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'La mujer de Eladio'. Durante muchos años, así es como conocían en los ambientes científicos a Margarita Salas, una de las bioquímicas más relevantes ... del mundo y referente de la ciencia española, fallecida el pasado mes de noviembre a los 80 años. «Supe lo que era ser discriminada, o es más: ser invisible. Era como si no existiese, yo no pintaba nada», recordó en más de una ocasión sobre los primeros años de su carrera profesional. Sus colegas la ignoraban, en congresos y reuniones se dirígían a su esposo, Eladio Vicuña, y no a ella, a pesar de que ambos trabajaban codo a codo en el mismo laboratorio, sin jerarquías. Pero fuera era otra cosa; el brutal prejuicio de su identidad femenina anulaba por completo su incuestionable valía profesional.
Seguro que más de una vez Margarita, en aquellos años 60 y 70, donde la mujer aún tenía que pedir el consentimiento de su esposo para pedir un crédito, desearía en su fuero interno haber nacido hombre. O al menos parecerlo. Como hizo María Andresa Casamayor y de la Coma, autora del que se considera el primer texto científico escrito por una mujer en España hace casi 300 años. Lo publicó con 17 años, bajo seudónimo masculino, Casandro Mamés de la Marca y Araioa; un nombre que no es casual sino un inteligente guiño a su verdadera identidad, ya que se trata de un anagrama de su propio nombre.
El único ejemplar de 'Tyrocinio Arithmetico: instruccion de lás quatro reglas llanas', publicado por una imprenta de Zaragoza en 1738 se conserva en la Biblioteca Nacional, donde el jueves se estrenaba un documental que reivindica la figura de Andresa. 'La mujer que soñaba con números' ha sido realizado por Mirella R. Abrisqueta, que espera que la obra -que mezcla una parte de ficción con aportaciones de expertos-pueda verse en muchos centros educativos, especialmente del medio rural, para «crear referentes» y que las adolescentes que se decidan por estudiar carreras de ciencias «lo tengan más fácil».
El principal hándicap para la directora ha sido la poca información que se conserva sobre la protagonista, que falleció en 1780. Tuvo conocimiento de su existencia cuando investigaba para realizar un programa de televisión sobre mujeres aragonesas científicas, apenas encontró datos sobre ella y se decidió a investigar. Hallar su partida de nacimiento le reservó una sorpresa: la corta edad a la que Andresa publicó el manual.
La Biblioteca Nacional tampoco conserva muchos datos sobre esta pionera. Se sabe que perteneció a una familia de origen francés bien situada en la capital aragonesa, donde su padre dirigía un negocio textil. Fue, creen los expertos, la séptima de nueve hermanos, disfrutó de una buena educación en su casa y probablemente en la escuela para niñas de Santa Rosa. Resulta misteriosa la dedicatoria a la Escuela Pía del Colegio de Santo Tomás de Zaragoza, cuando en aquella época los escolapios solo admitían alumnos varones; se cree que alguno de los curas fue su instructor a título particular.
Como indica su título 'Tyrocinio arithmético' es, en realidad, un manual sencillo para aprender las reglas aritméticas básicas (suma, resta, multiplicación y división). Andresa lo concibió para que pudierse ser utilizado por las clases bajas, más en concreto por los comerciantes, que no tenían acceso a una formación reglada y a duras penas se manejaban con con los números en sus negocios. Además, el libro también recogía pesos, medidas y monedas de la época, incluyendo sus equivalencias (en la época cada pueblo tenía sus propios valores), cuestión de enorme ayuda para los mercaderes. El tratado de Andresa o Andrea, como también se la conoce, tenía una finalidad docente, divulgativa y sobre todo solidaria: si lo hubiese escrito con su nombre auténtico de mujer, el manual no hubiese tenido posibilidad alguna de ser difundido.
Más tarde escribiría otro volumen, de más enjundia matemática, que no llegó a publicarse y que en la actualidad permanece perdido. Se desconoce si Casandro, su alter ego, publicó más obras. Al contrario de lo que era habitual en la época, Andresa decidió no casarse ni ingresar en un convento y, en su lugar, prefirió ejercer como maestra en escuelas públicas. Falleció el 24 de octubre de 1780, sin lograr un reconocimiento que sin duda habría merecido.
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