se colaron en la red como un camión cisterna con la manguera rota. Durante unos días, la fuga fue una erupción volcánica: YouTube, Twitter, foros, Reddit, hasta el grupo de WhatsApp del fútbol del domingo. Todo el mundo tenía algo que decir sobre los vídeos: que si los gráficos eran «cutres» (porque ¡sorpresa!, los juegos en desarrollo no son productos terminados), que si Lucía, la protagonista, es una reinvención feminista forzada (¡peligro, woke!), que si Vice City está de vuelta con un Miami de neón y caimanes. Pero la verdadera sorpresa no era lo que se filtró. La sorpresa era cómo.
El culpable resultó ser un joven británico, miembro del grupo de hackers Lapsus$, una panda de adolescentes con más mérito por su descaro que por su sofisticación. Kurtaj, autista con dificultades para entender las consecuencias de sus acciones, había sido arrestado en varias ocasiones antes de filtrarse el material de Rockstar. De hecho, los fiscales contaron que la filtración de GTA VI ocurrió cuando Kurtaj, en libertad bajo fianza, estaba recluido en una habitación de hotel con acceso limitado a Internet. Aún así, armado con un Firestick de Amazon, la televisión del cuarto y un teléfono móvil, consiguió colarse de nuevo en los sistemas de Rockstar, hacerse con el tesoro, y ofrecerlo al mundo como quien lanza un petardo en mitad de una misa.
Desde entonces, Kurtaj vive confinado en una institución psiquiátrica. No será juzgado como un criminal común: un trastorno severo del espectro autista le impide comprender el alcance de sus actos. La sentencia lo describe como una amenaza continua para la seguridad online, un hacker compulsivo al que solo pueden detener alejándolo de cualquier conexión a Internet. El chico que rompió GTA VI desde la cama de un hotel ahora vive en una celda acolchada.
Las filtraciones siempre han tenido algo de tragedia y épica en la misma dosis. Para Rockstar, fue un golpe brutal. La empresa que más dinero ha generado en la historia del videojuego vio cómo se desintegraba el control narrativo sobre su obra más ambiciosa. En términos de marketing, un segundo de GTA VI filtrado antes de tiempo es una bomba atómica para su estrategia de comunicación.
Pero para el público, fue una fiesta. Las filtraciones son el mayor tabú de la cultura gamer: criticamos al leak como un acto de piratería, pero no podemos apartar los ojos. Los consumimos con la misma voracidad con la que el forajido Arthur Morgan se abalanzaba sobre una botella de whisky en Red Dead Redemption 2. Es un contenido prohibido, pero tan jugoso, que parece un derecho divino. ¡Eh, Rockstar, yo también te he pagado 100 pavos mínimo en juegos, déjame ver esto!
No se puede hablar de Kurtaj sin mencionar a Lapsus$, el grupo de hackers al que pertenece. A diferencia de otros colectivos cibercriminales, Lapsus$ no parece movido por el dinero o la ideología. Son, en el fondo, adolescentes aburridos con demasiadas herramientas al alcance. Sus 'hazañas' incluyen filtraciones de gigantes como Microsoft, Samsung, Nvidia y Uber. Lo más interesante de Lapsus$ es su absurda mezcla de ingenio y desvergüenza. Filtran documentos confidenciales, publican capturas de chats internos, y luego lo celebran en canales de Telegram como si acabasen de ganar una partida de Fortnite.
Hay algo casi poético en su falta de profesionalidad. No son sofisticados. No son los elegantes villanos que Hollywood nos ha vendido. Son chicos con sudaderas y códigos rotos. El mismo Kurtaj, cuando fue arrestado, llevaba encima una lista escrita a mano con nombres de empresas que quería hackear. No una tablet ni una base de datos: un papel arrugado, como la libreta de un niño en el colegio.
Y, sin embargo, su impacto es gigantesco. El caso de Kurtaj no solo pone de relieve la vulnerabilidad de las grandes corporaciones frente a un grupo de chavales hiperactivos. También nos habla del poder de una generación que ha crecido en la absoluta digitalización del mundo. Estos niños no asaltan bancos; asaltan servidores. No roban lingotes; roban datos. Su arma no es una pistola, sino una conexión wifi.
Lo más curioso de las filtraciones de GTA VI no es lo que nos cuentan sobre Rockstar, sino lo que revelan sobre nosotros mismos. Arion Kurtaj no actuó solo: nosotros fuimos los compinches. Un público desesperado que, como yonquis del hype, saltó sobre el material filtrado con la urgencia de un perro que lleva días sin comer. No es un fenómeno nuevo, pero en la era de los leaks, el hambre de contenido ha convertido las filtraciones en un teatro de lo absurdo. Primero criticamos a Rockstar por no enseñar el juego. Después, cuando alguien roba y lo publica, nos lanzamos como una manada. Más tarde, tocamos el clásico estribillo del remordimiento: «no es justo, dejad a los desarrolladores en paz». Es el ciclo eterno del fan, y Rockstar, como cualquier artista que se respete, lleva dos décadas diseccionándolo en sus obras. Solo que esta vez, la misión la hizo un niño desde un hotel en Oxford.
En ese festín de morbo y espionaje industrial, Arion Kurtaj pasó de hacker desconocido a villano involuntario, una rockstar inesperada que, irónicamente, encarna mejor que nadie el tipo de personaje que la propia Rockstar crea: inadaptados, solitarios, con talento para el caos y condenados por sus propias acciones. Kurtaj no es Tommy Vercetti ni Trevor Phillips, pero comparte con ellos esa fragilidad brutal que sólo existe en los antihéroes. Es el chico que reventó la sorpresa sin darse cuenta de que también acababa de reventarse a sí mismo.
La historia del chico que filtró GTA VI es también un relato sobre nuestra relación con el videojuego: la fiebre por el hype, la impaciencia patológica del público, la vulnerabilidad de gigantes tecnológicos, y un sistema que convierte a los adolescentes en criminales internacionales con solo un móvil en la mano. Si GTA trata sobre el Sueño Americano y sus grietas, la historia de Kurtaj es la versión comprimida y absurda del Sueño Digital: ser alguien, aunque sea por accidente, aunque te cueste todo lo que tenías.
Arion Kurtaj no romperá más servidores ni volverá a hackear un estudio de videojuegos. Pero en un rincón del mundo, alguien todavía observa los vídeos filtrados de GTA VI y dice en voz alta: Joder, Arion. ¡Qué locura hiciste!
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