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Ni una palabra de rabia, ni de repulsa. Solo muestras de dolor y empatía con la familia de Mirentxu, la vecina de Irún que murió ... ayer en el hospital tras haber sido apuñalada presuntamente por su hijo el miércoles. Tanto los vecinos de la mujer como los del hombre apuntan a los «problemas de salud mental» que al parecer padece el supuesto homicida para explicar el crimen. «Lo único que puedo decir es que Unai adoraba a su madre. Solía visitarla casi todos los días, y cuando hacía bueno hablaban durante horas en la parte trasera de la casa», aseguraban, consternados, unos allegados de ambos.
El varón, de 47 años, seguía anoche en dependencias de la Ertzaintza. Por la mañana, fue conducido esposado hasta su domicilio. Lo acompañaron una decena de agentes, varios de la Policía científica. Inspeccionaron su vivienda y el ciclomotor en el que huyó tras el apuñalamiento. Los agentes también abrieron la tapa de la alcantarilla ubicada junto al portal. Todo en busca de evidencias.
Preguntado por el suceso, un vecino no pudo contener las lágrimas. «Me da mucha pena por ella, que era muy buena mujer, pero también por él. Era un bonachón. Es verdad que tenía problemas mentales, pero no era nadie agresivo ni conflictivo», aseguró. «Su única hermana vive fuera, y él estaba muy unido a su madre», que residía en una vivienda familiar junto a su segundo marido -enviudó del primero, padre del matricida- y su hermana, ambos presentes en el momento del apuñalamiento.
El detenido era una persona «conocida y querida» en Irún. Trabajaba como jardinero en una empresa de economía social, aunque ahora estaba de baja médica. Tanto en su vecindario, como en el de la fallecida varias personas coincidían en que en los últimos días les había confesado que «le habían cambiado la medicación y no le estaba haciendo bien». Últimamente le habían oído «discutir por teléfono con su madre a voces, aunque nada exagerado». Luego pidió perdón a los vecinos «por si nos había molestado con las voces».
En un bar cercano a su casa, el arrestado solía compartir café con dos o tres amigos, y en enero llevó una tarta por su 47 cumpleaños. «Era muy correcto y no muy hablador. Yo pensaba que vivía con su madre porque hablaba mucho de ella», explicaba un hombre en el establecimiento, en el que lo recordaban como «muy motero», a menudo vestido con cazadora y botas de moto, aunque se desplazaba en un ciclomotor muy modesto, un Rieju de 50 centímetros cúbicos. Cogía la moto a diario para ir a trabajar, a las 6.30 horas. Para no despertar al vecindario, iba en punto muerto por la calle abajo hasta que la arrancaba. «Era muy respetuoso, el último que esperas que pueda hacer algo así. Pero estaba enfermo y a saber qué pasó por su mente», lamentaba un vecino.
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