Eslóganes 'feministas' para camisetas de la talla 36
Mucho tiene que cambiar el mundo de la moda para erigirse en referente feminista. De hecho, mucho tiene que cambiar para dejar de ser referente de todo lo contrario
Hace unas semanas se publicó en la sección de Opinión de EL CORREO una carta al director firmada por una mujer que criticaba «el oportunismo ... de la moda» al subirse al carro del feminismo. Les reprobaba la lectora que se «apropiaran» de este y otros movimientos sociales por un interés si no solo, sí mayoritariamente económico. 'Mujeres al poder', 'Todos debemos ser feministas' y eslóganes similares tintan pecheras de camisas y camisetas. Pero, «¿realmente estas marcas defienden y luchan a favor de estos movimientos?», se preguntaba la remitente de la carta. Y concluía que no, que era un interés fingido.
La moda y sus gentes tienen todo el derecho a alinearse con la causa feminista, que es una causa justa y noble sin derecho de admisión, faltaría más. Pero se entienden los recelos de la lectora. Mucho tendrían que cambiar las cosas para que el mundo de la pasarela y del escaparate puedan erigirse en referente feminista. Muchos tendrían que cambiar las cosas, de hecho, para que dejaran de ser referente de todo lo contrario.
Las generalizaciones valen cada vez menos pero salvo excepciones que también las hay, el mundo de la moda tiene parte de responsabilidad en la cosificación de la mujer. ¿Qué mujer retratan esos maniquís que lucen camisetas ''feministas'? Pues retratan, básicamente, a una mujer a punto del desmayo embutida en una talla 36. La feminista de la toda la vida, vaya...
La compañera María José Tomé denunciaba precisamente en el artículo que dio inicio a esta serie de 'Microfeminismos' cómo muchos catálogos de ropa muestran modelos «agotadas, lánguidas, desmayadas, con aspecto enfermizo... en poses inverosímiles, salvo que estén sufriendo una lipotimia o estén aquejadas de lumbago o de algún virus estomacal». Y la artista visual Yolanda Domínguez lleva tiempo denunciando «la tendencia en las editoriales de moda de representar a las mujeres en actitudes totalmente denigrantes como algo glamuroso e incluso atractivo». Mujeres que una las ve y las diría «deprimidas, débiles, muertas, locas, tiradas, cansadas, dobladas, consumidas, frágiles, enfermas, agotadas, caídas, desmayadas, encogidas, desparramadas, drogadas, endebles, lánguidas, desfallecidas, empequeñecidas, abandonadas, idas, sufrientes, perturbadas, abatidas, derrotadas, blandas, patéticas, hundidas, pasmadas, atontadas, desoladas, infelices, desdichadas...», enumeraba Yolanda Domínguez.
Esas modelos que parecen estar pidiendo a gritos que alguien las rescate -por ejemplo el machote que anuncia calzoncillos- son además mujeres delgadísimas. Y el problema no es que ellas sean delgadas, eso en sí no es un problema. El problema es que la delgadez se vende como un 'must' de belleza. Muy feminista también.
A propósito de esta delgadez rozando la anorexia que 'venden' las tiendas de ropa, emprendió Anna, una adolescente catalana, hace unos años una lucha online para pedir a un importantísimo fabricante que retirara los maniquís esqueléticos y, de paso, que hiciera ropa más allá de la 44, que es una talla nada marciana. En diez días recogió 42.000 firmas y pasado un tiempo los aludidos se dieron por tal y empezaron a colocar en sus tiendas prendas con el tallaje XXL.
Ese gesto de la chica catalana, a la que por cierto le cabían perfectamente las prendas de la talla S, hacen más por la causa feminista de lo que van a hacer jamás los eslóganes de 'girl's power' de las camisetas 'low cost'. Por mucho que el altavoz de ella sea pequeño y ensordecedor el de las grandes marcas.
El feminismo no necesita 'padrinos' con dudosos intereses, necesita a Anna. Y a María, que desde su condición de mujer anónima ha conseguido un logro importante para la causa feminista. Que la Real Academia de la Lengua modifique la quinta acepción de la palabra 'fácil' para que en lugar de ser un adjetivo «dicho especialmente de una mujer: que se presta sin problemas a mantener relaciones sexuales» -que era como rezaba antes- se refiera a «una persona», sin distinción de género. Si llegan a enterarse de esta modificación en el diccionario los creativos de las marcas de ropa lo mismo le hacían un eslogan feminista para plantarlo en una camiseta bien entallada.
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