'Battlefield 6': El simulacro perfecto de la guerra
Crítica ·
Lo último de EA ya está disponible para PlayStation 5, Xbox Series y compatiblesMarc Fernández
Viernes, 17 de octubre 2025, 11:41
Entre los pensadores contemporáneos, Baudrillard fue de los pocos que entendió la guerra como un producto simbólico y mediatizado. A lo largo de 1991 escribe la trilogía de ensayos 'La guerra del Golfo no ha tenido lugar', donde se cuestiona la congruencia entre los eventos ocurridos realmente y cómo fueron presentados a través de los medios. El asunto no se trataba de negar los hechos y la violencia de la Guerra del Golfo, sino de afrontar el problema como una cuestión de interpretación: lo que se disfrazó de guerra no fue más que una masacre maquillada de propaganda.
Las imágenes llegadas por los medios de comunicación que cercaban el conflicto hicieron imposible distinguir entre la experiencia de lo sucedido y su tergiversación selectiva y estilizada a través de lo que Baudrillard califica como simulacros. El concepto de simulacro sugiere una sociedad del espectáculo donde ya no vivimos en relación directa con la realidad, sino que la contemplamos pasivamente a través de espejos distorsionados. La representación se ha convertido en una verdad paralela donde lo 'real' se confunde con lo 'hiperreal'.
Si echamos un vistazo a la actualidad, vemos cómo los medios digitales, como las redes sociales, son fuente de estas narrativas fragmentadas y manipulables, donde conflictos como el de Gaza o el Donbass se consumen como contenido en tiempo real, pero filtrado por algoritmos, propaganda y estética digital. El simulacro ya no es solo televisado; se reproduce en nuestras pantallas cada segundo del día.
El videojuego como simulación perfecta
En el fondo, el videojuego como disciplina artística se compone también de representaciones: una simulación digital perfectamente controlada por software y hardware que genera un espacio de experimentación a gusto de su creador. Pero precisamente ahí reside el potencial narrativo del medio, con fines creativos, en ocasiones mucho más profundos que otras formas de arte, por su conexión esencial con el desarrollo de las nuevas tecnologías.
Si hay una franquicia que mejor replica una realidad simulada, esta es Battlefield. El juego de EA DICE no solo representa la guerra; la reproduce con tal fidelidad que borra la línea entre simulación y experiencia. Y en ese borrado reside tanto su mayor logro técnico como su problema conceptual más profundo.
Una buena parte del modo campaña de Battlefield 6 se juega en la ciudad británica de Gibraltar, un territorio que conozco personalmente como la palma de mi mano. Tanto el peñón como las poblaciones circundantes de la frontera española están replicadas con gran precisión, como si estuviera mirando por la ventana, solo que la zona atravesaba un momento bélico muy intenso.
La sensación de valle inquietante que me produjo fue bastante particular, quizás porque por primera vez en mi carrera como jugador se estaba emulando una guerra justo al lado de mi casa. Esta experiencia revela algo fundamental sobre Battlefield: su capacidad para convertir cualquier localización familiar en escenario de conflicto, transformando lo cotidiano en hiperreal, lo reconocible en extraño. La ciudad que conozco se convierte en otra cosa cuando aparece bombardeada en mi pantalla, y esa transformación es precisamente el simulacro en acción.
Frostbite: El fetichismo tecnológico como filosofía
Gran parte del mérito se lo achaco al motor gráfico exclusivo Frostbite, que ha permitido a cada iteración de la saga coronarse como el techo técnico correspondiente de su generación. El fetichismo tecnológico de Battlefield ha sido santo y seña durante toda su existencia, principalmente por eso es tan acusado su carácter de representación: la simulación de conflictos inspirados en localizaciones reales y organizaciones existentes no busca exponer la posición política o moral de sus autores, sino todo lo contrario.
Como en la Guerra del Golfo de Baudrillard, el juego disfraza a la guerra como un fenómeno neutral, donde los bandos parten de igualdad de condiciones. Battlefield abraza el lado lúdico de la guerra y la convierte en un juego vaciado de realidad política, en un espectáculo técnico despojado de consecuencias morales.
Pero justo ahí es donde reside el fundamento de su diversión. Battlefield 6 funciona como una representación magistral que elucubra y romantiza todos los aspectos del mundo bélico, incluso con un afán nostálgico. Todo en el juego se ve fantásticamente bien: los modelos de las armas, los vehículos, los modelados de los trajes. Cumple el rol de esas revistas arcaicas plagadas con distintos modelos de tanques y aviones, pero de forma infinitamente más sofisticada.
Y voy mucho más allá en cuanto al trabajo con los escenarios, el sonido y la inmersión, donde lo fidedigno se toma por normal. Jugar a Battlefield 6 en un PC armado con lo último del mercado es alcanzar la cúspide de la hiperrealidad en el videojuego. Cada explosión, cada bala que atraviesa el aire, cada reflejo en el metal de un tanque: todo está calculado para crear la ilusión perfecta de que estás en una guerra, sin estarlo realmente.
La deshumanización del avatar
A diferencia de Call of Duty, Battlefield huye de las narrativas individualistas con nombre y apellido para centrarse en un equipo de soldados sin nombre, una decisión que encaja perfectamente con su filosofía de juego multijugador. Los personajes están completamente 'avatarizados', es decir, despojados de carácter y personalidad, sueños y emociones; únicamente sirven de vehículo mediador para que el jugador, de ansia lúdica, se encarne en ellos.
Los compañeros son herramientas a los que dar órdenes, se adelantan a tus pasos y sirven como esponja de balas si es necesario. La enajenación del soldado, muy similar a la que sufre el jugador frente a la violencia en el videojuego, lo deshumaniza en pos de convertirlo en un apéndice más de la maquinaria de guerra. Se reproduce así la distorsión del simulacro; todo es filtrado a través del embudo de la representación.
Esta deshumanización no es un defecto del diseño, sino su característica fundamental. Battlefield entiende que para convertir la guerra en diversión, debe vaciarla de humanidad. Los soldados sin rostro permiten que el jugador se concentre en la experiencia técnica sin el peso moral de la empatía. Es la lógica del simulacro llevada al extremo: personas que no son personas, muertes que no son muertes, guerra que no es guerra.
La gracia del juego va más allá de la simple victoria o la derrota: consiste en saber manejar con precisión el avión de guerra, hacer uso del lanzamisiles o lucir nuestro vehículo blindado. No solo se trata de ganar la contienda, sino de disfrutarla y regocijarnos en ella, de dominar las herramientas de destrucción con la misma satisfacción con la que un músico domina su instrumento.
En el multijugador, toda acción humana puede fríamente medirse a través tanto de los elementos del juego como del hardware: desde la calibración de las armas y la optimización del equipo hasta la resolución en 4K y la generación de fotogramas por segundo. Battlefield reproduce en su realidad simulada la dialéctica entre guerra y tecnología, revelando cómo ambas se alimentan mutuamente en un ciclo perpetuo de innovación y destrucción.
El juego se convierte así en una metáfora involuntaria de la guerra moderna: lo importante no es la justicia de la causa, sino la eficiencia de la ejecución. No importa el porqué, sino el cómo. La tecnología se convierte en el fin en sí mismo, y la guerra es simplemente el contexto que permite desplegarla.
El éxito del simulacro
Battlefield 6 ha hecho historia en Steam: 750 mil jugadores simultáneos el día de lanzamiento pulverizan cualquier récord alcanzado tanto por ellos mismos como por sus competidores directos. El rey del shooter bélico ha vuelto por todo lo alto y nos sirve una infinidad de horas de contenido online, dando como resultado uno de los éxitos comerciales más potentes en lo que va de año.
La campaña dura un suspiro, y a lo sumo es útil como antesala para las batallas masivas que nos esperan de jugador contra jugador. EA DICE ha sabido colocarse en un momento preciso y hacer que historias sobre la disolución de la OTAN, milicias privadas y relatos sobre la guerra al estilo yanqui encajen en la comunidad como anillo al dedo.
Este éxito comercial no es casual. Battlefield 6 ha entendido perfectamente lo que su audiencia busca: no una reflexión sobre la guerra, sino una experiencia de guerra. No la realidad del conflicto, sino su simulacro perfeccionado. En una época donde los conflictos reales se consumen como contenido digital, Battlefield ofrece la versión interactiva de ese consumo, permitiendo al jugador no solo observar el simulacro, sino participar activamente en él.
Baudrillard escribió sobre la Guerra del Golfo que lo que vimos en las pantallas no fue la guerra misma, sino su representación mediatizada. Tres décadas después, Battlefield 6 lleva esa lógica a su conclusión natural: ya ni siquiera necesitamos una guerra real para consumir su simulacro. El videojuego genera su propia realidad hiperreal, más brillante, más emocionante, más satisfactoria que cualquier conflicto verdadero.
Esta es la contradicción fundamental de Battlefield: es técnicamente brillante, visualmente espectacular y mecánicamente satisfactorio, pero logra todo esto al precio de vaciar la guerra de significado político y consecuencia humana. Nos ofrece el placer de la destrucción sin su horror, la emoción del conflicto sin su trauma, la estética de la batalla sin su ética.
En última instancia, Battlefield 6 no es una representación de la guerra, sino su sustitución. No nos muestra la guerra; nos la reemplaza. Y en ese reemplazo, en ese simulacro perfecto, reside tanto su mayor logro técnico como su vacío conceptual más profundo. La guerra del videojuego, como la Guerra del Golfo de Baudrillard, tampoco ha tenido lugar. Solo existe en nuestras pantallas, perfectamente renderizada, infinitamente repetible, completamente irreal.