El rancho
Cómo está el rancho? Con esa frase recurrente -uno de esos giros del habla canaria- nos saludaba por teléfono el tío Felipe casi cada tarde. ... Era su forma de preguntar cómo estaba la familia. Aún utiliza esa fórmula. Mi madre perdió a su padre demasiado pronto y él siempre se ha ocupado de ella, a pesar de los más de dos mil kilómetros que nos alejan del archipiélago. Mi familia canaria procede de un pequeño pueblo de Las Palmas llamado Ingenio -un dato este que quizá deba yo explotar más-. Cuando aquí arreciaba la lluvia y el frío nos obligaba a salir a la calle bajo pesados chaquetones, mi tío Felipe, con su timbre de voz alegre y su acento para mí exótico, nos hablaba de la buena temperatura que los acompañaba allí. De niña no podía imaginar cómo sería eso de pasar la Navidad bañándose en la playa. Me resultaba rarísimo, algo mágico. Las islas Canarias han sido para mí un territorio más evocado que visitado.
De Las Palmas llegaba a casa con regularidad un gran paquete de gofio, que es una variedad de harina realizada con cereales tostados que a mi madre le gustaba desayunar y que a mí no me gustaba tanto. Sí que me encantaban, en cambio, el sancocho canario y las papas arrugadas con mojo picón. En Nochevieja siempre hemos visto las campanadas de las islas y cuando terminaban de sonar, llamábamos al tío para felicitarle el año nuevo.
He sabido estos días, mientras las imágenes del volcán de La Palma nos sobrecogen también a los peninsulares, que al tío le están haciendo unas pruebas médicas, aunque, por fortuna, no parece tener nada que revista gravedad. Suma noventa y cinco años, Felipe. Hace demasiado tiempo que no lo veo y me lo reprocho. No deja de ser extraña la facilidad con la que se nos olvida que todos estamos a los pies de un volcán, de alguna manera, y que no hace falta que estalle para que sintamos su amenaza. Si algo nos puede enseñar el volcán, que tanta desolación y angustia está dejando en La Palma, es que estamos expuestos a lo previsible y a lo imprevisible, y que, por eso mismo, hay que cuidar del rancho.
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